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En las guerras se intensifican hasta el paroxismo las emociones más profundas del ser humano: el miedo, la pérdida, el dolor, la crueldad, la valentía, el heroísmo, la generosidad, el amor. Todas acentuadas por la constante presencia de la muerte, gran transfiguradora. Para la Psicohistoria, la guerra es un nudo de relaciones interminables. He estudiado en varias ocasiones las emociones de la guerra, la psicología del combatiente, pero en este post me interesa analizar la figura del mercenario. Por ejemplo, de los miembros del grupo Wagner, contratado por Rusia para luchar en Ucrania. Como siempre, la fuente de información es mi memoria neuronal, mi Archivo, y los bancos externos de información que conozco a partir de los anteriores (libros o internet). Son círculos expansivos, pero su centro es siempre el mismo: mi memoria personal.

La contratación, bajo salario, de fuerzas militares extranjeras constituye una práctica tan antigua como la propia guerra (Shearer, David: «Private armies and military intervention», The International Institute of Strategic Studies, Adelphi Paper 316, New York, 1998, p. 9).  Es un guion que se repite monótonamente. Durante siglos el empleo de mercenarios ha sido un hábito común para acceder al poder o para mantenerse en él. En mi Archivo tengo mucha información sobre los condottieri italianos. Maquiavelo, que los conocía bien, los critica en el capítulo XII de El príncipe. Piensa que son un peligro porque solo buscan acrecentar su poder, aunque sea a base de sus empleadores. Sin ninguna lealtad profunda, pueden cambiar de bando incluso en medio de la batalla. La potencia de los ejércitos nacionales, con la implantación del servicio militar obligatorio a partir de la Revolución francesa, pareció señalar el declive de los contingentes mercenarios. Sin embargo, durante el siglo XX ha crecido la “industria de los ejércitos privados”. Peter W. Singer en Corporate Warriors: The Rise of the Privatized Military Industry, (Cornell University Press, 2003) escribe: “¿Qué tienen en común actores tan distintos entre sí como una potencia regional que planea una guerra, una milicia que busca revertir sus pérdidas en batalla, una empresa transnacional que busca terminar con los ataques de rebeldes contra sus instalaciones, un cártel de la droga que busca aumentar su capacidad tecnológica militar y un grupo de ayuda humanitaria que requiere protección en zonas de conflicto? A pesar de sus enormes diferencias de tamaño, poder, ubicación, legitimidad y objetivos, todos estos actores tienen en común que cuando se enfrentan a diversas necesidades de seguridad, todos ellos recurren a apoyo militar externo. Este apoyo no proviene de un estado o una organización internacional, sino de las «empresas militares privadas» (EMP) del mercado global”.

Maquiavelo y Singer ven los mismos problemas en los “soldados de fortuna”. Su único interés es el afán de lucro, no tienen ninguna compromiso ideológico o moral con sus clientes, y pueden venderse al mejor postor, como todas las mercancías, volverse contra quien los paga, dice Maquiavelo (nota etimológica: “mercenario” procede de la raíz merx, que significa “mercancía”.  También Singer piensa que conforme las “empresas militares privadas” (EMP) se hacen más fuertes, sus clientes se hacen más dependientes de ellas. Eso engendra dos riesgos potenciales para la seguridad del empleador. (1) que la EMP le abandone y (2) que la empresa acabe dominando al cliente.

No es que Maquiavelo piense que todos los que se contratan como mercenarios sean hombres malos, corrompidos y desleales, sino que es el funcionamiento de esta institución militar la que los obliga a ser de esa manera. Es, podríamos decir, una institución inevitablemente corruptora. Este trabajo, aduce Maquiavelo, suscita malas pasiones, “porque no los alimenta estando en paz; de ahí que se vean obligados a desear que no la haya, o a lucrarse en época de guerra lo suficiente para seguir subsistiendo en épocas de paz”.  Y de no querer la paz provienen los engaños que los jefes militares urden contra quienes los contratan, para que la guerra dure; y si llega la paz, sucede frecuentemente que los jefes, privados de sueldo y medios de vida, enarbolan descaradamente una bandera de ventura y saquean sin piedad una provincia (Maquiavelo, 2000: 16). Cinco siglos después, Singer piensa lo mismo. «Los activos económicos pueden ser transformados rápidamente en amenazas militares, lo que vuelve más amenazante al poder económico […]. La emergencia de un nuevo tipo de empresa transnacional que depende de la existencia de conflictos para obtener ganancias va en contra del supuesto de que los actores no estatales generalmente están orientados a la paz» (pp. 209-210).

