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Se atribuye a Francisco de Vitoria la creación del Derecho Internacional. En realidad, trata del ius Gentium, del derecho común a todos los humanos, de un Derecho mundial. A partir de Grocio, sobre todo, el Derecho Internacional se redujo a ser Derecho interestatal, perdiendo gran parte de su fuerza. Para Vitoria, todo derecho depende de una ley dada por un órgano soberano y en el caso del “derecho mundial” ese órgano soberano es el orbe entero, «totius Orbis auctoritate» (Vitoria, F. De Potestate Civili). Para Vitoria, “el mundo en su totalidad constituye una comunidad con capacidad para dictar normas con obligatoriedad universal […]  La humanidad es concebida así no solo como una única comunidad, sino también como un nuevo sujeto de derecho”, (Fernández Ruiz-Gálvez, E. “El totus orbis y el ius gentium en Francisco de Vitoria: el equilibrio entre tradición e innovación”, Cuadernos Electrónicos de Filosofía del Derecho, Junio 2017). Aunque en último término tiene su fundamento en el Derecho Natural, para Vitoria el ”Ius Gentium” se basa en el consenso racional de la communitas totius orbis.

¿Es posible que se llegue a ese acuerdo? En parte lo ha logrado la Declaración de Derechos Humanos, pero solo en parte. Y ese consenso pasa por horas bajas. La glorificación de las identidades lo resquebraja. Si las culturas son las últimas prescriptoras morales, no es posible llegar elaborar una moral universal. Pero si comparamos racionalmente los efectos de cada una de las propuestas morales, podremos comprobar que es posible distinguir soluciones mejores o peores. Eso es lo que he intentado hacer en la tercera parte de Historia universal de las soluciones.

Tenía razón Vitoria al hablar de la comunidad de todo el orbe. La unidad del género humano -que ha tardado milenios en reconocerse- puede fundarse en nuestro pasado, en nuestro presente o en nuestro futuro. En nuestro pasado, porque todos los humanos tenemos un origen común. En nuestro presente, porque todas las características físicas y mentales autorizan a considerarnos una sola especie. En el futuro, porque nuestro destino es común y los riesgos a los que nos enfrentamos son los mismos.

Pero de ahí a concedernos una facultad legislativa común, hay un gran trecho. Solo lo salta una decisión voluntarista: la mejor solución para resolver los problemas que surgen de la convivencia humana, también entre Estados, es afirmar esa capacidad constituyente en todos los humanos, y aprestarnos a elaborar y respetar una Constitución Universal.

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