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18.4.2023.- Claves para descifrar “El feminismo sin mujeres”

Los textos feministas han ido haciéndose cada vez más difíciles de entender para los no iniciados. Y esto es un problema. La élite intelectual del feminismo, su versión académica, se ha distanciado de la enorme cantidad de personas profundamente comprometidas con la defensa de los derechos de las mujeres en todo el mundo, encerrándose en una burbuja conceptual sofisticada. La calificación de “pensamiento sofisticado” no es mía. La he tomado de Judith Lorber que considera que el pensamiento feminista está utilizando modelos “increasingly sophisticated” (“Shifting Paradigms and Challenging Categories”, Social Problems, 53, 2006)

El post anterior – “Feminismo sin mujeres”– era a mi juicio fácil de entender para quienes pertenecen a esa élite, y conocen su metalenguaje, pero resultó ininteligible para personas cultas, que, aunque estén acostumbradas a leer ensayo o filosofía desconocen la neolengua. Para facilitar la introducción a esa burbuja, voy a hacer algunos comentarios pedagógicos a mi artículo.

La historia del feminismo suele describirse como una sucesión de olas y reflujos. Cuatro hasta ahora. No me parece una buena metáfora porque da impresión de discontinuidad. Como todos los fenómenos culturales el feminismo es evolutivo, una mezcla de permanencia y cambio, de acción y reacción. Su desarrollo es arborescente. Hay puntos de bifurcación a partir de los cuales se ramifica de nuevo. Si nos quedamos en el estudio de los últimos brotes, sin atender a la totalidad del árbol del que proceden, podemos adentrarnos en un debate fragmentado e incomprensible, que recordaría la parábola hindú de los sabios ciegos que pensaron al elefante según el trozo de su anatomía que podían tocar.

El título “Feminismo sin mujeres” se refiere a la irritación de muchas feministas clásicas contra las últimas versiones del movimiento: el postfeminismo y el transfeminismo. Llamo “feministas clásicas” a las que luchaban por la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. Se las puede considerar “feministas liberales”, en el sentido de que aspiran al reconocimiento de la igualdad de derechos dentro de un mundo democrático que respeta las libertades. Esto las descalifica a los ojos de ramificaciones posteriores de la teoría, para las que la ideología liberal -y su consecuencia, el capitalismo- es un producto de la cultura patriarcal y, por lo tanto, rechazable. Las feministas clásicas se quejan de que las mujeres han dejado de ser el “sujeto político” protagonista de estas reivindicaciones, y han sido sustituidas por una “multitud queer”, que incluye a gays y lesbianas, junto “a otras muchas figuras identitarias construidas en ese espacio marginal (transexuales, transgénero, bisexuales, etc.) (Córdoba García, David, «Teoría queer: reflexiones sobre sexo, sexualidad e identidad. Hacia una politización de la sexualidad», en: D. Córdoba, J. Sáez y P. Vidarte (eds), op. cit., pp. 21-66, p. 22).

Como dice Amelia Valcárcel, estás son reivindicaciones respetables, pero no son específicamente feministas (Valcárcel, A., Ahora, feminismo, Cátedra, 2019) “Entre tanta polvareda perdimos a don Roldán”, decía el viejo cantar de gesta. Pues bien, entre tanta diversidad se ha perdido a la mujer como “sujeto político”, dice Luisa Posada (“Las mujeres y el sujeto político feminista en la cuarta ola”, 2020). Ya en los noventa Seyla Benhabib había criticado a Judith Butler, uno de los referentes intelectuales de los nuevos feminismos, advirtiéndola: si deconstruimos la identidad “mujeres”, el «nosotros feminista», nos quedamos sin sujeto político que pueda llevar adelante el proyecto de emancipación que el feminismo es.


Continuaré aclarando conceptos. ¿Qué significa “sujeto político”? “Sujeto político” es todo individuo que entra en una relación de poder, dentro del espacio público. Lo es tanto el gobernante como el gobernado. Sin embargo, hay sujetos activos, (agentes), y sujetos pasivos (pacientes). Lo que pretende la democracia es que todas las personas, por el hecho de ser personas, sean “sujetos políticos” con igualdad de derechos y posibilidad de actuación, lo que no ha sucedido durante gran parte de nuestra historia. A las mujeres se las ha considerado o bien “objetos” (objetos sexuales) o bien sujetos inferiores, con nula capacidad de acción política. Su lugar es el mundo privado. Para Rousseau, la mujer no es sujeto del contrato social, su cercanía a la naturaleza le hace ser un ente precívico, prepolítico. Su gran función es forjar en el espacio privado las condiciones de posibilidad de lo cívico.

