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Contemplada desde la altura de El Panóptico, la historia de la organización de los grupos sociales es, sin duda, la historia de las estructuras de poder, desde las primeras jefaturas hasta los Estados más complejos. En un principio, los grupos familiares elegían a un jefe para que resolviera un problema concreto, fundamentalmente la guerra. Pero la complejidad de la ciudad hizo necesaria una organización estable, una administración, y ese aparato fue hipostasiándose, alcanzando una existencia aparte. El origen divino del poder consumaba esa fractura. La “sociedad política” se separó de la “sociedad civil”. Tuvo su propia lógica: la razón de Estado.  El poder, como explicó brillantemente Bertrand de Jouvenel, tiende irremediablemente a expandirse. La gloria de un gobernante es ampliar su dominio. El elogio que hace Baltasar Gracián de Fernando el Católico, al que considera modelo de políticos, es que consiguió expandir su poder hasta donde su ambición le permitía.

Frente a la política como gestión del poder, siempre ha habido otra concepción de la política. Su finalidad debía ser la “felicidad pública”, la felicidad del ciudadano. La llamo Gran Política, para distinguirla de la “política del poder”, y aparece en Aristóteles, en la noción escolástica del “bien común”, en la “pública felicidad” de la Ilustración, o en el Estado del bienestar. Pero esa línea se quiebra una y otra vez. Se ha ido consolidando en la política interna de las naciones democráticas, pero la “política del poder”, la “Realpolitik”, la “Machpolitik”, se impone en las tiranías y en la política internacional. Esta política ha creado un mundo de legitimaciones que constituye una “confabulación de lo irremediable”. Maquiavelo describió crudamente la situación: Si los hombres fueran buenos podía gobernar el príncipe justo, pero no lo son. Por eso tiene que gobernar el príncipe implacable. La política está separada de la ética. No se puede gobernar con las manos limpias (Sartre). El genio político no está sometido a la moral cotidiana (Ortega). El que la Economía tenga preocupaciones éticas es un peligro para la libertad (Friedman). Las cosas son así y no tienen remedio. Los desafueros del poder son irremediables.

Una de los elementos esenciales a esta confabulación es plantear la política en términos de amigo/enemigo. Esta fue la idea expuesta por Carl Schmitt. Que un pensador nazi haya sido aceptado por políticos de la derecha y de la izquierda (en España, Fraga y Pablo Iglesias, por ejemplo) revela que identificó la esencia de una idea de la política, la arcaica, la basada en el poder. Tiene como consecuencia plantear los inevitables enfrentamientos humanos como “conflictos” en los que lo importante es aniquilar al enemigo. El poderoso tiene que legitimar la guerra, que es la máxima expresión del poder. Sin ella no hay victoria.