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Bruce Bueno de Mesquita es un polémico politólogo estadounidense, profesor de la Universidad de Nueva York, e investigador de la Hoover Institution de Stanford. Estudia los mecanismos del poder y asegura que puede prever los acontecimientos políticos aplicando una fórmula matemática que tiene patentada, fruto de sus dilatadas investigaciones de campo y de la aplicación sistemática de la teoría de juegos. Ha expuesto su método en The Predictioner’s Game. Los casos que ha anticipado resultan controvertidos, pero su análisis de la política me parece certero. También ha aplicado la teoría de juegos a la solución de conflictos internacionales, asunto importante para el proyecto que tengo entre manos. (Bueno de Mesquita, B.: «An Expected Utility Theory of International Conflict», American Political Science Review: 74, 1980.  págs. 917-931. Hoy quiero referirme a un libro que escribió con Alastair Smith, titulado El manual del dictador, en el que analiza como acceder y mantener el poder autócrata. Considera que el deseo de ejercer un poder absoluto es el desarrollo natural del afán de poder, forma parte explícita o implícitamente de la psicología del gobernante y que, por lo tanto, más que explicar la existencia de dictadores lo que ha que explicar es la existencia de gobernantes democráticos. Su estudio está redactado como una serie de consejos para ser un dictador, y su mayor interés es que al hacerlo desvela algunas claves oscuras de todo poder político.

 

Antes de exponer sus ideas, he buscado en mi Archivo algún otro manual de instrucciones para ser un tirano. He encontrado al menos dos: Aristóteles y Maquiavelo. Ambos hacen teoría política a partir de hechos históricos. En su Política, Aristóteles estudia los métodos que debe utilizar un tirano si quiere mantenerse en el poder. Aunque está describiendo, a veces parece que está aconsejando. El tirano debe reprimir toda superioridad en torno suyo, es decir, le conviene rodearse de personas que no puedan hacerle sombra. Debe prohibir las reuniones, vigilar a todo el mundo, evitar que los ciudadanos se conozcan y confíen entre sí. Le conviene también fomentar la discordia, ahogar la educación y todo lo que aumente la cultura de los súbditos, etc. En resumen, el comportamiento del tirano busca tres objetivos: “la degradación moral de los ciudadanos, fomentar la desconfianza entre ellos, empobrecerlos porque agobiados por sobrevivir no pensarán en rebelarse”. Su análisis ejerció una larga influencia. En la segunda de las Siete Partidas, Alfonso X traduce en bella prosa esas perversas acciones de los tiranos. «La primera es, que estos tales pugnan siempre, que los de su Señorío sean necios e medrosos, porque quando tales fuessen, non osarían levantarse contra ellos, ni contrastar sus voluntades»«La segunda es, que los del pueblo ayan desamor entre si, de guisa que non se fien unos de otros, ca mientras en tal desacuerdo bivieren, non osaran fazer ninguna fabla contra el, por miedo que non guardarían entre si fe, ni puridad»«La tercera es, que pugnan de los fazer pobres e de meterles a tan grandes fechos, que los nunca pueden acabar, porque siempre ayan que ver tanto en su mal, que nunca les venga al corazón, de cuydar fazer tal cosa, que sea contra su Señorío».

Pero Aristóteles va mas allá en su descripción del tirano. Piensa que para mantener el poder debe aparentar ser virtuoso, fingir que se preocupa de su pueblo, incluso hacerlo en ocasiones. Maquiavelo recoge este “consejo” y saca las consecuencias. En el capitulo XVIII de El príncipe, escribe: “No hace falta que un príncipe posea todas las virtudes de que antes hice mención, pero conviene que aparente poseerlas. Hasta me atrevo a decir que, si las posee realmente, y las practica de continuo, le serán perniciosas a veces, mientras que, aun no poseyéndolas de hecho, pero aparentando poseerlas, le serán siempre provechosas”.