Mapa Pan 48 SexualidadAsí las cosas, las feministas clásicas lucharon porque las mujeres fueran reconocidas como sujetos políticos de pleno derecho. Las mujeres no podían esperar que los hombres aceptaran su igualdad. Tenían que actuar políticamente como mujeres para conseguirla. Para eso, debían en primer lugar definir su condición. La preocupación por la igualdad condujo a la preocupación por la identidad. Hasta ese momento, la idea que de sí mismas tenían las mujeres era una creación de la ideología patriarcal. Durante siglos ésta había acuñado la idea de que, a causa de su débil capacidad intelectual y, sobre todo, de su incapacidad para controlarse, las mujeres debían estar sometidas al varón, dedicadas a satisfacerle sexualmente, cuidar de la casa y criar a los hijos. Esa era la “naturaleza femenina”, dócil y subalterna, y de ella se derivaban sus obligaciones morales, jurídicas y también afectivas. Tan injusta discriminación se adornaba con la idea de que era la suprema guardiana de los valores morales, y que debía encargarse de contener al hombre, lo que era un elogio envenenado. Así se lo explica Rousseau a las ciudadanas ginebrinas:” “Amantes y virtuosas ciudadanas, lo que mejor hará siempre vuestro sexo será dirigir el nuestro. ¡Dichosas vosotras cuando vuestro casto poder, ejercido solamente en la unión conyugal, no se hace sentir más que para la dicha del Estado y el bien público!” El actual movimiento estadounidense de las “tradwifes” (mujeres tradicionales) intenta recuperar este modelo.

 

El menosprecio de la mujer quedaba legitimado atribuyéndolo a la naturaleza. La naturaleza las ha hecho inferiores, igual que hizo inferiores a los esclavos.  Contra esta idea -que en la legislación española se mantiene hasta el año 1975-  se levantó justamente el feminismo. El sistema patriarcal, y todos sus voceros filosóficos, religiosos y legislativos, habían convertido en “naturaleza” lo que era una mera creación cultural. De la percha “naturaleza” se puede colgar cualquier disparate. Las feministas comprendieron que para eliminar las injusticias era preciso separar naturaleza y cultura. El sexo es biológico, pero los roles masculinos y femeninos son invenciones culturales. Se denomina “género” a esta configuración social de lo biológico. Simone de Beauvoir creó un acertado eslogan: “On ne naît pas femme, on le devient”,  “No se nace mujer, se llega a serlo”.

La diferencia entre sexo y género me parece un gran hallazgo conceptual, corroborado por las investigaciones históricas y antropológicas. Y fue aceptado por el feminismo clásico, que encontró en él una poderosa herramienta reivindicativa. En 1995, en la “Conferencia de Beijing sobre la mujer”, la ONU adoptó la “perspectiva de género”, como básica para alcanzar la igualdad de derechos. Se trata de discernir en cada asunto que afecte a las mujeres si están actuando prejuicios de género, que puedan perjudicar las justas reivindicaciones femeninas. A pesar de lo razonable de separar “biología” y “cultura”, asunto aceptado por toda la antropología actual, la jerarquía católica y las fuerzas más reaccionarias lo consideraron una propuesta ideológica ofensiva y casi demoníaca, como han explicado Massimo Prearo y Sara Garbagnoli en La croisade “anti-genre”, Textuel, 2017. La razón principal de esta inquina es que la moral sexual católica está fundada sobre la idea de “naturaleza” (lo mismo podría decirse de la moral musulmana), y prescindir de ella parecía conducir inevitablemente a una negación de la familia y de todo orden moral. Por ejemplo, la condena de la homosexualidad se basaba en que eran actos “contra naturam”

 

La distinción entre sexo y género permite desmontar los prejuicios machistas y fundamentar las reivindicaciones feministas, y es la gran conquista intelectual del feminismo clásico. No negó la existencia de una diferencia biológica entre hombre y mujer, lo que negó fueron las consecuencias culturales y morales que se quisieron sacar de ahí. Aunque sirve para legitimar una política emancipadora, una parte del feminismo quiso ir más allá y negar lo que consideró el último reducto del machismo, de la reacción, de la teología, y de la metafísica: la idea de “naturaleza” y la idea de binarismo sexual (macho/hembra) que se desprende de ella.  A su juicio no bastaba con decir que un hecho biológico se ha transformado culturalmente, sino que ese hecho biológico era irrelevante.

