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PANÓPTICO

El panóptico

¿Es posible un “patriotismo dual”?

José Antonio Marina

A la Historia como ciencia le ha costado mucho trabajo liberarse de la instrumentalización política. Se la ha utilizado para fomentar la lealtad, aumentar la cohesión nacional, inflamar el orgullo patriótico o las pasiones identitarias, o para estimular el ardor bélico contra los enemigos. En ese caso no es conocer la Historia, sino “adueñarse del relato”, lo que acaba siendo importante. Esto no es cosa del pasado.

Acabo de leer una afirmación de Gilles Kepel (Universidad de Nueva York, Columbia y Paris):

“Hoy día los hechos no tienen importancia. Lo que cuenta es la visión del mundo que se defiende”.

Creo que los historiadores deberían proteger su campo de esas malversaciones.

La Panóptica intenta aprovechar las enseñanzas de la Historia para comprender el presente y ayudar a tomar decisiones para el futuro. Me parece que una de sus enseñanzas más elementales es que la Historia, vista en su amplitud temporal y geográfica, nos exige una actitud de humildad, porque es una sucesión de grandezas y miserias. Hemos progresado, pero con terribles colapsos sociales y éticos. El conocimiento de este hecho debería servirnos como estabilizador emocional, que nos alejara de las exaltaciones y de las profundas depresiones. En el colegio me hacían repetir una frase de José Antonio Primo de Rivera:

“Ser español es una de las pocas cosas serias que se pueden ser en el mundo”.

La frase sigue siendo ridícula sea cual sea la nacionalidad a la que se refiera.

Desde el Panóptico se ve que los relatos nacionales han fomentado pasiones beneficiosas, pero también pasiones destructivas. Después del hipernacionalismo que condujo a la II Guerra Mundial, el nacionalismo fue considerado una ideología criminal. Se pensó que habría sido abolido para siempre, pero no fue así. Retoñó con enorme fuerza. Antropólogos como Eib-Eibesfeldt han señalado las dificultades que plantea la ausencia de enraizamiento nacional. El concepto de nación -como todos los conceptos- es una herramienta mental para pensar u organizar la realidad, y como todas las herramientas puede usarse bien y mal. Por eso, al igual que casi todas las cuestiones humanas, el nacionalismo y el antinacionalismo exigen una pesada tarea de discernimiento, es decir, de criba, de cernido, que resulta muy difícil cuando las emociones son demasiado fuertes. La pasión es impaciente. Por eso decía Voltaire que la razón es aquello que los hombres usan cuando están tranquilos. En un delicioso libro, Albert O. Hirschman explicó que una de las propuestas de la Ilustración fue sustituir las “pasiones violentas”, como la búsqueda de la gloria o del poder, por las pasiones suaves, por ejemplo, las del doux commerce. Esa función sedante se la quiero atribuir a la Historia, que debe provocar una cierta serenidad para no dejarse arrebatar ni dejarse deprimir. Para ello debemos hacer un esfuerzo por apostatar de los relatos, como quien lo hace de una fe, e intentar conocer mejor la Historia.

Los efectos ambivalentes del sentimiento de pertenencia a una nación se manifiestan en las encontradas opiniones que provoca. Para unos, los nacionalismos son fuente inevitable de violencia; para otros, el desdén por la nación provoca una irresponsabilidad generalizada en nombre de una globalización sin raíces. Para salir de esa ambivalencia creo que deberíamos explorar una distinción antigua: la existente entre patriotismo” y “nacionalismo. Ambas nociones se han confundido, y convendría separarlas. Eso acaba de recomendar un historiador catalán, Roberto Fernández, cuya obra sobre Cataluña y el absolutismo borbónico, obtuvo en 2015 el Premio nacional de Historia.

Acaba de publicar Combate por la concordia (Espasa, 2021) en el que mantiene una postura parecida a la que mantiene este Panóptico:

“Cuando la mitad de la sociedad catalana aspira a no estar en el Estado en que quiere estar la otra mitad, sería una grave irresponsabilidad no escuchar a ambas y tratar de buscar una solución que permita el desarrollo normalizado de esa sociedad” (35).

