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Los comentarios acerca de la posibilidad de guerra en Ucrania terminan diciendo: Todo depende de la decisión de Putin. ¿Es eso verdad? Desde el Panóptico me interesa mucho saber quién declara las guerras.

Ferguson, al analizar el nacimiento de las jerarquías, señala que hacer la guerra era función del jefe. Donald Kagan, que dedicó veinte años a estudiar las guerras del Peloponeso, advirtió que a menudo “las inician personas con sentimientos hipertrofiados sobre el honor, el prestigio o los agravios”. Durante siglos fue una prerrogativa del monarca. En épocas de poder absoluto, el único límite era al económico, porque los soberanos tenían que pagar su ejército. Con la caída del absolutismo, la responsabilidad se diluyó. En el caso de un gobierno democrático representativo, podría decirse que es el pueblo quien declara la guerra, aunque formalmente lo haga el Jefe del Estado, con la autorización del Parlamento. A veces, como en el caso del presidente Johnson en la guerra del Vietnam, los gobernantes buscar triquiñuelas legales para saltarse ese control parlamentario. Aunque las constituciones lo digan, la idea de que en un país democrático es el pueblo a través de sus representantes quien declaran la guerra, me parece una superchería.

Una democracia que manipule las emociones de la ciudadanía, adopta la forma de un autoritarismo pasional.

Los ciudadanos, que son los que acabarán pagando los platos rotos, no quieren espontáneamente la guerra. Sin embargo, pueden desearla si son sometidos a un proceso de exacerbación emocional por la propaganda. Como dijo Voltaire, la razón es algo que sucede a los humanos cuando están tranquilos. Una democracia que manipule las emociones de la ciudadanía, adopta la forma de un autoritarismo pasional.

Suele decirse que nunca ha habido guerras entre dos naciones democráticas, precisamente porque los ciudadanos no pueden quererla. (Jeff Pugh: “Democratic Peace Theory: A Review and Evaluation”). Eso quiere decir que es más probable que un régimen dictatorial o autoritario comience una guerra. La historia lo corrobora. Basta pensar en la acción política de Napoleón, del káiser Guillermo II en el inicio de la Primera Guerra Mundial o de Hitler en la segunda.

El poder personal de un dictador tiene que basarse en la complicidad de un grupo de fieles, encargados de controlar a la nación. Nadie ejerce el poder en soledad absoluta.

¿Tiene Putin esa capacidad de imponerse, esa autonomía en las decisiones? Lo ignoro, pero de ello depende la posibilidad de que la guerra comience, y la necesidad de controlar al jefe.

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