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Empiezo a escribir sobre lo que he llamado en otros libros la aparición de los “animales espirituales” -nosotros- que se definen por dirigir su conducta por representaciones y no solo por estímulos. En los animales grupales existen siempre jerarquías, que son estructuras de poder. En los humanos, también. El deseo humano de poder puede ser una derivación de ese esquema jerárquico. Pero hay, a mi juicio, un cambio importante. En los animales, ocupar la máxima jerarquía supone acceder a ciertos bienes, por ejemplo, a las hembras o a la comida. En los humanos, también. En el imaginario popular, el poder -político o económico- se imagina también como una fuente inagotable de placeres. Sin embargo, quien siente la pasión del poder no lo considera medio para otra cosa, porque el mandar mismo es un fin en sí. Lo vive como una ampliación de su propio yo. A ello se refirió Spinoza al decir: quien siente que su poder aumenta, se alegra.

La evolución política tiende a acumular cada vez más poder

Una de las características del poder es ser expansivo, como explicó magníficamente Bertrand de Jouvenel. Por eso se convierte en uno de los motores más potentes de la historia humana, porque una pasión que en sentido estricto es personal puede contagiarse socialmente. La evolución política tiende a acumular cada vez más poder, por eso ha habido siempre alguna nación empeñada en convertirse en potencia hegemónica. Es ese impulso ciego lo que ha provocado la guerra de Ucrania. Putin busca razones, porque a estas alturas la voluntad de poder se avergüenza de presentarse como tal, y necesita legitimarse con alguna causa noble: extender la civilización y después el cristianismo (Roma), proteger la religión (Habsburgo), la ortodoxia (Rusia) la extensión del islam (musulmán), la libertad y la civilización (imperio británico) los derechos (francés), el proletariado (el soviético). (Kuhman, Imperios).

Este dinamismo expansivo se manifiesta de muchas maneras en el ser humano. Marcel Otte, señala que “la humanidad está impulsada por la sed perpetua de superar las limitaciones”. La ambición es una pasión multiforme. El deseo de ampliar las posibilidades parece uno de los componentes básicos de la felicidad. Los humanos somos seres competitivos e insatisfechos. Los antropólogos no se explican por qué decidimos abandonar la vida de cazadores y recolectores para vivir en la ciudad, en peores condiciones. Por el afán de expansionarnos. Nos cuesta trabajo comprender que China, el mayor imperio del mundo, no tuviera ningún interés por expandirse.

Esta locura expansiva, competitiva, este afán de triunfo, de distinción, de poder, la ambición inextinguible, va a ser uno de los protagonistas del Proyecto Gamma

Tomemos el caso del káiser Guillermo, de Hitler, o de los autores del golpe de Estado del 36. Pudieron hacerlo porque mucha gente les apoyó. Actuaron como catalizadores de una situación emocionalmente inflamable. Los sentimientos nacionales, la nostalgia de la grandeza perdida, resuena aún en el alma de muchos rusos, que se sienten humillados. Por otra parte, mucha gente admira a los líderes fuertes, y Putin alardea de ello. En España, antes de la república, había una nostalgia de un jefe enérgico, incluso en muchos intelectuales, como estudio Gonzalo Sobejano en Nietzsche en España. En este momento, lideres de la ultraderecha europea, como Matteo Salvini, han exaltado la figura de Putin. Y Eric Zemmour, candidato a las presidenciales francesas, ya ha afirmado que, si llega a la presidencia, su país abandonará la alianza con estados Unidos y buscará una con la Rusia de Putin. El auge del autoritarismo en Europa fomenta la simpatía hacia el jerarca ruso.

Gombrich, el gran historiador del arte, se preguntó qué había motivado el esfuerzo por construir catedrales cada vez más altas:

En 1163 se inició la construcción de Nuestra Señora de París que iba a dar como resultado una altura sin precedentes de 35 metros, la catedral de Chartres superó a la de París en 1194 al alcanzar al final 36 metros. En 1212 comenzó la construcción de la de Reims, que había de llegar a los 38 metros, y en 1221 la de Amiens alcanzo los 42 metros. Aquella pugna por superar la marca anterior llegó a su punto álgido en 1247 con el proyecto de construir una bóveda sobre el coro de la de Beauvais hasta una altura de 48 metros, con el resultado de que en 1284 se desplomó.

Ernst Gombrich

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