La llamada Ley trans pretende proteger el derecho a la autodeterminación sexual de las personas trans, permitir el cambio registral de sexo sin necesidad de pruebas médicas o psicológicas. Está en línea con la despatologización de la transexualidad que aprobó la OMS en 2018 y con cambios legislativos recomendados por la UE. El pasado año la Comisión Europea publicó un informe sobre el tema (Legal gender recognition in the EU: the journeys of trans people towards full equality)
Sin embargo, el proyecto de Ley, presentado por Unidas Podemos, no solo ha sufrido críticas de los partidos conservadores, sino dentro del propio gobierno que va a presentarla. En junio del pasado año, el Partido Socialista presentó un argumentario de su rechazo a algunos puntos de la ley. “El activismo queer -dice- desdibuja a las mujeres como sujeto político y jurídico, poniendo en riesgo las políticas de igualdad entre mujeres y hombres y los logros del movimiento feminista”. ”El denominado “derecho a la autodeterminación de la identidad sexual carece de racionalidad jurídica”.
Para que un ciudadano pueda pronunciarse ante esta ley debería poder contestar a un test de urgencia: ¿Cuál es la diferencia entre sexo, género y transgénero ¿Por qué la Iglesia Católica considera que la “ideología de género” es una creación diabólica? ¿Por qué el feminismo clásico cree que la Ley trans va en contra de la mujer? ¿Qué es la ideología queer? ¿Qué es la “reasignación sexual? ¿Y el género no binario? ¿Por qué el Partido Socialista piensa que la autodeterminación sexual carece de racionalidad jurídica?
Para comprender este entramado de ideas necesitamos conocer su genealogía. Durante la mayor parte de la historia ha existido una estructura patriarcal que sometió a la mujer a una situación de dependencia al varón. En España, hasta el cambio legal de 1975, la mujer casada debía estar sometida al marido “por la potestad de dirección que la naturaleza, la religión y la historia le atribuyen”. Se intentaba legitimar la discriminación basándose en el derecho natural. Los primeros movimientos feministas, que comienzan con la revolución francesa y se consolidan con los movimientos sufragistas, lo que reclaman es la igualdad de derechos. Acusan a la sociedad de haber convertido en “naturaleza” (que a su vez se consideraba fuente de derechos) lo que era simplemente una creación cultural, un mecanismo de poder. Por ello, con muy buen acuerdo, insistieron en separar el “sexo” biológico, de todas las interpretaciones, roles, y discriminaciones culturales a que la mujer estaba sometida, y llamaron a toda esa superestructura cultural “género”. A partir de la Conferencia de Beijing de 1995 se generalizó esta distinción. Simplificando: “macho/hembra” son características biológicas; “varón/mujer” son características culturales. Simone de Beauvoir acertó con una frase que hizo fortuna: “La mujer no nace, se hace”. Esta frase era más complicada de lo que parece a primera vista, porque Beauvoir era existencialista, es decir, consideraba que los humanos no tienen naturaleza, sino solo historia y eso, como veremos, va a tener repercusiones.
Conforme las mujeres fueron consiguiendo la igualdad -al menos legal- apareció un feminismo de la diferencia.
Las mujeres no tenían por qué ser “iguales a”, porque eso suponía tomar como modelo a imitar el masculino. La igualdad en derechos debía ir acompañada de una definición autónoma de la propia identidad, basada en características exclusivamente femeninas, la principal de ellas, la maternidad. La mujer debía reclamar, por ejemplo, unos derechos especiales: los reproductivos. Era, en cierto modo, retornar a la naturaleza y a partir de ella crear una cultura femenina. Coincidió con el éxito de la obra de Carol Gilligan (In a different voice) que frente a la “ética de la justicia” (masculina) defendía una “ética del cuidado” (femenina).
