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Problemas crónicos

HOLOGRAMA 4.


Una enfermedad crónica es aquella que no tiene cura y con la que hay que aprender a convivir, puesto que nos va a acompañar siempre. Lo mismo ocurre con los problemas cuando se cronifican. En ambos casos, conviene asegurarse de que no estamos claudicando apresuradamente por falta de interés, de medios, de tenacidad o de una metodología eficaz. En España padecemos alguno de esos problemas: el nacionalismo, la desigualdad, el paro, el fracaso escolar, la violencia de género, etc. Todos ellos son problemas complejos que no pueden solucionarse si no comprendemos su complejidad. Son en parte hologramas de un tupido entramado social, que  hay que destrenzar para poder tomar las medidas apropiadas en cada uno de esos hilos.

El domingo pasado intervine en el programa de radio de mi querida amiga Pepa Fernández, debatiendo sobre el acoso escolar. Es un ejemplo de problema cronificado indebidamente. Nos acordamos de él cuando ocurre alguna tragedia, un suicidio, por ejemplo, y después lo olvidamos o tomamos medidas improvisadas que abandonamos enseguida. Van a cumplirse 15 años del suicidio de Jokin en Hondarribia. La opinión pública quedó conmocionada, y por un momento pareció que el asunto iba a tratarse en serio. Con mi equipo de “Movilización Educativa” propusimos, con nulo éxito,  un Protocolo de prevención y actuación, aprovechando las experiencia de otros países. En 1983, tres adolescentes noruegos se suicidaron, lo que llevó al Ministerio de educación a iniciar una campaña nacional contra el acoso en la escuela. El profesor Dan Olweus fue encargado de elaborar un plan, que se implantó con gran éxito. En Finlandia, los investigadores de la Universidad de Turku han diseñado el programa KiVa, que reduce espectacularmente el problema. En ambos casos se trata de establecer metodologías para la prevención, no medidas correctivas una vez que el conflicto hubiera estallado. Las nuevas tecnologías están cambiando el modo de relacionarse socialmente y también las modalidades de acoso. Según el informe de ANAR, al menos una cuarta parte de los casos denunciados son de “cyberbullying”.

Necesitamos conocer la realidad para poder tomar buenas decisiones y resolver los problemas.

Intentemos separar los hilos de la trama. Una situación de acoso tiene varios protagonistas: el acosador, la víctima, los espectadores pasivos del mismo grupo, los padres y los docentes. Hay un elemento ubicuo: las creencias del entorno social. Por ejemplo, la víctima se siente con frecuencia trágicamente sola, en parte por su silencio. El silencio es el gran aliado de todos los maltratadores, sean escolares o domésticos. ¿Por qué no habla el acosado? Puede ser por miedo, o porque no sabe a quien contárselo, o teme no ser comprendido, o tiene vergüenza de decirlo. Analicemos este ultimo aspecto. La víctima no quiere ser un “chivato”, figura que tiene que ser desmontada en las aulas, porque provoca fenómenos perversos, por ejemplo rechazo en los no acosadores, que se convierten así en colaboracionistas sin pretenderlo. También puede temer –o puede haber experimentado-que los adultos van a quitar importancia al hecho, con alguna de las siguientes creencias: es un rito de paso que hay que soportar, forma parte del crecimiento, los niños deben aprender a librar sus propias batallas, no podemos ser demasiado protectores, las victimas salen fortalecidas, etc. Es posible que en muchos casos suceda así, pero ¿qué ocurre con los demás casos? Los miedos, al igual que la valentía, se aprenden. Por lo tanto forman parte del proceso educativo.

¿Y qué pasa con los acosadores? ¿Por qué lo hacen? Me llama la atención la escasez de estudios sobre la crueldad no patológica, a pesar de su terrorífica y poderosa presencia en la historia. El acosador disfruta con el sufrimiento ajeno. No actúa en un momento de furia.  Stephen Kellert, de la Universidad de Yale, y Alan Felthous, de la Universidad de Texas, han estudiado las motivaciones de la crueldad hacia los animales, muy semejantes a las que actúan con víctimas humanas. El torturador busca el sentimiento de control, la experiencia del propio poder.
Quiere afirmar su yo, con frecuencia ante otros. Por eso, suele necesitar la presencia del grupo, presencialmente o a través de las redes sociales. En segundo lugar, los investigadores citados mencionan la crueldad por diversión. Siempre me ha extrañado como divierte a los adultos “meter miedo” a los niños, para reírse al ver como se asustan. En la tortura –el acoso es una modalidad de ella- hay, además un bloqueo de los sistemas de control de la propia conducta. Por una parte, de la compasión, que nos hace sentirnos afectados por el dolor ajeno. El acosador carece de ella. Nuestra cultura acepta un dogma estúpido: “No quiero compasión, quiero justicia”. Es estúpido porque ignora que ha sido la compasión quien ha abierto siempre el camino a la justicia. Hasta el diccionario dice que la falta de compasión nos hace “inhumanos”. Y, desde luego, deshumaniza a la víctima, como sabe cualquier conocedor de la historia de la crueldad. También hay un bloqueo de los sistemas de control morales. Hemos desechado por negativos los sentimientos de culpa o el remordimiento, nos parece que enseñar normas limita la libertad, y no nos hemos percatado que eso era jugar a la ruleta rusa. Robert Hare, especialista en personalidades psicopáticas, piensa que estamos fomentando actitudes cercanas a las que antes se consideraban patológicas. Cuando los mecanismos de control emocional y de control moral desaparecen, solo queda el control coactivo –el código penal, por ejemplo-, que llega demasiado tarde.

