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2.6.2023.-La falta de talento en la Administración Pública

Beth Simone Noveck es una experta en la resolución de problemas públicos, un tema de especial relevancia para mi Historia Universal de las Soluciones. Profesora en la Northeastern University, dirige el Burnes Center for Social Change y su proyecto The Governance Lab (The GovLab). Trabajó con el presidente Obama, que intentó modernizar la administración pública, procurando, entre otras cosas atraer talento a la administración.

La administración pública es el sistema nervioso periférico de un Estado. El sistema nervioso periférico se encarga de llevar las órdenes del cerebro al organismo entero y llevar la información captada por el organismo al cerebro. Lo mismo sucede con la Administración. Si no funciona, la vida de un Estado se paraliza. Organizar una institución de tal magnitud exige un talento colosal, y esto es lo que Noveck echa en falta. Detecta una ineficiencia generalizada. En el caso de Estados Unidos, cita la afirmación conjunta de Peter Ortzag y John Bridgeland, que fueron directores de la Oficina de Presupuesto en las Administraciones de Obama y Bush, es decir, de partidos diferentes. Ambos coindicen en que de cada cien dólares gastados por la administración solo uno lo ha sido de forma inteligente. En España, Daniel Innerarity ha denunciado que la política y el derecho están perdiendo “competencia cognitiva” para estar a la altura de la innovación económica o tecnológica, fundamentalmente “porque la economía tiene una actitud cognitiva, flexibilidad y una enorme capacidad de aprendizaje, mientras que la política y el derecho están acostumbrados a un estilo normativo, que se traduce en una tendencia a dar órdenes allí donde tendrían que aprender” (Innerarity, D. Una teoría de la democracia compleja, 2020, p.142). Es decir, en una Sociedad del Aprendizaje, como en la que vivimos, las Administraciones públicas tienen que aprender continuamente. Mientras que las empresas son conscientes de que tienen que convertirse en “organizaciones que aprenden”, las Administraciones públicas son reacias a hacerlo. A veces se ven forzadas a hacerlo, como mediante la digitalización de servicios, pero lo hacen de manera chapucera, como muestran los atascos que se producen con la petición de citas o con muchos trámites por internet.

La Administración pública es un gigantesco mecanismo del que depende la “pública felicidad”, y que, precisamente por su magnitud, exige un enorme talento organizativo que no percibo.

Mi Archivo me recuerda que mi interés por la Administración pública viene de lejos, y está relacionado con una anécdota que a mí me hace gracia por su ingenuidad. En los albores de la Inteligencia Artificial, Allen Newell y Herbert A. Simon presentaron el General Problem Solver, un programa basado en una teoría general de resolución de problemas. Simon ha contado la exaltación de aquellos días.  “Los años más importantes de mi vida, desde el punto de vista científico, fueron 1955 y 1956 […]. En 1955, me concentré particularmente en la psicología del proceso humano de resolución de problemas, más específicamente, en descubrir el proceso simbólico mediante el cual la gente piensa. Rápidamente me convertí en un psicólogo conductista y en un científico de la computación […] El 15 de diciembre de 1955 nació la solución heurística de los problemas, realizada por computadora, cuando pudimos demostrar cómo una computadora podía utilizar métodos heurísticos de búsqueda para solucionar problemas difíciles […] el ajedrez se convirtió en una herramienta estándar en las ciencias cognitivas y la investigación de inteligencia artificial. Nuestra investigación sobre el ajedrez se centró en cómo funcionaban los ajedrecistas, quienes en el mejor de los casos podían analizar 100 variantes frente a una posición difícil” (Simon, H.A., «Rational decision-making in business organizations». Nobel Memorial Lecture, 8, diciembre., 1978).

Cuando en 1978 le dieron el Premio Nobel de Economía me alegré pensando que era un reconocimiento de su contribución a la Inteligencia Artificial, que en aquel momento pasaba por horas bajas, por lo que sufrí una decepción al enterarme de que le habían premiado por sus estudios sobre la organización de empresas y la toma de decisiones, un asunto que me parecía menos glamuroso.

Con los años, he ido dando cada vez más importancia a los temas de la organización política, y de “administración inteligente”. Son manifestaciones de la “Inteligencia compartida” que me apasiona. Escribí un prólogo para un libro con este título (Díaz, A. y Cuellar, E., Administración inteligente, 2007), y he puesto como ejemplo de administración eficacísima la Organización Nacional de Trasplantes, tal como la diseño el Dr. Matesanz. La Administración pública es un gigantesco mecanismo del que depende la “pública felicidad”, y que, precisamente por su magnitud, exige un enorme talento organizativo que no percibo. No se trata de dedicar más presupuesto, sino de gastarlo eficientemente. La Educación pública en España necesita para funcionar bien un 5% del PIB. Pero lo hemos tenido (hasta el 5,04 en 2009) sin que lo haya conseguido, por falta de buena gestión. Lo mismo ocurre en Sanidad, en la Administración de Justicia, o en la burocracia de todo tipo de organismos. Empantanados políticamente en problemas ideológicos y en disputas de poder no nos tomamos en serio este problema, que es definitivo para un test de inteligencia política.

Tal vez hemos buscado una salida fácil: negar que la administración pública pueda ser inteligente, es decir, eficaz, y busca la solución en privatizar la gestión de los asuntos públicos. Dos libros que tengo sobre la mesa dicen lo contrario, y por eso conviene leerlos. Cómo resolver problemas públicos, de Beth Simone Noveck (Galaxia Gutenberg, 2022) y The Big Con, de Mariana Mazzucato y Rosie Collington (Penguin 2023), cuyo subtítulo es revelador: “Cómo la industria de Consultoría, debilita el mundo de los negocios, infantiliza a los gobiernos y distorsiona nuestras economías”.

 

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