Es difícil no estar de acuerdo con estas propuestas, pero a partir de ellas las cosas fueron complicándose. Muchas feministas pensaron que la dominación patriarcal se mantendría mientras se admitiera la estructura binaria “macho-hembra”. La noción de “género”, que había sido tan emancipadora, mantenía a su juicio ese pecado de origen. Había que ir más allá (trans) del género. Mientras tanto, había aparecido el interés por los estados “intersexuales”. Michel Foucault, un gran “influencer” en este asunto, publicó el diario de una persona hermafrodita del siglo XIX, Herculine Barbin. Obligada a sufrir una “asignación de género”, no pudo soportarlo y se suicidó a los 29 años. Esta trágica historia le hizo preguntarse ¿por qué se le obligó a hacerlo? Porque una imposición del poder médico, político, religioso- exigía que todo el mundo tuviera un sexo u otro. Esa normatividad del sexo le pareció injusta en el caso de Herculine Barbin y en el en muchos otros, a los que se consideraba “anormales”. Fue contra esta categoría contra la que dirigió sus ataques.
La estructura binaria expulsaba de la sociedad a muchas personas por razón de su biología, o de su orientación sexual. Había pues que librarse de esa fuente de injusticias.
Estas personas maltratadas reivindicaron sus derechos -junto a las discriminadas socialmente por otras razones como la raza. Aparece así un concepto importante en la historia que estoy contando: la transversalidad, la interseccionalidad. Todas las victimas pertenecían a una misma clase. Una frase de Paul B. Preciado lo resume: ”Se trata de desaprender la cultura normativa y de acrcarse a la cultura indígena, a la anticolonial, a la antifascista”. (Yo soy el monstruo que os habla, Anagrama, 2021). A todos les iguala exigir el reconocimiento de su identidad y el respeto a sus derechos. Los trans ya no querían ser como los “cis” (los que estaba de acuerdo con el sexo asignado al nacer), ni los negros querían ser como los blancos. Se empieza a pensar, incluso, que intentar la reasignación de sexo por procedimientos quirúrgicos era una cierta aceptación de lo binario. Lo importante es fortalecer la propia identidad contra todas las otras. Este planteamiento conflictivo debe tenerse en cuenta para comprender lo que está sucediendo. La filosofía “woke”, que se extiende por muchos campos universitarios estadounidense tiene como lema: “Stay woke”.Se trata de ver el mundo desde la propia identidad, que se ha convertido en el tema central, como señaló una de las autoras mas influyentes sobre la nueva filosofía de género: Judith Butler. No se pretende llegar a un acuerdo, ni resolver un problema. Se trata de afirmarse y la manera más clara de hacerlo es enfrentándose.
La identidad sexual
Es en ese momento del proceso cuando la transexualidad pasó a primer plano, porque llamaba la atención sobre un problema que había pasado inadvertido, confundido con otros: la identidad sexual. Había personas que sentían que estaban en el cuerpo equivocado, que se sentían hombres en cuerpo de mujer o mujeres en un cuerpo masculino, y que eso les hacía sufrir enormemente. Su malestar se denominó “disforia de género” y fue incluida en el repertorio de trastornos mentales, es decir, utilizando la terminología de Foucault, el “poder normativo de la medicina” lo consideraba “anormal”. El movimiento trans -al igual que el de defensa de los derechos homosexuales- se enfrentó a lo que consideraba una tiranía discriminatoria, cuyo origen era el viejo sistema patriarcal, y el sistema binario en el que se fundaba. Había que desmontar -deconstruir fue la palabra- este sistema, defender lo que en el proyecto de ley trans se denominan “múltiples identidades sexo-genéricas”. Había, sin embargo, una dificultad: eliminada la creación cultural del “género”, quedaba una referencia ineludible a la diferencia biológica del sexo, más difícil de eliminar. Aquí intervino de nuevo la filosofía, que había promovido la idea de que todo era “construcción social”, incluida la naturaleza. Estas exageraciones dieron lugar a algunos episodios cómicos como el “escándalo Sokal”, que pueden consultar en Internet. Estas ideas permitieron al movimiento trans dar un paso mas: la biología es cultura también. No hay un cuerpo femenino ni uno masculino, todo eso es una creación.