Las feministas clásicas se habían quedado anticuadas, moviéndose en un mundo “cis”, que admite la binariedad, mientras que los nuevos feminismos se movían en un mundo “trans”, no binario.

Paul B. Preciado, famoso representante del pensamiento queer, lo expresa con contundencia: “No existen los órganos sexuales”. Todo es cultura. Todo es “construcción social”. Todo es imposición del poder. Las feministas clásicas eran una corriente ilustrada, pero los nuevos tiempos eran postilustrados, postmodernos.  Las feministas clásicas se habían quedado anticuadas, moviéndose en un mundo “cis”, que admite la binariedad, mientras que los nuevos feminismos se movían en un mundo “trans”, no binario.

 

Esta bifurcación se había producido con la ayuda de la filosofía postmoderna, que tengo que explicar brevemente para seguir ayudando a la comprensión. El “postmodernismo” es una corriente de pensamiento nacida en Francia en los años sesenta, encabezada por Jean François- Lyotard, Gilles Deleuze, Jacques Derrida, Michel Foucault, Jean Baudrillard, y que ha tenido una gran expansión en Estados Unidos, donde se la ha denominado la “french theory”. No es una teoría homogénea, pero comparte sobre todo el rechazo de la Ilustración, de su confianza en la razón y en la ciencia, de su afirmación de verdades y normas universales, de su referencia a la realidad como última fuente de conocimiento, y de su defensa del sujeto autónomo. El pensamiento posmoderno desconfía de la razón y la ciencia hasta unos extremos ridículos; no cree que pueda haber ni verdades ni normas universales porque todas son impuestas por el poder; lo que llamamos realidad es una construcción social creada mediante el lenguaje y el discurso; no hay naturaleza sino cultura, el sujeto humano es también una creación discursiva, y va a desaparecer sustituido por otro discurso. La tarea del pensamiento posmoderno es deconstruir todo el edificio discursivo creado por la ilustración y sustituirlo por múltiples narrativas fundadas en la experiencia subjetiva. La experiencia de un esclavo solo puede comprenderla un esclavo, y la de una mujer, una mujer, y la de una víctima, solamente una víctima. Hay tantas verdades como experiencias.

La utilización de una ideología reaccionaria para defender una ideología que quiere ser revolucionaria es una de las contradicciones de los nuevos feminismos.

El pensamiento postmoderno es antiilustrado, antiliberal, antiuniversalista y en este sentido, reaccionario. La utilización de una ideología reaccionaria para defender una ideología que quiere ser revolucionaria es una de las contradicciones de los nuevos feminismos. Lo verdaderamente revolucionario es el reconocimiento universal de los derechos, no la exaltación del tribalismo. Por ejemplo, el feminismo negro rechaza el feminismo clásico porque piensa que, como los ilustrados, es blanco.

Parte del movimiento feminista adoptó este lenguaje. Todo lo referente a la sexualidad -incluso los mismos órganos sexuales- son creaciones culturales, resultado de un discurso. ¿Quién había impuesto ese discurso? El patriarcado blanco que había colonizado el mundo, incluida la subjetividad de las mujeres. En el fondo de su conciencia escuchaban la voz del patriarcado como si fuera la suya propia. Para recuperar su identidad tenían que “descolonizarse”, purificarse de esa influencia.

En el “feminismo postmoderno” aparece otra bifurcación: la rama “queer” y la rama “woke”. Ambas comparten elementos postmodernos, pero aquella disuelve la identidad y esta la potencia. Uno de los elementos comunes es una “cultura de la victimación, que ha producido un tercer vástago postmoderno, “antivictimista”, y  “antipunitivista”, opuesto al “feminismo carcelario”, que luego explicaré.

Han aparecido cuatro nuevos términos en el metalenguaje feminista: woke, queer, antivictimista, antipunitivista. Intentaré aclararlos hasta donde sea capaz.

La palabra woke que procede de la cultura afroamericana estadounidense, significa literalmente “despierto”, “estar alerta”. ¿Alerta acerca de qué? Según el diccionario de Oxford, de las injusticias, del dolor de las víctimas. No puede haber causa más noble. Defiende lo que denomina “justicia social crítica”, que se basa en la defensa de las identidades vulneradas. La humanidad se divide en oprimidos y opresores. Estos son blancos y hombres, que disfrutan del privilegio blanco y masculino. Todo lo que tocan lo contaminan, con intención o sin ella. Les afecta una especie de pecado original que corrompe sus acciones. Nada bueno puede venir de ellos. No hay posibilidad de entendimiento. Por eso hay que imponer una cultura de la cancelación, erradicar todas sus creaciones. Puesto que no hay una verdad objetiva sino solamente imposiciones del poder, lo importante para “descolonizar” la sociedad es hacerse con el poder. Universidades y empresas han iniciado campañas de “desblanquizacion”. Estos son los dogmas principales de la “religión woke”, como acaba de llamarla Jean-François Braunstein (La religión woke, Grasset, 2022).