Sería un contradiós pretender analizar un tema tan complejo en un artículo tan breve. Lo único que pretendo es insistir una vez más en la necesidad de comprender la realidad para poder tomar buenas decisiones y resolver los problemas. Si simplificamos las situaciones, acabaremos confiando en soluciones simples, que, al ser inútiles, cronificarán el problema y de paso tranquilizarán nuestras conciencias. Si las cosas no tienen solución, ¿para qué preocuparnos? De la misma manera que hablamos de una presunción de inocencia, debemos reclamar ante los problemas una presunción de solución.

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Únete 3 Comments

  • Jorge dice:

    Siempre interesante su reflexión, señor Marina. Yo incluira en las cosas a revisar los abusos sexuales por parte de tutores. También precisa un protocolo de actuación que los elimine de raiz.

    Soy lego en la materia y no me atrevo a opinar en absoluto, pero sí me lleva a una reflexión: ¿por qué cuesta tanto que la clase política atienda con prontitud a los problemas que surgen, o incluso se anticipe para evitar que surjan?

    En otra entrada usted abogaba por la educación de esta clase política, pero veo poco futuro en eso. Habría que articular nuestro sistema de gobierno de otra manera para que las personas valiosas como usted, que pueden y deben aportar cosas muy positivas en el campo en que son especialistas, transmitan sus conocimientos de manera que puedan corregirse mediante leyes e iniciativas los problemas.

    un saludo

  • jose antonio marina dice:

    Creo que no enfrentarse a los problemas no se debe a una mala intención ni a ninguna conspiración malvada, sino solo a incompetencia, a pereza o a ambas cosas juntas. Lo que desde un punto de vista objetivo llamamos «problemas complejos» desde un punto de vista subjetivo supone capacidad para gestionar la complejidad. Las soluciones simples, rutinarias, o pasivas son las fáciles. Y lo más fácil de todo, la capa que encubre la multitud de los pecados, es la afirmación de que el mundo es así y no tiene solución.

    • Jorge dice:

      Hola de nuevo:

      No pensaba en conspiraciones ni mala fe, sino en la ineficiencia del sistema.
      Creo que muchas veces es la estructura de una organización la que no es eficiente, más que las personas que la componen.

      Nosotros elegimos cada cuatro años a los políticos.
      Los políticos son parte de partidos con una estructura democrática pero jerárquica, pero de tipo «el ganador se lo lleva todo» (por ejemplo, Casado y su equipo versus Soraya y el suyo; idem Iglesas vs Errejón o Sánchez vs Susana). Cada vez que alguien gana una votación tipo binario, se pierde el talento de la otra parte.
      El ganador elabora las listas, que es la forma de asegurar fidelidades. Por instinto natural, un líder de una estructura piramidal y jerárquica no suele escoger personas más brillantes que él para evitar que le quiten el puesto. Cuanto más mediocre es el líder, más mediocres su equipo. Suele pasar que alguien es brillante en las intrigas necesarias para medrar en la política interna de partido (por ejemplo Casado, o Iglesias), pero carece de talento para la gestión de presupuestos y políticas administrativas. Es raro que alguien tenga los dos talentos porque suelen ser incompatibles ya que se requieren habillidades sociales e intelectuales diferentes. (Yo por ejemplo me considero un excelente gestor pero un pésimo político; puedo ser bueno en producción de campo pero no en produccoón ejecutiva; hábiil en la táctica, malo en la estrategia; tengo muchas habilidades en un campo, pero en otras soy absolutamente negado.. como casi todo el mundo excepto cuatro genios)

      El político que sea gana las elecciones y entonces tiene que «colocar» a su gente. Desde ministros hasta secretarios de estado y directores generales. Más por pagar fidelidades y equilibrios de poder dentro de su partido que por otros criterios. Este es un país (y no es el único) donde una misma persona puede ser ministra de Sanidad y luego del Ejército…, muchas veces sin tener conocimientos sobre ninguno de los temas. total, piensan, para mandar vale cualquiera (lo que además es cierto). Este ministro nombra su equipo que está igualmente a la medida de su mediocridad personal.

      El resultado es que al final de un largo proceso el Secretario de Estado de Educación termina siendo una persona que, incluso voluntariosa y medianamente inteligente, a lo mejor ni sabe de lo que va el tema o tarde año y medio en enterarse de los problemas, pues su anterior puesto político era de infraestructuras viarias o vaya usted a saber qué. Y que además tiene una cosa clara: su permanencia en el puesto rara vez tiene que ver con su eficacia en la gestión del mismo, sino con su habilidad social para seguir siendo persona de confianza de quien lo ha nombrado.

      Esa es la ineficiencia de este sistema.

      Al asumir una estructura de mando de arriba a abajo, impide que las inciativas y las soluciones venga de la gente que realmente conoce el problema, que es la que trabaja con él todos los días. La persona que decide no es alguien que viene desde la base y conoce el tema, sino alguien elegido arbitrariamente y que a lo mejor ni siquiera es su campo. No se fomenta el intercambio de conocimientos entre profesionales ni la búsqueda colectivas de soluciones, ni tampoco que los profesionales talentosos puedan medrar en la escala de mando.
      Al final todos tenemos suerte como sociedad si alguien con conocimientos dedica un montón de tiempo y esfuerzos en convencer al secretario de estado de turno de la necesidad de una reforma…, y todo eso antes de que lo cambien por otro que venga con otras ideas o incluso de otro partido.

      No sé si me explico. Me interesa mucho este aspecto poco estudiado de las estructuras de poder como fuente de la eficacia o ineficacia de un sistema y alternativas a la pirámide jerárquica.

      un saludo.

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