¿Cuál es la diferencia entre sexo, género y transgénero? ¿Por qué la Iglesia Católica considera que la “ideología de género” es una creación diabólica? ¿Por qué el feminismo clásico cree que la Ley trans va en contra de la mujer? ¿Qué es la ideología queer? ¿Qué es la “reasignación sexual? ¿Y el género no binario? ¿Por qué el Partido Socialista piensa que la autodeterminación sexual carece de racionalidad jurídica? Las respuestas se las enviaré la semana que viene.
Y, por lo tanto, cada persona puede decidir sobre su identidad sexual. Todo lo demás es discriminación impuesta por el poder. Todo es trans: transexual, transgénero, transidentidad. Es el reino de la libertad absoluta.
La euforia de la libertad absoluta defendida por el existencialismo, retoña. No hay obligación de tener una identidad ni sexual ni de género. Vivimos en un mundo líquido. La autodeterminación es total. Quien decida ser mujer, que lo sea, pero como una variante más. Habíamos llegado a la ideología queer, un movimiento en contra de toda normatividad en las identidades sexuales.
Es en este punto cuando el movimiento feminista clásico se indignó. ¡Cómo que las mujeres eran una variante mas voluntariamente elegida! ¿Y la lucha por la igualdad, por los derechos, por la no discriminación, que habían llevado durante tantos años? La ideología trans y queer no hubiera sido posible sin sus logros, pero ahora se convertían en movimientos matricidas. La mujer como sujeto político era deconstruida, anulada, convertida en una variante más de una panoplia de identidades líquidas. Ni siquiera eso, porque en el movimiento LGTBIQ no figuraba una M de mujer. De nuevo eran excluidas.
La libertad de elección sexual no dejaba de plantear problemas.
Las reivindicaciones trans se fundaron al principio en que no eran un capricho sino un modo de ser no elegido, innato, aunque no se haya podido descubrir ningún determinismo genético. Hacer depender los derechos de algo que era una elección de la voluntad personal debilitaba la postura trans. Los historiadores de la filosofía saben con que pasión discutieron los teólogos medievales si lo justo y lo injusto dependían de la voluntad (en ese caso de la voluntad divina). Concluyeron que admitirlo legitimaba la arbitrariedad. Otra dificultad del movimiento queer es que no se sabe qué hacer con la maternidad, que empieza ser ahora la gran discriminada. Incluso se empieza a poner en cuestión la solución trans -ocurre lo mismo con parejas gais- de acudir a vientres de alquiler, porque admite un “binarismo” clasista y utilitario. A Preciado -lesbiana radical, individuo de género no binario, y hombre trans desde 2018- le sorprende que el feminismo reivindique “el cuerpo femenino como entidad reproductiva”. “Lo que supuso la opresión de las mujeres durante siglos ahora está siendo utilizado por el propio feminismo como el factor que determina si alguien es mujer o no. Agarrarse a ese naturalismo es su único recurso”. La solución para Preciado es el transfeminismo. “Transfeminismo o barbarie” es el título de un libro publicado por la editorial Kaótica.
Así está la situación. Ahora podemos responder a las preguntas del test. Pero las respuestas se las enviaré la semana que viene.
Sin embargo, queda pendiente la cuestión de cómo presentar este tema en la educación. La revisión me confirma en la idea de que hay una parte clara -la necesidad de respetar los derechos- que debe fomentarse en la escuela, y otra parte menos clara -las confusas tesis filosóficas, las declaraciones ontológicas-, que no deben introducirse. Pero creo que tendré que seguir estudiando el tema.