Fernández retoma la distinción entre “patriota» y “nacionalista”, explicada por Maurizio Viroli en Por amor a la patria: un ensayo sobre las diferencias entre patriotismo y nacionalismo, (Deusto, 2019). George Orwell, que tanto amó a Cataluña, escribió:

“El nacionalismo no debe confundirse con el patriotismo (pues) aluden a cosas distintas. Por patriotismo entiendo la devoción por un lugar determinado y por una determinada forma de vida que uno considera la mejor del mundo, pero que no tiene deseo de imponer a otra gente. El patriotismo es defensivo por naturaleza, tanto militar como culturalmente. El nacionalismo, en cambio, es inseparable del deseo de poder, el propósito constante de todo nacionalista es obtener más poder y más prestigio, no para sí mismo, sino para la nación o entidad que haya recogido para diluir en ella su propia individualidad” (Notas sobre el nacionalismo)

El patriotismo puede ser plural, porque una persona puede sentirse ligada emocional y responsablemente a diferentes comunidades. En cambio, el nacionalismo es excluyente: una, grande y libre.

En Cataluña hubo siempre un patriotismo dual, que aún continúa potente. El sondeo del CEO de septiembre de 2020 muestra que el sentimiento de pertenencia del 40’6% es considerarse tan español como catalán (en la anterior encuesta era del 39’1 %), mientras que los que se sienten solo catalanes suben al 22’9 %; los que se sienten más catalanes que españoles bajan al 20’1% ; los que se sienten más españoles que catalanes se sitúan en el 4’8%, y los que se sientes solo españoles bajan de 6’55 al 5’5%.

Ese patriotismo dual, que Roberto Fernández reivindica, está en la gran tradición catalanista. John Elliot considera que ya está presente en la implicación catalana tanto en la guerra de la Independencia como en el proceso de elaboración de la Constitución en Cádiz. Antonio de Capmany, en 1808, escribe:

“¿Qué sería ya de los españoles si no hubiera habido aragoneses, valencianos, murcianos, andaluces, asturianos, gallegos, extremeños, catalanes, castellanos, etcétera? Cada uno de estos nombres inflama y envanece, y de esas pequeñas naciones se compone la masa de la gran Nación (…) España”.
(Elliott, J. Catalanes y escoceses, Taurus, 2018, p. 193)

Valentí Almirall, en el Congreso catalanista de 1880, decía:

“El catalanismo, para nosotros significa ser muy españoles, pero no castellanos, ya que estos solos no forman una nación. España es un conjunto de grandes regiones con condiciones diferentes y su grandeza depende del desarrollo de la vida, de la forma de ser y de las tendencias de cada una de ella”.

Era la opinión de los regeneracionistas catalanes, que querían desde Cataluña mejorar y modernizar España. Frances Cambo diría:

“Quiero una Cataluña grande en una España fuerte”.

¿Se puede revitalizar la idea de “patriotismo dual”?

Posiblemente sí, pero antes habría que rehabilitar la idea misma de “patriotismo”, que ha sufrido críticas que solo eran válidas para el nacionalismo. Les recomiendo que lean el libro Los límites del patriotismo (Ed. Paídos, Barcelona 2013) dirigido por Martha Nussbaum, defensora apasionada de la “ciudadanía mundial”. Alguno de los autores participantes en esa obra advierten de la necesidad de unir ambas cosas: un sentimiento de humanidad compartida, y un sentimiento de cercanía emocional y cultural.

A mi juicio, hay otra diferencia entre “patriotismo” y “nacionalismo”. Roberto Fernández insiste en la posibilidad de un «patriotismo ciudadano”, centrado en el bienestar y la dignidad individuales. El nacionalismo en cambio defiende un abstracto “bien de la Nación”. Esta abstracción es la peligrosa, porque puede acabar pidiendo el sacrificio de los ciudadanos, sometiendo los derechos individuales al imperio de unos “derechos más altos”. Reflexionar sobre el bienestar ciudadano como objetivo de la política (y no la grandeza de la Nación, o el bienestar del Pueblo) puede ser un buen enfoque para resolver el problema catalán. Carles Puigdemont parece de acuerdo con esta posibilidad, porque en La crisis catalana, (Librebooks, Barcelona, 2018) manifiesta que lo único que desea es mejorar la vida de los ciudadanos catalanes y que

“si eso fuera posible hacerlo como queremos dentro del marco de España, no pediríamos convertirnos en un Estado. Pero no es el caso”

Conviene meditar sobre este argumento condicional. Lo haremos en próximas entregas.

Únete 11 Comments

  • Gustavo A. Rodríguez dice:

    Por más vueltas que le doy no veo exclusión en ‘una, grande y libre’ ¿Dónde está mi fallo?

