La invasión rusa de Ucrania marca una fecha triste. Metido como estoy en el análisis de las pasiones que mueven la historia, observo el inicio de una nueva guerra, iluminándola con rayos Gamma.
Ante cualquier suceso, los romanos aconsejaban preguntarse ¿cui prodest? ¿A quien beneficia? En el caso de la invasión de Ucrania es difícil decirlo. Es cierto que es un país rico, el granero de Europa. Hitler estuvo obsesionado por conquistarla para que alimentara a Alemania, que podría dedicarse así a la producción industrial. Stalin la sometió a una brutal hambruna para eliminar su nacionalismo. En este momento, parece que terminar su independencia es una de las preocupaciones de Putin. Bárbara Tuchman, al estudiar las principales pasiones que alimentan la locura policía, menciona la sed de poder, a la que ya Tácito llamó “la mas terrible de todas las pasiones” (Anales XV, c.53). Donald Kagan, que dedicó veinte años a estudiar las guerras del Peloponeso, advirtió que a menudo las inician personas con sentimientos hipertrofiados sobre el honor, el prestigio o los agravios, bien en el plano personal, bien en el nacional. Parece que Putin, que considera que la desmembración de la URSS fue una catástrofe mundial, reclama Ucrania como parte esencial de la gran Rusia. ¿Puede una personalidad, por muy autoritaria que sea, declarar una guerra?
Tomemos el caso del káiser Guillermo, de Hitler, o de los autores del golpe de Estado del 36. Pudieron hacerlo porque mucha gente les apoyó. Actuaron como catalizadores de una situación emocionalmente inflamable. Los sentimientos nacionales, la nostalgia de la grandeza perdida, resuena aún en el alma de muchos rusos, que se sienten humillados. Por otra parte, mucha gente admira a los líderes fuertes, y Putin alardea de ello. En España, antes de la república, había una nostalgia de un jefe enérgico, incluso en muchos intelectuales, como estudio Gonzalo Sobejano en Nietzsche en España. En este momento, lideres de la ultraderecha europea, como Matteo Salvini, han exaltado la figura de Putin. Y Eric Zemmour, candidato a las presidenciales francesas, ya ha afirmado que, si llega a la presidencia, su país abandonará la alianza con estados Unidos y buscará una con la Rusia de Putin. El auge del autoritarismo en Europa fomenta la simpatía hacia el jerarca ruso.
Pero además está teniendo enorme influencia un sentimiento que desde Tucídides se considera decisivo para iniciar una guerra: la desconfianza. Es posible que después de la caída del muro de Berlín y de la desaparición de la URSS ningún gobernante se tomara en serio fomentar una confianza global. El mantenimiento de la OTAN, desde luego, no la facilitó.
Para finalizar, responderé con gran cautela a la pregunta que hice al principio. Es posible que China sea el gran beneficiado de esta crisis, si juega bien sus cartas. Puede, en primer lugar, aumentar su influencia mundial, amortiguando los perjuicios que pude sufrir Rusia si no tiene acceso a la financiación internacional, porque China se está convirtiendo en un gran prestamista a escala mundial. También podría actuar como mediador en el conflicto, fortaleciendo su papel de potencia pacífica. Ha defendido la independencia de Ucrania, pero no ha condenado la invasión rusa.