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6.4.2022.- La Historia de los deseos como sistema filosófico.

Estoy redactando el primer capítulo de El deseo interminable, titulado “Cuestiones de método”. Empieza así: “Los humanos obran siempre tendiendo a un fin”, advirtió Aristóteles. Pues bien, a ese enlace dinámico, a esa intención, a ese “tender hacia”, que se da entre el deseo y su meta, vamos a darle un nombre que puede resultar grandilocuente: “búsqueda de la felicidad”. Podríamos llamarlo simplemente “búsqueda de la satisfacción”, pero eso ocultaría el hecho de que esa satisfacción puede saciar “un” deseo, pero no la capacidad de desear. Esto solo podría hacerlo algo misterioso que llamamos “felicidad”. El deseo interminable busca la felicidad como la flecha el blanco. Quiere descansar en ella. Los teólogos medievales interpretaron esa infinitud del deseo como una nostalgia de Dios, único Ser capaz de colmarlo. Un ateo confeso como Sartre, lo recogió a su manera al afirmar: “el hombre es el ser que proyecta ser Dios” (1943, p.6126), para añadir a continuación:” por eso es una pasión inútil”. Prefiero decir, una pasión interminable.

Recordaba la cita de Sartre vagamente. Hace ya muchos años, estudié intensamente su obra e incluso escribí una biografía filosófica suya, para mostrar hasta qué punto su sistema filosófico es un modo conceptual de contar su vida. No la publiqué y debe de estar perdida en algún cajón. Para buscar la referencia sin moverme del ordenador, he consultado Google, que me ha remitido a un buen artículo de Sebastián Salgado, titulado: “La definición del deseo como imposibilidad ontológica del sujeto. Spinoza y Sartre”. Su lectura me ha inquietado, porque en El deseo interminable encuentro restos de estos dos autores, que conocí muy bien, pero hace ya mucho tiempo.

Creo que, al comprender la experiencia histórica, esa permanente búsqueda de la felicidad, estoy consiguiendo, como destilado mágico, un verdadero sistema de filosofía.

Mi memoria, pues, me está proporcionando ocurrencias que vienen de muy lejos. Además, animan mi veta megalómana, porque me hacen pensar que la Ciencia de la evolución de las culturas que está por debajo de El deseo interminable es la versión actual de la filosofía como ciencia. Y esto son palabras mayores. Creo que, al comprender la experiencia histórica, esa permanente búsqueda de la felicidad, estoy consiguiendo, como destilado mágico, un verdadero sistema de filosofía. No debería extrañarme. Filo-sofía significa etimológicamente “deseo de sabiduría” y “sofía” era la encargada de conducirnos a la eudaimonia, a la felicidad. Las culturas son el intento de hacer real esa pretensión, en los hombres, en sus costumbres, en sus creaciones. Ya sé, ya sé que esto se parece a las teorías de otros megalómanos evolutivos (san Agustín, Vico, Hegel, Marx), pero mi método inductivo, pegado a los hechos, espero que me proteja de sus excesos.

Volviendo a Spinoza y a Sartre, ambos filósofos, con lenguajes diferentes, se refieren a un mismo hecho: los deseos humanos son la clave de todas nuestras creaciones. En esta afirmación hay que incluir todos los valores afectivos, económicos, estéticos y éticos. “Nosotros no intentamos, queremos, apetecemos ni deseamos algo porque lo juzguemos bueno, sino que, al contrario, juzgamos que algo es bueno porque lo intentamos, queremos, apetecemos y deseamos”, escribe Spinoza (Ética, Trad. dc Vidal Peña. Alianza, Madrid, 1987. P. 183). ¿No nos condena esto a un relativismo subjetivo? No, porque incluso la búsqueda de la objetividad o de la justicia tiene su origen en las necesidades y deseos humanos. Este es el nervio de la historia. Sartre es más tajante. “Guardémonos de considerar los deseos como pequeñas entidades psíquicas que habitarían la conciencia: son la conciencia misma en su estructura original, proyectiva y transcendente, en tanto que es por principio conciencia de algo” (El ser y la nada, 1989, p.580). Recuerden que Aristóteles definía a los humanos como “inteligencias deseantes” o “deseos inteligentes”.

Spinoza atribuye a las pasiones el hecho de que los humano puedan ser enemigos. “Solo concuerdan necesariamente cuando viven bajo la guía de la razón” (Ética IV, 34). La Evolución de las culturas es un intento -muchas veces frustrado- de conseguir esa unidad, de alcanzar sosiego en verdades y normas universales que permitan, a su vez, la búsqueda libre de proyectos privados de felicidad. La historia es un tratado práctico de Ética. Y también de Psicología, pero de esto hablaré mañana.

Por su parte, Sartre insiste en el carácter de carencia que tiene el deseo. Platón había dicho metafóricamente que Eros era hijo de Poros (la riqueza) y Penia (la pobreza). Sartre solo se fija en la carencia. A su juicio, el ser humano es una absoluta carencia, un vacío absoluto que busca una absoluta plenitud. Un comentarista de su obra afirma: “Lo que el deseo busca es la coincidencia de la persona deseante consigo misma, es decir, la plenitud del ser, el estado en que todos los deseos cesarían para dar paso a la felicidad y la autosuficiencia” (Tarditi, C. (2004). “Manque d’être, désir et liberté : pour une comparaison entre Jean-Paul Sartre et René Girard”. Le Philosophoire, 2004, 2 (23), 238-251).

Lo que Sartre resume en abstracto, quisiera desplegarlo en una historia concreta.

POSTDATA PEDAGÓGICA: La ciencia de la evolución de las culturas nos permitiría integrar en un mismo currículo todas las humanidades (Historia, arte, economía, política, religión, tecnología, ciencia, y filosofía). Es la cuadratura del círculo.