Las ocurrencias tienen un estatus psicológico complicado. Son mías, porque se me ocurren a mí, pero no son del todo mías, porque no las domino. A todos nos gustaría tener ocurrencias brillantes, animosas y alegres. Pero llegan cuando llegan y como llegan. ¿De dónde vienen? Descubrirlo ha sido el centro de mis investigaciones, desde que escribí Elogio y refutación del ingenio. Vienen de ese núcleo central de la inteligencia que es la “memoria de trabajo”, la “working memory”. De ella emergió la ocurrencia de escribir un libro para descubrir las claves emocionales de la historia humana. De ella también emergió la idea de que la clave más importante está en los deseos. Los deseos son la conciencia de una necesidad o la anticipación de un premio. En ambos casos guardan el secreto de nuestro comportamiento.
Cuando Spinoza dijo “la esencia del hombre es el deseo” tenía toda la razón. La última raíz de los deseos más fundamentales se nos escapa. ¿Por qué sentimos deseos de componer o escuchar música, de oír o contar historias? ¿De dónde viene el deseo de poder, o la ambición o la necesidad de inventar religiones?
Tal vez lo que debería escribir es una historia de los deseos humanos, porque también ha evolucionado. David M. Buss escribió La evolución del deseo, un estudio sobre sexualidad y elección de pareja. ¿Qué desean las mujeres? ¿Qué desean los hombres? Creo que lo que debería escribir es una “historia de los deseos”. ¿Qué deseaban los humanos en cada situación social, a lo largo de los siglos? Sin duda, no fueron iguales los deseos de un esclavo que los de su dueño. Llevo unos días pensándolo. He llegado a la conclusión de que esa historia es necesaria, pero que su lugar está dentro de la crónica sobre la “búsqueda de la felicidad”, porque con este término designamos el “campo de fuga” hacia el que se dirigen todos los deseos.
Hace algún tiempo leí «Psicología de la invención en el campo matemático» ( Jacques Hadamard; 1945) y cual sería mi sorpresa cuando encontré algo que se ajustaba a mi forma de pensar. Para Hadamard la secuencia que conduce al descubrimiento comienza con un bombardeo aleatorio de ideas que la propia mente termina por filtrar inconscientemente desde las más improbables hasta aquellas que tienen una elevada probabilidad de ajustarse a lo que venimos buscando. Llevado al campo de los deseos, una reformulación de su idea vendría a decir que la mente es un bombardeo constante de deseos algunos de los cuales no son siquiera considerados (una casa en la luna me haría muy feliz), otros pueden emerger como una remota posibilidad (una Biblia de Gutemberg me haría muy feliz) y otros, en cambio, tienen una gran probabilidad de ser satisfechos (una cerveza me haría muy feliz) y contribuyen a la ataraxia una vez satisfechos (soy feliz, he conseguido la felicidad).
El hombre sabio es aquel que observa, con o sin regocijo, cómo su propia mente se esfuerza en «bombardear» incansablemente.
Finalmente quisiera añadir –ya que tengo esa posibilidad– que la inmensa mayoría de las mentes que han poblado la tierra y que han contribuido a su manera a «la evolución de las culturas» no se han sentido atraídas por la búsqueda de la felicidad si no por la necesidad de sobrevivir (y paradójicamente fueron los que sostuvieron los grandes imperios civilizadores). Sin embargo la búsqueda de la felicidad tiene más sentido en un contexto donde el abanico de oportunidades reales está bien nutrido. Y dentro de este contexto aquellos que pudieron disponer de amplias masas de trabajo ajeno fueron los que dirigieron la evolución de las culturas según el ritmo marcado por sus propias «bombas de deseos».