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Leo las noticias sobre la participación del Grupo Wagner -un ejército privado- en la guerra de Ucrania. El tema me parece “sugerente” y esta palabra me parece más sugerente todavía, porque nos permite descender al telar oculto de la inteligencia. Una cosa resulta sugerente cuando abre un campo de posibilidades. Etimológicamente significa “llevar algo oculto”, lo que implica la vaga promesa de que si busco encontraré algo interesante. Científicos y artistas conocen bien esta experiencia que les permite aventurarse por vías desconocidas, cuyos tesoros “pre-sienten«. Michael Polanyi en su libro Personal Knowledge   afirma que esas “corazonadas» tienen una “función lógica indispensable para la ciencia” porque permiten distinguir lo prometedor de lo inútil. Elegir una línea de investigación es oír la llamada de lo sugerente. Sin que el científico sepa justificarlo, hay caminos que le parecen prometedores y otros sin salida. Es sorprendente esta capacidad de percibir posibilidades, porque supone percibir algo que no existe. Un eminente lógico – Charles S. Peirce, que admiraba el olfato de los detectives, estaba seguro de que era necesario un cierto “arte adivinatorio” para elegir las hipótesis con futuro entre la enorme cantidad de hipótesis posibles.

Los artistas también tienen ese arte adivinatorio. Valéry decía que en la invención poética se da “una percepción brusca del porvenir de una expresión, un ritmo o una idea”. Y añadía: “Porvenir quiere decir valor utilizable”. A Henry James, que reflexionó mucho sobre su propia actividad de novelista, le intrigaba una cuestión: ¿Por qué un asunto resulta interesante? En el prólogo a Retrato de una dama cita una reflexión de Turgueniev sobre el origen de las ocurrencias. Decía este autor que el germen de una novela solía ser la visión de alguna persona que le rondaba importunándole, “interesándole y atrayéndole simplemente como era y por lo que era. La veo como disponible”. James recoge con entusiasmo la expresión en “disponibilité”.  En Los despojos de Poynton vuelve a decir que la imaginación de un novelista da un respingo, como pinchada por una aguja, al contacto con una palaba suelta, un eco vago”. Graham Greene contó que el comienzo de El tercer hombre fue la imagen de un americano descendiendo del tren en la estación de una Viena devastada, con una novela del oeste debajo del brazo. Fue el germen del relato. Julien Green cuenta en su titánico Diario que cuando comenzó a escribir Adrienne Mesurat solo tenía una imagen del personaje Adrienne mirando las fotografías de familia colgadas en la pared de la sala.

Sería aburrido citar todos los testimonios guardados en mi Archivo. Los colecciono como otros coleccionan sellos. Copiaré solo uno más. Ortega cuenta en Meditación del marco que el editor de la Revista de Occidente le había dicho que necesita un pliego más para cerrar la edición. ¿Sobre qué puedo escribir esas páginas? Mira a su alrededor buscando algo que le sirva de tema. Se fija en un cuadro de Darío de Regoyos, pero lo rechaza porque se le ocurren demasiadas cosas. “El lector no sospecha los apuros que un hombre pasa para escribir un solo pliego (…) Es tan penoso amputar a un asunto arbitrariamente sus miembros y ofrecer a lector un torso lleno de muñones”: Al final escribe solo sobre el marco.

Es evidente que la capacidad de sugerir no es una propiedad de las cosas, sino de la inteligencia que mira las cosas. ¿Y desde donde miramos? Desde la memoria. Alguna noticia activa redes, las pone en alerta, abre un espacio de posibilidades. Uno de los “chivatos mnémicos” me hace dirigir la atención hacia el fenómeno de la “sorpresa”. El gran neurólogo Sokolov estudio el “reflejo de alerta”. Un ciervo está bebiendo rodeado de todos los sonidos del bosque. De repente se detiene y escucha. En aquella barahúnda ha percibido un sonido que le sorprende. Explicar esta sencilla operación es un colosal reto para los neurólogos. El cerebro del ciervo tiene que comparar ese sonido nuevo con su memoria de sonidos habituales. ¡Qué prodigio de computación! Con lo sugerente sucede algo parecido. Ha alertado a muchas redes de memoria dispuestas a proporcionarme enlaces, ocurrencias, asociaciones, combinaciones. Lo contrario de esa memoria es la “memoria inerte”. Los estímulos no activan ninguna red. Sartre se escandalizaba al leer el Diario de Jules Renard: “Juro que me deja muy asombrado -a alguien como yo que ve ante sí todas las vías libres para escribir y para pensar empezando cada vez de nuevo, y que cada vez que elige tiene la sensación de amputarse mil posibilidades vírgenes-, muy perplejo, leer este Diario de un individuo que en cada página afirma que todos los caminos estén cerrados.

Repito: Esas posibilidades no están en las cosas, sino en la memoria del que las piensa. He de advertir que Michael Polanyi consideraba que la capacidad de reconocer lo importante procedía de nuestro “conocimiento implícito”, es decir, del acumulado en nuestra memoria, aunque no podamos muchas veces expresarlo. En los programas educativos que hace años redacté para la Universidad de Padres, uno de los objetivos era conseguir que el niño construyera en su memoria un mundo lleno de posibilidades, lo que volvería sugerente toda la realidad. Sigo pensando lo mismo.

Volvamos al principio. Todo lo escrito me fue sugerido por una noticia sobre la presencia del grupo Wagner. “Entre tanta polvareda, perdimos a don Roldán”, decía una vieja canción de gesta. ¿Qué redes de memoria activó esa noticia? Tendré que dejar la explicación para el próximo post.

 

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