(1). – El testimonio de la persona considerada oprimida es sagrado e incuestionable.

(2).-  No hay una verdad objetiva, sino “experiencias vividas” incomunicables.

(3).-  Lo que se considera verdad es una creación del poder.

(4).-  La identidad racial, sexual o de género define la totalidad de la existencia.

(5).-  Todo es construcción social, no solo el género sino también el sexo.

(6).- Solo podemos ver las cosas desde el grupo al que pertenecemos. La universalidad es un intento de justificar la supremacía blanca.

(7.-) Lo que hace un blanco representa a todos los blancos.

(8).- El colonialismo no es un fenómeno pasado, sino que forma parte de la estructura mental de todo hombre blanco, al igual que el machismo, la mentalidad patriarcal y la violencia.

 (9).- Lo colectivos discriminados son los únicos que pueden juzgar las agresiones de los dominadores, aunque estos no sean conscientes de ellas, no tengan intención de agredir. Para evitar sus desmanes hay que instaurar una cultura de la cancelación.

 

Cada uno de estos dogmas tiene su parte de verdad, que es lo que caracteriza a todo “pensamiento exagerado”. No es una falsedad completa, sino una verdad sacada de quicio. Vuelvo a decir que a veces es difícil saber con claridad lo que el pensamiento woke dice, por su ambigüedad en el lenguaje. Por ejemplo, ser “ciego a la raza” (es decir, estar de acuerdo con Martin Luther King, que decía que había que juzgar a las personas por su carácter y no por su raza) se considera ahora racismo.

Pasemos a la definición de “queer”. Es un término vago por definición, porque lo que pretende es, precisamente, ir más allá de las definiciones. Considera que cualquier categorización es opresiva. Por eso, en el post “Feminismo sin mujeres” escribía: “La “ideología queer” deja de ser una manera de interpretar la sexualidad para convertirse en una interpretación de la realidad entera. Toda definición es un peligro o una ofensa. Sostiene que el prefijo “trans” tiene que ser superado porque parece sugerir que lo importante es el paso de un estado a otro. Pero la importancia dada al tránsito de hombre a mujer o viceversa reafirma el binarismo sexual, que es el enemigo a batir. La “vida queer” pretende eliminar ese sentido de finalidad. Hay que quedarse en el trans, sin pretender llegar a ningún sitio”. Ha aparecido una “sexualidad líquida”, por utilizar la expresión de Zygmunt Baumann, ameboide. Judith Belladona y Barbara Penton rechazan toda identidad sexual en nombre de “la lucha contra ciertas prohibiciones, otros tabúes, otros moralismos, otras normas. Sentimos en nuestro cuerpo no un sexo, ni dos, sino una multitud de sexos”.

Judith Butler, autora de referencia para el feminismo postmoderno, niega toda realidad al sexo y al género. Ambos son “performativos”. De nuevo creo que debo explicar este concepto. “Enunciado performativo” es un concepto creado por el filósofo el lenguaje John Austin en su libro Cómo hacer cosas con palabras. Hay enunciados que se limitan a describir y comunicar, pero hay otros que crean realidades. Por ejemplo, una promesa o un contrato. Para Butler, la sexualidad entera depende de actos de leguaje, de cómo queramos llamarla, de la voluntad, del discurso. Por eso el sexo y el género pueden autodeterminarse voluntariamente, como está recogido en la “Ley trans” española. Puedo decidir bajo que discurso me integro.

 

A las feministas clásicas todo esto le parece una traición a las mujeres y a su lucha. Alicia Miyares ha escrito que las demandas queer/transgénero son “un torpedo a la ejecución de políticas de igualdad. Si el sexo es irrelevante todas las políticas para combatir la desigualdad estructural que, como mujeres padecemos, se tornan irrelevantes” (Miyares, A., Delirio y misoginia trans, Catarata, 2022). Comprenden que eliminar la ilustración, reducir la verdad al poder, negar la universalidad de los derechos acaba en un relativismo que se lleva por delante los derechos humanos, que nos protegen porque son universales. No existe un “derecho a la diferencia” sino un “derecho universal a no ser discriminado”. Si no hay posibilidad de verdad universal, sino que cada persona (o cada identidad) se encierra en sus propias evidencias, ¿con que fundamento se van a desmontar las “evidencias machistas”? La solución que da el posmodernismo es: “haciéndose con el poder”, pero con esto, escribe una feminista postmoderna pero crítica, “el feminismo reedita la misma configuración y efectos del poder que pretendía derrotar”.  El feminismo está dando vueltas en su propio laberinto.

