La historia de las pasiones es repetitiva en su esencia y variada en sus manifestaciones. Hace unos años, estudié la pasión amorosa tomando como fuente de información un peculiar género literario; las cartas de amor. Un género literario que no es exclusivo de literatos, sino que es frecuentado por personas de toda condición y que produce un efecto paradójico. Los no literatos pueden intentar mejorar su estilo, y muchos literatos en cambio descienden a vulgaridades decepcionantes. Me llamó mucho la atención cómo se repetían los mismos esquemas. Lean esta carta de una chica: “Querido mío, delicia de mis ojos, qué próximo estás de mi corazón. Me has cautivado. Novio mío, vayamos a la cama”. Nada extraordinario, salvo que es una carta de hace 4000 años, que ahora está guardada en el Museo del Antiguo Oriente, en Estambul. La muchacha se llamaba Innana, y su novio Dumuzi, y era pastor.
De vez en cuando nos estremecen los casos de “violencia vicaria”, cuando uno de los padres mata a sus hijos para hacer daño al otro. Eurípides trató el tema en la figura de Medea. Enamorada de Jason, con quien tiene dos hijos, no puede soportar la infidelidad de su marido y la furia vengadora se apodera de ella. No solo quiere la muerte de Jason y de su nueva esposa, sino que deseando hacer el mayor daño posible al infiel, sabiendo que los hijos que ha engendrado con Medea es lo que más ama en el mundo, esta decide matarlos. Los moralistas griegos y romanos sintieron gran interés por esta historia. Séneca, que hizo una versión de la tragedia, la convierte en un alegato contra la pasión amorosa, de la que desconfía, como gran parte de las sociedades. Tiene la convicción de que el amor puede conducir al crimen, porque es por esencia desenfrenado. Basta que aparezca un obstáculo para que la misma pasión amorosa proporcione a la furia su alimento más apropiado. Medea está enajenada. Séneca lo expresa con una genialidad dramática. «¡Medea!», llama su nodriza. «No soy Medea. ¡Llegaré a serlo!». Sólo cuando ha consumado su venganza puede decir: «¡Ahora soy Medea!» La conclusión de Séneca es pesimista porque Medea no es una loca ni una malvada. Es una mujer valiente, virtuosa, de gran carácter, vuelta criminal por el amor. «Nadie puede asegurar que por amor no acabará haciendo daño a sus hijos», advierte Séneca. Su versión del mito subraya la fuerza de la venganza, que impresionó mucho a los dramaturgos clásicos. La Orestíada, la trilogía de Esquilo, también es la historia de una venganza, pero para el historiador de las emociones tiene un interés especial porque marca una transición en la idea de justicia. Se comienza considerando que la venganza es un acto de justicia, para acabar admitiendo que la justicia se consigue mejor mediante un juicio, en que se intente averiguar la verdad.
La actualidad me remite una vez más a Grecia. Con motivo de la guerra de Ucrania se habla mucho de los oligarcas rusos, un grupo de personas económicamente poderosas gracias a los favores que les ha hecho Putin. La palabra está bien elegida. Platón, al estudiar los regímenes políticos, incluye la “oligarquía”, que etimológicamente significa el gobierno de unos pocos, pero que a su juicio es un régimen basado en la riqueza, en el poder económico. Es un régimen en el que un grupo de hombres ávidos de riquezas detentan el poder, del que están excluidos los pobres.
”La obsesión por la riqueza puede desembocar en un “gobierno despótico”, porque el dinero busca la tranquilidad, incluso a cambio de la sumisión.
La pasión por el poder y la pasión por el dinero provocan múltiples interacciones. Una persona es poderosa si dispone de una o varias herramientas del poder: la capacidad de castigar, la capacidad de premiar, de cambiar la opinión de la gente, o de manejar las emociones. El dinero es uno de los medios de premiar más valorados y fáciles de utilizar. Quien lo recibe se hace sumiso al poder benefactor. En 1767, Adam Ferguson hizo una interesante observación. La obsesión por la riqueza puede desembocar en un “gobierno despótico”, porque el dinero busca la tranquilidad, incluso a cambio de la sumisión. Pocos años después, Tocqueville dice lo mismo: “Si los hombres se concentran en buscar su riqueza será posible “para un hombre listo y ambicioso· conseguir el poder”. Tal vez esto aclare parte del éxito de Putin en la Rusia post-Yeltsin.
”Cada vez me convenzo más de que la historia nos permite distinguir lo permanente de lo circunstancial.
La perestroika de Gorbachov pretendía un cambio democrático y una apertura a occidente de la URSS, un socialismo democrático al estilo de los sistemas socialdemócratas escandinavos. El proyecto de perestroika de Gorbachov se frustró entre otras circunstancia por Yeltsin, que con el apoyo de los EEUU fue el encargado de privatizar “a la carrera” las grandes empresas estatales, que acabarían en manos de los oligarcas rusos. Putin, mano derecha y sucesor Yeltsin, terminó de completar la tarea de liquidación, privatización y entrega de los enormes recursos energéticos a los oligarcas, bajo el control del exfuncionario del KGB educado en las más terribles “técnicas” de terror estalinista, el hoy sátrapa y genocida Putin.
Los EEUU acaban de plantear la aprobación de una enorme suma de dinero para armar al ejército ucraniano contra, hasta anteayer, sus amigos, Putin y oligarcas rusos. Es de suponer que, en la actualidad, los EEUU siguen teniendo “colaboradores” entre los “colaboradores” de Putin.