  • jose+antonio+marina dice:

    El problema lo plantea la palabra «una». Las unidades nacionales se han configurado de muchas maneras, casi todas coactivas. La «soberanía», que ahora nos parece la esencia de la nación, en su origen era la unión que un monarca daba al conjunto de sus territorios, que solían ser variados y heterogéneos. Así fueron las «naciones hispanas». Fue sobre todo en el XVIII cuando comienza a fomentarse el «Uniformismo nacional». Como señalo uno de los constituyentes de Cadiz: «Una sola religion, un solo rey, una sola ley». En España hubo una fuerte campaña estatal para convertir al castellano en lengua única, para favorecer así la comunicación y el comercio. En el «Diccionario histórico-geográfico», de la Real Academia de la Historia (1802), en el artículo «Navarra», se celebra el retroceso del vascuence, y tambien se defiende la desaparición de los fueros. En general, el Estado configuró la Nacion, en sentido politico., porque antes solo había «naciones» plurales, como cito en el artículo. Mazzini, un diputado del recien constituido Estado italiano lo dijo con claridad: «Ya tenemos la nacion italiana. Lo que aun no tenemos es italianos». La identidad nacional se ha fortalecido siempre por distincion de las demas naciones. Y buscarse un enemigo, por ejemplo, siempre ha sido un método fácil y eficiente de fortalecer la identidad buscada.

  • El Rastreador dice:

    Jose Luis Villacañas, en su monumental La inteligencia hispana, (T.I, p. XXII) indica que España, que consiguió tener un poder estatal unitario desde una época muy temprana, no consiguió articular una nación hasta fechas muy tardías. Cuando empezó el proceso de unificación de Italia en 1861, tan solo el 2,5% de los italianos hablaba lo que hoy conocemos como italiano. Fue necesaria una férrea disciplina para imponerlo. El Reino Unido no pretendió homogeneizar y mantuvo sus naciones componentes: Inglaterra, Escocia, Gales, Irlanda del Norte. La unificación de Estados Unidos necesitó una guerra civil. La nación no es, pues, un ente natural, sino ficticio y forzado. Solo la piedad política del abate Sieyés, en plena Revolución Francesa, pudo decir que Dios mismo las había creado, igual que había hecho con las especies animales o vegetales. Aún así, fue necesaria una potente acción estatal para unificar la nación. Según Eugen Weber – Peasant into Frenchmen:The modernization of Rural France, 1870-1914, en la década de 1860, una cuarta parte de la población de Francia no sabia hablar francés, y otra cuarta parte lo hablaba solo como segunda lengua.

  • Cortijo Enríquez dice:

    ¿Tiene que ver el “patriotismo dual” con la noción tan de moda de “interseccionalidad”?

  • jose+antonio+marina dice:

    La noción de «interseccionalidad» se ha popularizado en todas las discusiones LGTBI, y en el llamado «pensamiento woke». Se refiere a un hecho cierto: las reivindicaciones de las victimas son con frecuencia acumulativas. Una misma persona puede sufrir discriminacion por varias causas: ser mujer, trans, negra, pobre, madre soltera, con familia numerosa, inmigrante, por ejemplo. Esa «interseccionalidad» rompe la identidad única de las víctimas. El concepto de puede extender a todo tipo de identidades sociales, y en ese sentido podria aplicarse al «patriotismo dual». No soy «solo» vasco o catalán o español , o europeo, o de Toledo. Soy «interseccional». La palabra me parece fea, pero el concepto es interesante.

  • CORTIJO ENRÍQUEZ dice:

    Gracias por la explicación.

  • Javier Elzo dice:

    Perdona, querido José Antonio, pero la distinción entre nacionalismo y patriotismo, con las referencias que muestras, no pasa, a mi juicio evidentemente, de un ejercicio dialéctico que no tiene repercusión en la realidad. Básicamente porque no tiene en cuenta la realidad de los nacionalismos y de los patriotismos, que a menudo se confunden. De hecho, las principales acepciones de la RAE apenas las distinguen.

    Yo me considero un nacionalista vasco, eso sí, moderado. Soy radical de otras cosas. Porque, en contra de Orwell y otros, hay nacionalistas moderados como hay patriotas radicales.

