Al preparar el próximo podcast, dedicado a las competencias intelectuales que debe tener el político, aparecieron dos palabras que vale la pena estudiar, porque el léxico es el sedimento de una experiencia secular: “oportunidad” y “ocasión”. “Oportunidad” significa etimológicamente “estar frente a un puerto”, es decir, a punto de encontrar la seguridad. “Puerto” también significa “paso entre montañas”, lo que indica una salida, la posibilidad de alcanzar una meta. Una de las habilidades del buen político es encontrar esas posibilidades, esas salidas. En el post dedicado a Kissinger ya he mencionado su opinión de que el gran estadista es el que encuentra oportunidades cuando otros solo ven caminos intransitables. Su talento consiste en convertir los conflictos en oportunidades y conocer qué punto de la situación puede convertirse en fulcro donde apoyar la palanca que pueda producir algún cambio.
Napoleón hablaba del coup d’oeil como “ don de ser capaz de ver de un solo vistazo las posibilidades que ofrece la situación”.
La percepción de posibilidades es una importante función creadora de la inteligencia, en especial de la inteligencia emprendedora, política, o creadora en general,
Me parece evidente el interés de este tema para la Historia Universal de las soluciones que estoy escribiendo. Napoleón, y en su estela Clausewitz, pensaban que el buen general necesitaba un “coup d’oeil” que le permitiese descubrir las posibilidades de la situación y tomar decisiones acertadas. En un campo tan móvil como la política esas decisiones deben tomarse en el momento justo, en la “ocasión” oportuna.
Esta palabra activa parte de mi Archivo y, en cierta manera, me rejuvenece porque me lleva treinta años atrás cuando estaba escribiendo Elogio y refutación del ingenio y estudiaba la obra de Baltasar Gracián (ayudado por los trabajos de Aurora Egido). Gracián toma como ejemplo de políticos a Fernando el Católico quien “gobernó siempre a la ocasión, el aforismo máximo de su política” (El Político, p. 66. Cito según la edición de sus Obras completas, ed. Turner, Bibliotec Catro 1993). Lograr la ocasión sirvió a la política de unificación y expansión de los Reyes Católicos. Un pasaje de El Criticón refuerza esta estrategia: “Mas ofreciose luego ocasión y sazón de ir sirviendo a la gran Fénix de España, que iba a coronarse de águila al imperio” (Criticon, I. xii, p. 180). Andrés Mendo, en su Príncipe Perfecto y Ministros Ajustados (Lyon, 1662), bajo el “Lema: Ceder al tiempo”, coincide en que el rey Fernando gobernó siempre a la ocasión: “La mayor cordura del príncipe es aguardar la ocasión, ceder al tiempo, sufrir con paciencia y disimular hasta la sazón oportuna. Por eso tomó por símbolo el rey Fernando el Católico un brazo con un martillo que da en un yunque inmóvil”. Gracián no tiene dudas al poner a Fernando como paradigma de político: “No hubo hombre que así conociese la ocasión de una empresa, la sazón de un negocio, la oportunidad de todo”.
Gracián relaciona la oportunidad, el gobernar según la ocasión, con el “ingenio en acción”: “Consiste el sutilísimo artificio en hallar el único medio con que salir de la dificultad, en descubrir el raro modo con que desempeñarse” (Agudeza y arte de ingenio, XLV, pp. 650-651), y añade después que: “No se sujeta a preceptos este artificio, por ser tanta su variedad y depender los medios de las ocasiones” (Ibid.)
Este gobernar “a la ocasión” da una importancia decisiva al estudio del caso concreto. Vamos a encontrarnos con un claro ejemplo de cómo los conceptos forman redes y del interés que tiene desenredarlas. Mi Archivo me remite a un artículo de Tierno Galván relacionando la “ocasión” con el “casuismo”. El “casuismo” fue una doctrina moral defendida en el siglo XVI por los jesuitas (no olvidemos que Gracián era jesuita) que daba una importancia decisiva a la aplicación de los principios morales a los casos particulares. (Tierno Galván, E. “Introducción a El político, Anaya, 1961, p. 13) Un ejemplo del interés por el caso se ve comparando el derecho anglosajón, basado en la jurisprudencia, con el derecho continental, basado en la ley. María Elena Cantarino considera que el uso político de la historia por parte de los tratadistas político-morales del Barroco, como “casuismo histórico”. Cantarino Suñer, M.E., De la razón de Estado a la razón de estado del individuo. Tratados político-morales de Baltasar Gracián (1637-1647), Universitat de València 1996, p. 282).
