20. La Constitución Universal

Luigi Ferrajoli es un respetado filósofo del derecho. Acaba de publicar ‘Por una Constitución de la Tierra’ (Trotta), en donde trata el tema que mencioné en el último post. Piensa que para resolver los problemas globales que nos afligen, necesitamos una Constitución global, una federación de los pueblos de la Tierra. Piensa que el obstáculo no son los ciudadanos, sino “los poderes arbitrarios y salvajes de los Estados soberanos” y “la ceguera e irresponsabilidad de las clases gobernantes”. Es decir, es la idea de soberanía nacional, los fervores identitarios y los poderes económicos y financieros globales, los que “se oponen a la construcción de una esfera pública a su altura”.

Una Constitución universal no significa ni un poder único, ni una homogeneización cultural, sino un sistema de garantías universales para defender los derechos, universales también. Sería la mejor defensa de las identidades nacionales, de igual manera que lo ha sido de las religiones. El derecho a la libertad de conciencia -una norma de ética laica- ha sido la mejor protección que han tenido los fieles de todas las religiones.

Lo que se resquebraja es la idea de soberanía que, como he explicado muchas veces, es un resto de una concepción absolutista del poder. Cuando Jean Bodin acuña ese concepto, está legitimando el poder absoluto del soberano. Para ello, tiene que anular las competencias políticas de los individuos. La única función de estos es obedecer. (Les six livres de la république . Fayard, 1986. I, 6, 112: “S’appelle citoyen: qui n’est autre chose en propres termes, que le franc subject tenant de la souveraineté d’autruy”.

La idea de soberanía y sus derechos absolutos se transfirieron a la Nación que de esa manera está por encima de los derechos humanos. (El poder ab-soluto está suelto, no sujeto a ninguna ley). Una Constitución Universal exigiría reducir el ámbito de la soberanía, que tendría que someterse a una legislación universal.