    No es cierto que un nacionalista no piense más que en su país, nación, pueblo o el término que quieras utilizar. Es una realidad en el nacionalismo vasco de hoy, en su mayoría. Te imaginarás que es un tema que he estudiado con frecuencia.

    Más aún, y más importante. En los sentimientos de pertenencia (que considero socialmente más válidos para el análisis que los temas de nacionalismo y/o patriotismo), como lo plantean desde 1979, las Encuestas Europeas de Valores, en las que he colaborado, se formula así la cuestión, en su aplicación a España: ¿A cuál de estas agrupaciones geográficas diría Vd. que pertenece, ante todo? Y ¿en segundo lugar? Se dan cinco posibilidades de respuesta: Localidad, pueblo o ciudad en el que Vd. vive// Región, País o Autonomía en que Vd. vive// El País en su conjunto, España// Europa // el mundo entero.

    Te puedes imaginar las diferencias que se dan según qué región española.

    Quisiera añadir para terminar otra cosa: Personalmente respondería a la encuesta que en primer lugar me siento vasco y en segundo lugar español. Pero hay más. En realidad, me siento ciudadano vasco por nacimiento y por raíces personales y por la realidad en la vivo. Español por el gran número de buenos amigos españoles que tengo (entre los que te cuento), con muchos he realizado investigaciones. Además, he sido muy bien recibido en todas y cada una de las provincias españoles en las que he dado al menos una conferencia (todas las provincias menos tres). Me siento de cultura francófona por mis años en Lovaina y mis lecturas. Me siento europeo como proyecto vital en el orden geopolítico y me siento ciudadano del mundo, por católico.

    Como ves, no hay incompatibilidad entre decirse nacionalista (vasco en mi caso y no soy una excepción entre los nacionalistas vascos) con múltiples sentimientos de pertenencia. Yo tengo una identidad plural y no reniego de ninguna de ellas.

    Perdona el rollo, querido José Antonio. Te supongo agobiado de trabajo, y no te creas en la obligación de contestar.

  • José Antonio Marina dice:

