Desde que me absorbe la Historia, dedico a las neurociencias menos tiempo del que me gustaría. Con la excusa de tener que escribir un prólogo a una nueva edición de mi libro La inteligencia ejecutiva, he vuelto a ellas para revisar trabajos recientes. Se confirma la importancia de la Teoría dual de la inteligencia, que distingue en ella dos niveles. Un nivel rápido, automático, no consciente, del que proceden nuestras ocurrencias emocionales o cognitivas, al que Daniel Kahneman llama “Sistema 1” y yo prefiero llamar “inteligencia generadora”. Y un segundo nivel, lento, crítico, consciente y fiable, el Sistema 2 de Kahneman, al que prefiero llamar “inteligencia ejecutiva”, que ejerce en el cerebro funciones semejantes a la del director de una orquesta. Este dice lo que se va a tocar y tiene en su cabeza una idea de cómo hay que hacerlo. Pero quienes va a interpretar la pieza son los músicos. Si son muy torpes, el director no podrá hacer milagros. La inteligencia ejecutiva fija los proyectos, activa a la generadora y evalúa sus propuestas.
Tenía esperando turno dos obras de Olivier Houdé: L’école du cerveau (Mardaga, 2019) y Apprendre à résister. Pour combatte les biais cognitifs (Flammarion, 2022). Houdé pertenece a un interesante grupo de neurocientíficos franceses, un poco opacado por los anglosajones. En él están también Jean-Pierre Changeux, Marc Jeannerod, Stanislas Dehaene y Ghislaine Dehaene-Lambertz. Houdé introduce una variación en la Teoría Dual: piensa que hay un tercer nivel, de importancia decisiva: la capacidad de inhibir los impulsos que proceden del Sistema 1, a fin de comprobar su validez. Su función es “resistir” la fuerza de la rutina, de los prejuicios, de las asociaciones equivocadas, y abrir la posibilidad del pensamiento crítico.
Pienso que esta función está incluida en la Inteligencia ejecutiva. De hecho, ha sido reconocida siempre. “Teniendo la mente en la mayoría de los casos -escribió Locke- el poder de suspender la ejecución y satisfacción de los deseos, es libre de considerar los objetos de estos, examinarlos por todos los lados, compararlos con otros”. Este sería el comienzo de la libertad humana. Como dijo Paul Ricoeur, “La libertad es la posibilidad de no aceptar”. Houdé estudia esta capacidad desde el campo de vista de la neurología y me parece importante que insista tanto en ella porque los humanos de las naciones desarrolladas estamos sometidos a dos peligros que limitan nuestra libertad: la impulsividad y la dependencia de las redes. En ambos casos, la solución es la “resistencia”, para frenar en un caso la impulsividad y en otro la dependencia.
Al llegar a este punto, reconozco que no me he apartado de la Historia, porque posiblemente las funciones ejecutivas han sido modeladas por la cultura. La vida en sociedad ha presionado para impedir los arranques instintivos o pasionales que podrían romper la cohesión del grupo. Es muy verosímil que los sapiens se autodomesticaran, es decir fueran siendo capaces de controlar mejor su conducta gracias a la presión social. Además, un gran historiador –Norbert Elias– ha centrado el progreso histórico en una mejora de los sistemas de control del comportamiento, como explica en su gran obra El proceso de la civilización. Una parte de El deseo interminable trata de las aventuras y desventuras del deseo de libertad, menos claro de lo que parece. Como aperitivo les daré una cita de Daniel Dennet, uno de los pensadores más interesantes en la actualidad. Piensa que la libertad es real, pero no es una condición previamente dada de nuestra existencia, como la ley de la gravedad. Tampoco es lo que la tradición pretende que es: un poder cuasi divino para eximirse del entramado de causas del mundo físico. Concluye: “Es una creación evolutiva de la actividad y las creencias humanas, y es tan real como las demás creaciones humanas, como la música o el dinero”.
Olivier Houdé reconoce el interés pedagógico que tiene explicar a los niños y adolescentes el funcionamiento del cerebro. Conocer la gran herramienta que van a tener que utilizar toda su vida puede ayudarles a mejorar su aprendizaje. A la pregunta ¿por qué hay que estudiar los procesos mentales, Antonio Damasio responde: “Para aumentar nuestra capacidad de decidir. Es importante conocer la evolución de nuestro cerebro y de nuestra conciencia, saber cómo hemos llegado hasta aquí”. Hemos, pues, regresado a la Historia. Lo que la Ciencia de la evolución de las culturas es estudiarla como un permanente periodo de aprendizaje, que va dejando conquistas y víctimas a lo largo de su itinerario. Aquí no estaríamos ya hablando de cómo funciona el cerebro individual, sino el cerebro social, la inteligencia compartida. Por cierto, Olivier Houdé menciona el experimento de S. Dikker, quien monitorizó a toda una clase y comprobó que cuando estaban comprometidos en el aprendizaje las ondas cerebrales de todos los alumnos estaban de alguna forma sincronizadas, es decir, que se produce un interesante fenómeno de aprendizaje social (DIkker, S. et alt. “Brain-to-brain synchrony tracks real-world dynamic group interaction in the classroom”, Current Biology, 27, 1, 2017). Ahora recuerdo que esa misma sincronización se da entre los cerebros de dos personas que conversan, pero no tengo tiempo de buscar la referencia. Viviendo en pleno guirigay como vivimos es muy difícil aprender algo.