Los últimos post me han recordado un proyecto que he tomado y abandonado varias veces, desde hace mucho tiempo. Deriva de una pregunta que me hago con frecuencia. ¿Quién piensa cuando yo pienso? La respuesta parece evidente: Yo. Pero se oscurece cuando intento precisarla. No sé por qué se me ocurren unas cosas en vez de otras. Lo mismo le sucede a todo el mundo. En mi Archivo tengo numerosos ejemplos del origen no consciente de todo tipo de actividad mental. Incluso tengo empezado un libro en el que la pregunta se hace más radical. ¿Quién habla cuando yo hablo? Las alertas del Archivo me recuerdan, además que titulé uno de los capítulos de La selva del lenguaje ”¿Pero ¿quién demonios habla?” Me sorprende que este origen desconocido de nuestros pensamientos lo reconozcan los matemáticos, que parecen avanzar solo por los raíles seguros del pensamiento deductivo, pero los testimonios de Gauss, Hamilton, Poincaré o Ramanujan son coincidentes. Este último daba una explicación culturalmente influida: afirmaba que era la diosa Namagiri quien le soplaba los teoremas. Cuando se le preguntó sobre los métodos empleados por Ramanujan para llegar a sus soluciones, el gran matemático G.H. Hardy dijo que «llegaba a través de un proceso de argumentación mezclada de intuición y de inducción, de la que fue enteramente incapaz de dar ninguna explicación coherente». Seymour Papert, uno de los padres de la Inteligencia Artificial, que trabajó un tiempo con Jean Piaget, comenta en Desafío de la mente (libro que no recordaba haber leído): “El trabajo matemático no avanza por el estrecho sendero lógico de una verdad a otra y luego a otra, sino que osadamente o a tientas sigue desviaciones a través del pantano circundante de proposiciones que no son ni simple ni totalmente ciertas, ni simple ni totalmente falsas”. ¡Qué sorpresa ver convertidos a los matemáticos en exploradores a través de un pantano de medias verdades! Por cierto, según añadió Poincaré y corroboró después Dirac, la estética aparece como brújula para orientarse en ese espacio intelectual.
Todas nuestras experiencias conscientes, se tejen en un telar no consciente. Desde la neurología, el Premio Nobel Gerald Edelman afirma que si tuviéramos que hablar teniendo que elegir conscientemente todos los elementos que componen una frase, sería prácticamente imposible hacerlo. Ya en 1881, en La parole interieure, Víctor Egger hizo notar que “antes de hablar, uno apenas sabe lo que pretende decir, pero tras hacerlo uno se llena de admiración y sorpresa por haberlo dicho”. En Howard End, la novela de E.M. Forster, una mujer expresa esto de forma memorable: “¿Cómo puedo saber lo que pienso hasta oír lo que digo? Bertrand Russell amplía este fenómeno al mundo afectivo. Su biógrafo R. Clark escribe: “Russell quedó a solas con lady Ottoline. Se sentaron frente al fuego hasta las cuatro de la madrugada. Russell, recordando esta escena algunos días más tarde, escribió: ”No sabía que os amaba hasta que me oí a mí mismo decíroslo. Durante un instante pensé: Dios todopoderoso ¿cómo he podido decirlo? – y entonces supe que era la verdad”.
Los ejemplos se amontonan pidiendo paso, pero solo voy a mencionar uno más por su brillantez. Rimbaud escribió “Yo es otro”, para designar el sentimiento que tenía de que sus poemas no se le ocurrían a él. En una carta a Georges Izambard escribe: “Yo me he descubierto poeta. No soy culpable. Es falso decir: “Yo pienso”. Se debería decir. “Se me piensa”. Perdón por el juego de palabras. Je est un autre”. Y en otra carta a Paul Demeny, vuelve repetirlo: Yo es otro. Si el cobre se convierte en clarín, no es su culpa. Esto me resulta evidente; asisto a la eclosión de mi pensamiento, lo miro, lo escucho: lanzo una flecha, la sinfonía se remueve en las profundidades, y de un salto se presenta en escena.
En mi Archivo salta de nuevo una alarma: El Premio Nobel Daniel Kahneman llama a esta fuente inconsciente de ocurrencias Sistema 1. Yo la he denominado inteligencia generadora. Los dos coincidimos en afirmar que hay un Sistema 2, consciente, lento y crítico, al que he denominado inteligencia ejecutiva. Esto enlaza con la “teoría dual de la inteligencia”, que me parece la más completa de las que disponemos. (Marina, J.A., Una teoría de la memoria desde la escuela, Cuadernos de Pedagogía, 2021). Los enlaces de la memoria generadora son inacabables. Nadie ha llegado nunca al confín de su memoria. Por eso podemos considerarla un continente por explorar.
Vuelvo al comienzo y repito la pregunta: ¿Quién piensa cuando yo pienso?
No puedo alargar este post, que continuaré mañana.