    Querido Javier, tienes razón al decir que “nacionalismo” y “patriotismo” se confunden. Además, son palabras que han ido cambiando de significado a lo largo de los siglos, con lo que las posibilidades de malentendidos se multiplican. Un ejemplo puedes verlo en el articulo de Varela https://www.researchgate.net/publication/277095079_Nacion_patria_y_patrotismo_en_los_origenes_del_nacionalismo_espanol
    ¿Para qué entonces pretender establecer diferencias cuando el uso no las establece? Porque me parece conveniente precisar los conceptos más allá de las palabras que los designan, y veo con claridad la existencia de dos modos de pertenencia comunitaria. Creo que esta dualidad está ya presente en la distinción tan querida para vosotros los sociólogos entre Gemeinschaft y Gesellschaft. Hay una pertenencia política y una pertenencia afectiva/cultural/psicológica. Me he inclinado a relacionar la palabra “nación” con el significado político que tiene desde la Revolución francesa, y reservar patriotismo para la relación afectiva de pertenencia a una comunidad. Pero, insisto de nuevo, no me interesa tanto la palabra como el fenómeno.
    Posiblemente fueron los excesos del nacionalismo los que aconsejaron distinguir entre modos buenos y malos de pertenencia. a II Guerra mundial pareció dictaminar -sin duda, precipitadamente- la muerte de los nacionalismos. Recuerda la expresión de Mitterrand: “El nacionalismo es la guerra”. Un antropólogo al que aprecio mucho -Iraeneus Eibl- Eibesfeldt- en La sociedad de la desconfianza estudia el “odio a la nación” que sufrió Alemania después de la guerra. Como antropólogo le parece que no se puede olvidar la profundidad del sentimiento de pertenencia al grupo que late en todos los seres humanos. Añade que tan fuerte como el impulso a unirse es el impulso a separarse, lo que nos hace seres conflictivos, y que conocer esas pulsiones nos servirá para controlarlas mejor. A ese conocimiento es al que me gustaría colaborar. En la constitución de los grandes Estados modernos, que han tenido una obsesión unificadora y homogeneizadora, la Nación estatal (la Nación grande de la que hablaban nuestros ilustrados) se ha construido a expensas de la importancia de las “naciones afectivas”, de las “patrias chicas”, de las “naciones pequeñas”. En el “Diccionario histórico-geográfico” publicado por la Real Academia de la Historia (1802), en la entrada “Navarra” se celebra que el vascuence se hable cada vez menos, porque se considera que la uniformidad es un bien.
    La idolatría de la nación puede tener efectos demoledores, pero el “odio a la nación” puede tenerlos también, al fomentar el desarraigo y la desconexión. Harari en 21 lecciones para el siglo XXI, comenta: “El nacionalismo es un bien porque me impulsa a cuidar de mis próximos”. “Es un error peligroso imaginar que sin nacionalismo todos viviríamos en un paraíso liberal. Es mas probable que viviéramos en un caos tribal. Países pacíficos, prósperos y liberales como Suecia, Alemania y Suiza poseen un marcado sentido del nacionalismo. La lista de países que carecen de vínculos nacionales solidos incluye Afganistán, Somalia, el Congo y la mayoría de los estados fracasados” (p. 134). Por eso, no me extraña que Adenauer, convencido adversario del nacionalismo, afirmara en 1949: “No se puede sino saludar el renacer de un sano sentimiento nacional que se mantiene por las vías correctas, porque un pueblo que no posee sentimiento nacional se abandona a sí mismo”.
    Si aceptamos como única palabra para la relación de pertenencia “nacionalismo”, tenemos inmediatamente que distinguir entre “bueno” y “malo”. En tu comentario admites varios círculos de pertenencia (vasco, español, europeo, etc.). Esta pluralidad puede, sin duda, interpretarse en clave política -pertenecemos a distintas comunidades políticas: comunidad autónoma, nacional, europea, etc.- pero la categoría se queda corta porque en ultimo termino perteneceríamos a la “communitas totius orbis”, que decía Francisco de Vitoria, que es, de alguna manera la anulación de las naciones. Por eso, creo que es mas adecuado distinguir la pertenencia política y la pertenencia afectivo/cultural/psicológica. Llamar a aquella “nacionalismo” y a esta “patriotismo” es una convención que ni siquiera se si es afortunada.
    El problema, por supuesto, viene de lejos. Cuando los estoicos se consideraban kosmos polités lo que afirmaban es que cada uno de nosotros pertenecemos a dos comunidades: la local, en la que nacemos, y la universal, en la que estamos integrados por nuestra pertenencia a la Humanidad. Llamar a las dos “nación” me parece confundente. En cambio, se puede hablar de un “patriotismo dual”, en este caso, nacional y universal.
    Como verás, no me importa tanto las palabras como los conceptos que designamos con ellas, y en el plano conceptual creo que estamos bastante de acuerdo, o podríamos estarlo. Estoy mas seguro del fondo de lo que digo que de la forma lingüística. Hace ya muchos años, me invitó Jordi Pujol a dar una conferencia sobre “nacionalismo”, en un seminario que dirigía. Entonces no distinguí entre “nacionalismo” y “patriotismo”, sino entre “nacionalismo de la reivindicación”, que es centrípeto, y un “nacionalismo de la responsabilidad”, que es centrífugo. Cada uno de nosotros pertenecemos a distintos círculos de responsabilidad: nuestra familia, nuestra ciudad, nuestra nación afectiva, nuestra nación política, la comunidad europea, la humanidad. La responsabilidad es mas fuerte mientras mas cercano sea el círculo, pero no son círculos blindados ni excluyente. En circunstancias especiales alguno de los círculos puede quedar en suspenso. Si mis vecinos están en peligro, ayudarlos antecede en ese momento a la comodidad de los míos. La solidaridad con otras comunidades autónomas puede ser en un momento mas exigente que la solidaridad con los “míos”. La protección de mis conciudadanos es prioritaria a mi responsabilidad con sudafricanos, pero si un grupo de ellos se está ahogando frente a las cosas españolas, la urgencia determina la prioridad de las responsabilidades. Es la enseñanza de la parábola evangélica: ¿Y quien es mi prójimo? Puede depender de la situación.
    Gracias por tu comentario que me ha obligado a volver a pensar si tenía razón en lo que había escrito.

  • Javier Elzo dice:

    Querido José Antonio:

    Estando plenamente de acuerdo con tu último texto, con una sola nota menor de disenso, te envío este breve texto. Cuando escribes que “la “communitas totius orbis”, que decía Francisco de Vitoria, que es, de
    alguna manera la anulación de las naciones”, de acuerdo, pero si se acepta la “communitas” en su sentido mas fuerte, lo que dudo sea aplicable a toda la humanidad.

