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PANÓPTICO

El panóptico
El privilegio blanco Woke 42 y el wokismo

A mediados de la década de 1990, se introdujeron en las universidades cursos sobre la “blanqueidad” (en inglés whiteness, en francés blanchité), impulsados por el movimiento descolonizador. Su fin es denunciar la construcción social de la “superioridad racial blanca”, utilizada para justificar la discriminación contra los no blancos. Peggy McIntosh, en su libro de 1987 White Privilege: Unpacking the Invisible Knapsack, argumentó que las ventajas sociales concedidas a los blancos no son percibidas por ellos. “Creo -escribe- que a los blancos se les enseña cuidadosamente a no reconocer el privilegio blanco, como  a los hombres se les enseña a no reconocer el privilegio masculino. Así que he comenzado estudiar en qué consiste tener privilegios blancos. He llegado a considerarlo como un paquete invisible de activos heredados, que puedo estar cobrando casa día, pero sin dame cuenta”.

Para rediseñar los sistemas sociales, primero debemos reconocer sus dimensiones colosales invisibles. Los silencios y negaciones que rodean los privilegios son la herramienta política clave aquí (McIntosh)

El movimiento woke defiende que ese “privilegio blanco” no ha desaparecido, como no lo ha hecho el espíritu colonial. Por eso, reclama la necesidad de campañas de “descolonización y de desblanqueamiento mentales”, para conseguir eliminar una injusticia estructural y en parte ya inconsciente. Están de acuerdo con lo dicho por McIntosh: «Para rediseñar los sistemas sociales, primero debemos reconocer sus dimensiones colosales invisibles. Los silencios y negaciones que rodean los privilegios son la herramienta política clave aquí. Mantienen un pensamiento incompleto sobre la igualdad o equidad, protegiendo la ventaja no ganada y admitiendo la dominación al hacer de estos temas un tabú».

Relacionado con el “privilegio blanco” está el concepto de “fragilidad blanca”, acuñado por Robin DiAngelo. El título de su libro más popular deja en claro de qué se trata: White Fragility: Why It’s So Hard for White People to Talk About Racism,(2018). Acusa a los blancos de sentirse amenazados al hablar de racismo y de poner en marcha procesos de autodefensa.  El éxito del wokismo ha hecho que muchas grandes empresas estén dando a sus empleados cursos para librarlos de la “blanqueidad”, de la “fragilidad de ser blanco”, que les hace ser inconscientes de su privilegio innato, de su racismo estructural.

Nos encontramos de nuevo con la paradoja del pensamiento woke: una iniciativa justa queda frustrada por su exageración y su aplicación. En una reciente entrevista, Rama Yade, la primera mujer de ascendencia africana que ocupó un ministerio en Francia, afirma que “el racismo está por todas partes y define al wokismo como un noble combate por la justicia y la igualdad, que debía enorgullecer a la patria de los Derechos humanos”. A la pregunta de si existe en Francia el “privilegio blanco”, responde tajantemente: “Sí y usted se está beneficiando de él (…) Yo no digo que usted sea responsable, porque lo ha heredado. Pero se hace responsable a partir del momento en que, habiendo tomado conciencia de ello, usted no hace nada y sigue disfrutándolo tranquilamente”. Esta me parece la parte acertada del movimiento. Tomemos el caso de la ideología patriarcal. ¿Eran machistas nuestros abuelos? Sin duda, pero no eran conscientes de ello. Habían heredado un conjunto de creencias y de costumbres que aceptaban con naturalidad. Por eso fue necesario un esfuerzo de concienciación, como ha ocurrido con otros muchos temas.

Introducir una “cultura de la cancelación”, descalificar en bloque la cultura occidental por ser blanca, patriarcal, machista, opresora y colonialista, supone cancelar también sus grandes creaciones.

Durante todo el periodo colonial, se creó el mito de “la carga civilizadora del hombre blanco”, cuya mezcla de sinceridad e hipocresía he estudiado en Biografía de la inhumanidad. Es indudable que la cultura occidental ha supuesto una valoración desmesurada de los varones blancos. Es indudable también, como acaba de explicar Thomas Piketty, que la revolución industrial y la dominación occidental del mundo en el siglo XIX y parte del XX se fundó en un sistema esclavista y colonizador. Y es indudable también que muchas naciones han intentado olvidar esas páginas tristes de su historia. Pero introducir una “cultura de la cancelación”, descalificar en bloque la cultura occidental por ser blanca, patriarcal, machista, opresora y colonialista, supone cancelar también sus grandes creaciones: la universalidad de los derechos, la razón como modo de verificar los conocimientos, la objetividad como esencia de la justicia, el pensamiento crítico, es decir, todo aquello que puede legitimar al mismo pensamiento woke.

El estudio de la Panóptica -la Ciencia de la evolución de las culturas– y su inclusión en los planes educativos, nos permitiría aprender del pasado, para lo que es preciso no cancelarlo, pero tampoco justificarlo ciegamente para defender orgullos nacionales.