Preocupa también el respeto a los derechos humanos por parte de las EMP. Es frecuente que sus empleadores los contraten específicamente para tareas sucias, sólo se fijen en los resultados y no controlen el modo como los consiguen. Una despreciable tradición consideraba parte de la retribución de los soldados el pillaje, que ya estaba permitido por las leyes militares romanas. En la Edad Media se consideró licito hasta que en 1590 el rey de Francia Enrique IV prohibió que el saqueo de las ciudades durase más de 24 horas, Se da por sentado que en ese negocio es necesario mancharse las manos. Preocupa que el respeto a los derechos humanos pueda desaparecer. «Aunque es incorrecto suponer que las EMP simplemente matan por dinero -escribe Singer-, hay ciertas situaciones en las cuales los derechos humanos pueden ser transgredidos debido al interés corporativo» (p. 215).

«La comercialización de la guerra sirve para desmitificar la guerra»

En este momento criticamos a Putin por contratar al grupo Wagner, pero Estados Unidos hizo lo mismo con la empresa Blackwater en la guerra de Irak. (Scahill, J. Blackwater. El auge el ejército mercenario más poderoso del mundo, Paidós, 2008). La comercialización de la guerra sirve para desmitificar la guerra. Hay un heroísmo venal poco grandioso. Después de milenios de “exaltación épica de la guerra” -tema al que dedicaré un post- hay que despojarla de toda grandeza.

La existencia de soldados de fortuna, mercenarios, “empresas militares privadas” plantea serios problemas jurídicos, que hasta donde sé no se han resuelto. Son “combatientes ilegales”, por ello no tienen derecho al estatuto de combatiente o de prisionero de guerra. Por eso pueden ser acusados por sus crímenes. Sin embargo, el hecho de que grandes potencias utilicen sus servicios extiende un manto de opacidad e hipocresía sobre sus actividades.

¿Cuál es el perfil psicológico del mercenario? Es imposible reducirlo a uno solo. Muchos de ellos se enrolan porque es un modo productivo, aunque arriesgado de ganarse la vida. La Historia vuelve a revelar parecidos. En 1360, Eduardo III de Inglaterra y Juan II de Francia firmaron el Tratado de Brétigny, el cual significó una tregua en la Guerra de los Cien Años, cerrando la que podría considerarse su primera etapa. Pero colateralmente implicó también el despido de grandes contingentes de soldados que servían en ambos ejércitos, quienes al verse desempleados emprendieron el camino que ya muchos de sus antecesores habían andado, esto es, cruzar los Alpes para buscar ponerse al servicio de los Estados italianos que seguían engrosando sus ejércitos con soldados mercenarios. Seis siglos después, la historia, una vez más, se repite. Al concluir la guerra fría el personal de los ejércitos del mundo se redujo en más de seis millones de personas; ante la búsqueda de empleo, unidades enteras (muchas de ellas de élite) conservaron su estructura organizativa y se convirtieron en empresas privadas. Asimismo, con la reducción del tamaño de los ejércitos comenzaron a venderse en el mercado armas de todo tipo (desde pistolas y municiones hasta aviones de combate) a quien pudiera comprarlos.

La presión económica puede conducir a la gente a convertirse en mercenario, pero hay un aspecto de la psicología del combatiente que me gustaría explorar: la “ebriedad de la lucha”. Lo dejo para el próximo post.


POST-POST: Este post comenzó con un tema “sugerente” (memoria personal) que ha activado distintas redes de memoria neuronal que, a su vez, me permiten acceder a redes digitales. Todas tienen un efecto parecido al de los fuegos artificiales. Cada palmera de luz se multiplica en otras palmeras que a su vez encienden otras nuevas. Me dejaré llevar de la metáfora: nuestra conciencia es una permanente sesión de pirotecnia.

 

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