    Mi acuerdo es total es la distinción entre nacionalismo bueno y malo. También en la distinción entre nacionalismo como pertenencia política y como pertenencia afectiva/cultural/psicológica. También con la distinción entre nacionalismo de reivindicación y el de responsabilidad, aunque creo que no son necesariamente contrapuestos.

    Personalmente me siente cómodo en la distinción entre nacionalismo excluyente (que rechazo firmemente) y el inclusivo (por el que abogo). También tengo en cuenta el sentimiento de pertenencia unitario y el plural o múltiple (en el que sitúo). Con ambas distinciones llego a esta tabla de doble entrada que creo, de forma breve, se entiende bien, aunque exigiría más explicación. Pero no quiero aburrirte.

    SENTIMIENTO DE PERTENENCIA

    UNITARIO MÚLTIPLE
    Excluyente Fanatismo Localismo
    Nacionalismo Independentismo

    Inclusivo Vasquismo Glocal/Local-
    Españolismo Universalismo

  • José Antonio Marina dice:

    Me alegra mucho que hayas mencionado el tema del “vasquismo”, sobre el que tanto has trabajado. Todos tenemos una deuda de gratitud contigo por intentar defender una “racionalidad ecuménica” en momentos en que era muy difícil hacerlo. Recuerdo tu libro Tras las losas de ETA. Por una sociedad vasca justa y reconciliada. Creo que el actual gobierno vasco acierta al indicar que el vasquismo, la euskaldunización, no es un punto de llegada, sino un punto de partida hacia la universalidad.
    El Foro de Ermua en sus Papeles describía un tipo de vasquismo que yo incluiría en ese tipo de pertenencia afectiva/cultura/psicológica, al que he llamado “patriotismo”:
    un vasquismo que no olvida que el eje de la construcción de España se trazó de norte a sur: nadie nos conquistó, ciertamente, antes, bien al contrario. Por ser integrador, es un vasquismo plural. Es un genuino ser vasco, que integra sin exclusión: no necesita esconder siglos de historia, ni apellidos del árbol genealógico detrás de ridículas “K” que camuflan complejos. No niega nada, ni excluye a nadie: cabemos todos, trabajando juntos, con lealtad —eso sí, sin mentiras ni trapisondas— con respeto y en libertad. Porque nuestra sociedad no necesita procesos de pacificación sino ciudadanos educados en la verdad: porque no hay libertad sin verdad, ni se cultiva la paz entre mentiras.4

    La “pertenencia a una entidad política” va por un camino diferente: eso es lo que quería subrayar. Otro día hablaré de la postura de Hannah Arendt, que sostuvo que cuando la Nación se apropia del Estado, se abrió el paso al totalitarismo. Hoy solo quiero agradecerte que nos hayas dado pistas para reflexionar.

  • jose+antonio+marina dice:

    EL PAIS (16.7.2021) publica un artículo de Pablo Orgaz titulado «La paradoja de Euzkadi: menos independentismo, mas nacionalismo». Se refiere al hecho de que «nunca antes tantos vascos habían rechazado separarse de España, mientas que el apoyo a PNV y Bildu bate records en una sociedad pos-ETA». Esta nueva situación me parece beneficiosa si se trata de un «nacionalismo bueno», por seguir con la expresión utilizada antes. De lo contrario, será un mero altibajo y el independentismo retoñará con las mismas caracteristicas que tiene ahora. Una de las personas entrevistadas-Maria Silvestre, directora del Deustobarómetro- interpreta ese cambio porque «ahora la sociedad vasca prioriza la estabilidad política, y está mas preocupada por la covid, el desempleo o las condiciones laborales». Ante esta preocupación, el independentismo suele responder que la única manera de resolver esos problemas sociales y económicos es con la independencia, y esto me parece un TEMA ESENCIAL. ¿Es verdad que una posible independencia supondría una mejora inmediata en la gobernanza de Euskadi? ¿Es la independencia la única manera de proteger la identidad cultural? La fe independentista afirma que sí, la fe no independentista afirma que no. Como siempre, es preciso acudir a la fe cuando no se tienen datos para confiar en el conocimiento. Conviene recordar que la sociologia politica indica que es mas fácil llegar a consensos ciudadanos cuando se habla de políticas concretas que cuando se habla de posturas ideológicas. «Volver a lo concreto» fue el grito de guerra de mi maestro Edmundo Husserl, y su consejo sigue vigente.

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