Aristóteles había sometido el comportamiento del tirano a una evaluación ética: «Todas estas maniobras y otras del mismo género que la tiranía emplea para sostenerse son profundamente perversas”. Lo innovador de Maquiavelo es que desliga la política de la ética, porque es “un mundo autónomo, con sus propias exigencias, lees y finalidades”. Su valor supremo es la preservación del Estado. Adviértase que habla del Estado, no del ciudadano. En sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio, afirma con mucha vehemencia que “cuando se trate de tomar una resolución de la que dependa por entero la salud de la patria, nadie debe detenerse en consideraciones sobre lo justo o lo injusto, lo piadoso o lo cruel, lo que puede ser plausible o ignominioso; omítase todo esto y tómese resueltamente aquel partido que salve la vida al Estado y mantenga su libertad».

Cualquier gobernante puede convertirse en tirano apelando a la Razón de Estado. El realismo de Maquiavelo no es amoral, sino que se limita a constatar las necesidades de la brega política. «Hay dos maneras de combatir: una con las leyes y otra con la fuerza; la primera es propia del hombre, la segunda lo es de los animales; pero como muchas veces la primera no basta, conviene recurrir a la segunda» (Maquiavelo, El Príncipe). La presión del “sistema del poder político” no deja alternativa. Si hay un poderoso que se salta las limitaciones éticas fuerza a los demás a hacer lo mismo. Ese es el pecado original de la política, su gran potencia corruptora. G. Burdeau de la comparación entre el dios Jano y el Estado al comienzo del capítulo segundo de su libro El Estado: “El Estado, sede de un Poder desencarnado, pero a la vez fuente del Poder de los hombres que gobiernan en su nombre, es un Jano, uno de cuyos rostros, sereno, refleja el reinado del derecho, y el otro, atormentado, cuando no pura mueca, lleva la huella de todas las pasiones que animan la vida política”.

Esta autonomía de la política supone un giro en la concepción del poder. Siempre se ha sabido que a la política le resultaba difícil mantener las manos limpias. Platón y Aristóteles no eran unos ingenuos, sino personas bregadas por los avatares históricos. Basta recordar la doctrina platónica de las “nobles verdades. “De la mentira y el engaño es posible que hayan de usar muchas veces nuestros gobernantes por el bien de sus gobernados. Y decíamos, según creo, que era en calidad de medicina como todas esas cosas resultaban útiles” (Rep. V, 459c). Pero no era el bien del Estado lo que se buscaba.

«Antes de Maquiavelo, -escribe Ebenstein–  todos los escritos políticos desde Platón a Aristóteles pasando por toda la Edad Media hasta el Renacimiento, tenían un problema central: el fin del Estado. El poder político se consideraba sólo como un medio al servicio de altos fines, tales como la justicia, la buena vida, la libertad, o Dios. Maquiavelo ignora el problema del fin del Estado en términos (éticos, religiosos y culturales) extrapolíticos. Cree que el poder es un fin en sí mismo, y limita sus investigaciones a los medios, que son los que mejor se adaptan a adquirir, retener y extender el poder. Maquiavelo pues, separa el poder de la moral, de la ética, de la religión y de la metafísica, y presenta al Estado como un sistema autónomo de valores independientes de cualquier otra fuente.»(Ebenstein, W., Los Grandes Pensadores Políticos, Revista de Occidente, 1969, 341). Esta concepción de la política ha triunfado, sobre todo en las relaciones internacionales. Sartre lo reafirmó en Las manos sucias, y Ortega en Mirabeau o el político, cuando sostiene que el político se encuentra fuera de la norma moral.

Ha llegado el momento de volver a Bueno de Mesquita, que da cinco consejos al tirano:

1.- Procura que tu coalición ganadora sea lo más pequeña posible


2.- Procura que tu electorado nominal sea lo máleas amplio posible


3.- Controla el flujo de ingresos monetarios


4.- Paga a tus seguidores solo lo suficiente para conservar su lealtad


5.- No saques dinero del bolsillo de tus seguidores para mejorar la vida de la gente. (50)

 

Explicaré estos consejos en el próximo post.

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