¿Es algo así lo que quiero hacer en estas notas? ¿Puede sacarse alguna enseñanza de este estudio de casos? Por de pronto, que la sabiduría política exige un buen uso del tiempo. No hay que apresurar las cosas. Este consejo está presente en un lema antiguo: “Festina lente”: “Apresúrate despacio”. En su biografía de Augusto, Suetonio afirma que el primer emperador romano tomó estas palabras como lema personal (Suet. Aug. 25.4). Aulo Gellio y Macrobio también se refieren a la fascinación de Augusto por esta frase, que el emperador incluía en sus cartas y usaba en las conversaciones (Noches aticas, 10, 11). El espíritu de este proverbio se percibe, de hecho, en la siempre mesurada manera con que el hijo adoptivo de César fue modificando las instituciones romanas para cimentar su poder personal. La obsesión de Augusto con esta idea es ilustrada por otro de sus proverbios favoritos: «sat celeriter fieri quidquid fiat satis bene» o lo que es lo mismo: Suficientemente rápido se hace aquello que se hace bien. Para Gellio, la misma idea puede expresarse a través de una sola palabra latina: matura. Mi Archivo me lanza un aviso sobre esta palabra. Juan de Mal Lara (1524-1571) la utiliza en su Filosofía vulgar al comentar el “festina lente”: ”que se dice en un vocablo “matura”, que es tomado de lo que tiene sazón, que ni es muy antes del tiempo ni después del tiempo”. En el post “Los políticos en acción” (3.5.2023) he mencionado, al hablar del presidente Johnson, la importancia de “madurar el problema”. Ahora pienso si mi interés por el tema no derivará de mis viejas lecturas de Gracián.
La “política de la ocasión” tiene una interesante deriva filosófica, que el léxico también recoge. Tenemos que remontarnos a Aristóteles para desenredar el concepto. Afirma Aristóteles que «todos los hombres desean por naturaleza saber (eidénai)”, añadiendo a continuación que «el saber y el entender pertenecen más al arte que a la experiencia”, pues «la experiencia es el conocimiento de las cosas singulares (hékaston), y el arte, de las universales (kathólou) (Analíticos posteriores, 71b). Aquí tenemos un problema: si el conocimiento es de lo universal, y lo singular escapa al conocimiento, no puede haber ciencia de lo individual. Esta afirmación es mortal, para mi proyecto, porque la historia está compuesta de hechos singulares. No hay ciencia de la “ocasión”. No hay posibilidad de sacar ninguna enseñanza de la Historia.
Para un jesuita “casuístico” como Gracián esta afirmación no era aceptable. En El discreto habla de la “valentía del entender”. Magnífica expresión de la que me apropio. La «valentía del entender» no se realiza mediante la abstracción o a partir de principios universales, sino en la visión y expresión conceptual de las correspondencias que unen o relacionan a los objetos singulares entre sí. El ingenio se encarga de esa área.
La lógica del concepto ingenioso no puede ser formal o racional. Sus conceptos no exprimen relaciones lógicas, sino relaciones reales siempre nuevas y que constituyen la única esencia de las cosas. Gracián intenta «mostrar», no demostrar. De aquí que los conceptos deban ser una re-presentación de la realidad en la que se respeten las asociaciones de lo «relativo» en el ser singular.
El enlace con lo singular y concreto ilumina una nueva competencia política. La virtud esencial del político es la prudencia. Me apresuro a decir que la prudencia clásica no significa lo mismo que la moderna, que no es más que una cautela precavida y con frecuencia timorata. Para los clásicos, desde Aristóteles, la prudencia es la función intelectual encargada de aplicar las normas universales a casos particulares. La prudencia del médico consiste en utilizar sus conocimientos universales para curar a un enfermo concreto. ¿No es eso lo que estamos buscando?
Así pues, el estudio de la política en el diccionario nos encamina a otra palabra “prudencia”-, a la que dedicaré el próximo post.
Nota bene: Quiero reconocer lo provechosa que me ha sido la lectura del libro de Rubén Soto Rivera Ocasión y Fortuna en Baltasar Gracián (San Juan: Publicaciones Puertorriqueñas, 2005).
Me he detenido en «La «valentía del entender» no se realiza mediante la abstracción o a partir de principios universales, sino en la visión y expresión conceptual de las correspondencias que unen o relacionan a los objetos singulares entre sí. El ingenio se encarga de esa área» , pues este «entender valiente» es auténticamente la actuación en la ocasión, enmarcado entre el emblema festina lente y el de prudencia, asistido por el ingenio. Seguimos con Gracián.
En efecto, seguimos con Gracian, que con su cuquería y pesimismo es un pensador apropiado para un tiempo ingenioso como el nuestro, mas pendiente del aderezo que de la sustancia. Cuando escribí el «Diccionario de los sentimientos» me di cuenta de que sobre este tema el diccionario encerraba una sabiduría mayor que los libros de Psicología. Estoy seguro que lo mismo pasa con el campo semántico de la política. ¿Por qué no se anima?