 

Nos queda por precisar qué es el “feminismo antivictimista”. Incluyo en él a un grupo de pensadoras que se oponen al pensamiento “victimista” defendido por los feminismos postmodernos que no solo reconocen a las víctimas de violencias, sino que consideran que la conciencia de esa condición es la verdadera esencia del feminismo. Les parece otro regalo envenenado de la ideología patriarcal. “La víctima de la violencia sexual es constituida por una serie de atribuciones normativas que no solo la vuelven vulnerable, sino que demás reproducen los valores clásicos de la feminidad que están en el origen de esa violencia” (¿Por qué el daño que se infringe a las mujeres mediante la violencia sexual es mayor y de más difícil sanación que el de otras violencias? ¿Es realmente así?” (Macaya, L., ”La violación o la vida: subjetividades punitivas”, en Serra, C. et alt. Alianzas rebeldes, 2021, p.110).  Piensan que no, que hacer a la mujer tan sensible que nunca podrá recuperarse de la violencia forma parte de la conspiración machista para convencer a las mujeres de su vulnerabilidad y fragilidad. Las ”verdaderas mujeres” para el machista protector deben asustarse al ver a un ratón y hundirse definitivamente al ser víctimas de una agresión. El libro de Clara Serra –Lobas y zorras- reivindica para las mujeres las mismas fortalezas políticas que Maquiavelo reclamaba para los hombres. Esto me recuerda la polémica que provocó Foucault cuando pidió que se eliminara del Código Penal el delito de violación, y se lo incluyera en el de “agresión física”. Atribuir mayor gravedad a una agresión contra la vagina que a una agresión contra el rostro, por ejemplo, era admitir que una parte del cuerpo era más valiosa que otra, lo que suponía recaer en un esencialismo biológico.

El pensamiento antivictimista rechaza la tutela patriarcal, que se manifiesta a través del Estado. Por eso son “antipunitivistas”. Creen que la tríada victima/culpable/castigo, pertenece a la ideología patriarcal, cuya máxima expresión es la cárcel. (Ortubay, M.,  ” Violencia sexista: “, en Serra et alt. op.cit. p.101). Aspiran a otro tipo de justicia feminista. La polémica suscitada por la “Ley del sí es sí” enfrenta a feministas que creen que la violencia machista debe ser más duramente castigada (es lo que el grupo oponente llama “feminismo carcelario”) con las que piensan que esa es una respuesta machista.

Parte de esta corriente piensa que no se puede definir a la mujer solamente por oposición al patriarcalismo. Entonces, ¿dónde encontrar un rasgo identificatorio, si se ha prescindido de toda objetividad, si se ha convertido todo en lenguaje y en discursos? ¿Dónde se puede encontrar algo real? Esta nueva vía feminista parece tenerlo claro. Lo único real es el deseo. Como señala Mark Fisher: hay que rechazar el identitarismo. No hay identidades, solo deseos. O, para ser exactos, habría tantas identidades como deseos. Pero como señala Clara Serra, tras hablar de la “polisemia del deseo”, “el deseo no se elige ni es fruto de nuestra decisión y nuestra voluntad, una voluntad que, precisamente por eso, puede oponerse a él”. Me quedo con la duda de si, en este caso, es el deseo lo que nos define o es la voluntad. Lo que resulta claro es que para estas pensadoras la gran revolución contra el patriarcado consiste en hacer desaparecer -aunque no del todo- la posición de la mujer como “objeto de deseo”, para convertirla en “sujeto de deseos sexuales”. La influencia que esta posición ha tenido en la polémica sobre el “consentimiento sexual” dentro del feminismo es interesantísima para un investigador de redes conceptuales como yo, pero no puedo alargar más este post.

Mi conclusión es que la bifurcación entre feminismos clásicos y feminismos postmodernos no ha sido buena para el feminismo, porque al ir en contra de las verdades y los derechos universales está segando las hierbas bajo sus pies y fragilizando su propia posición.

Espero que el post “Feminismos sin mujeres” haya quedado más claro.

 

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