Hago un esfuerzo pero el asunto me supera, en general son individualista y liberal. Pero el individualismo y liberalismo funcionan cuando en general se es razonable, respetuoso y sensato. Más concreto, que cada quien haga lo que quiera pero que no se meta con los demás, sin embargo en estos asuntos modernos del género sexual no es posible no afectar a terceros, porque hay estas personas quieren tener hijos, o adoptar, que se les acepte en los trabajos y escuelas y entrar a baños de géneros que no les corresponde, o participar en deportes como mujeres, siendo físicamente hombres, lo que supone una ventaja para elles y desconcierta a las demás competidoras, etc. ¿Dónde están los derechos de los que todo eso nos parece un absurdo y nos pudiera afectar
Siempre que se reconoce a alguien un derecho, todo el mundo queda afectado, sin duda. Si se reconoce el derecho a la educacion, a la sanidad, o al subsidio de paro, alguien lo va a pagar. Y el deber es justo, si el derecho es justo tambien. Pero los problemas que plantea la transexualidad son difíciles de resolver. En efecto, una cosa es regular la inscripción registral, reconociendo el derecho de una persona a elegir el sexo con que quiere figurar en él, y otra las consecuencias que provoca. Algunas tienen facil arreglo. El asunto de los baños podía resolverse con baños unisex individuales. Caro, pero viable. Pero el tema del deporte es especialmente difícil. Martina Navratilova provocó las iras de los movimientos LGTBIQ, de los que, como lesbiana y bisexual habia sido embajadora, al decir que no le parecía aceptable tener que jugar con una mujer trans, porque sus caracteristicas biologicas la favorecían. Está claro que esto solo sucede con las mujeres trans, no en los hombres trans. Los cambios que el COI ha hecho en su legislacion para participar en los Juegos Olimpicos es una demostración de la dificultad del tema. Hasta 2003 solo podían participar las personas trans operadas y que se hubieran sometido al menos durante dos años a terapia hormonal. En 2015 esto cambió y solo se exigió un nivel de testosterona inferior a 10 nanogramos por mililitro de sangre en los 12 meses previo a la competición. El proyecto de Ley trans, sin embargo, prohibe hacer pruebas de «verificación de sexo» a los atletas, lo cual puede incluir las mediciones de testosterona. Algunos juristas opinan que «competir en las Olimpiadas» no es ningún derecho que se pueda reclamar, pero no se trata en realidad de eso, sino de si se puede discriminar a alguien por ser trans. Creo que este problema no está resuelto todavía y no sé bien como se va a resolver.
Me parece muy interesante la referencia a la teología medieval: en algunos de estos asuntos resuenan los debates entre nominalistas y realistas. Creo que sería enriquecedor profundizar en el impacto que sobre esta situación ha tenido el pensamiento posmoderno en sus derivas más extremas. Muchas gracias.
El tema que planteas es muy interesante. La polémica medieval entre realistas y nominalistas parece muy lejana, y sin embargo está en el centro de muchos problemas actuales, como traté en el artículo «Defensa del nominalismo político». Tomar como reales ideas abstractas, como Nacion, Pueblo, Clase, Casta, Raza,- y no como conceptos colectivos, ha dado lugar a todo tipo de idolatrías politicas. En «Tratado de filosofía zoom» defendí que la inteligencia humana conoce y maneja la realidad mediante irrealidades pensadas. Las ecuaciones con las que se calcula la resistencia de un puente son «ideales», pero nos sirven para calcular la realidad. Considerar la ideas como «ficta», como ficciones, fue obra de Ockham, que en este sentido es padre de la filosofía moderna. Conocemos la realidad mediante los significados que inventamos,. Pretendemos que se adecuen cada vez mejor a ella: asi es la marcha de la ciencia. El postmodernismo rechazó esa vinculación a la realidad como referente, y se quedó en el mero significado: Todo es a su juicio construcción social, y la eleccion de un significado u otro es una decisión de la voluntad. Ese es el lazo que también desde Ockhan relaciona nominalismo y voluntarismo. El eslabón más débil de la cadena, aquel por donde se rompe el argumento es el problema del error. El error supone que ciertos significados voluntariamente elegidos por nosotros resultan invalidados por la realidad. Tenemos por ello que distinguir entre las «ficciones verificadas» y las «ficciones fantásticas». y, en el plano ético, las «ficciones salvadoras» (como los derechos humanos) y las «ficciones destructoras» (como algunas teorías identitarias).