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La evolución del feminismo ha conducido al postfeminismo. La palabra “mujer” se ha convertido en un significante con demasiados significados. El postfeminismo se transforma en una lucha por la libertad de elegir una identidad, transformarla o experimentarla y hacer reconocer el propio deseo. Las feministas clásicas se quejan de que en esa sexualidad a la carta el concepto “mujer” ha desaparecido de las nuevas teorías feministas. ¿Qué ha pasado para que haya surgido este debate? Muchas cosas, sin duda, pero al explicar la evolución feminista, Paloma Uría menciona una que me parece relevante: “¡Habíamos leído a Foucault!” (“El feminismo surca aguas procelosas”, en Serra.C.et alt. Alianzas rebeldes,2021, p.36).

El postfeminismo se transforma en una lucha por la libertad de elegir una identidad, transformarla o experimentarla y hacer reconocer el propio deseo.

Para un observador imparcial resulta extraña la influencia que el pensamiento de Foucault ha tenido sobre parte importante del feminismo moderno, sobre todo teniendo en cuenta que, a ojos de otras feministas, sus ideas son contrarias al feminismo. El pensamiento de Foucault es antropocéntrico (Rodríguez Magda, R. M. Foucault y la genealogía de los sexos, Barcelona, Anthropos, 1999). En su discusión con Butler, Benhabib concluye que “una visión determinada del posmodernismo no sólo es incompatible, sino que socavaría la posibilidad misma del feminismo como la expresión teórica de las aspiraciones emancipatorias de las mujeres”. (Benhabib, S., El ser y el otro en la ética contemporánea. Feminismo, comunitarismo y posmodernismo, Barcelona, Gedisa, 2006). En los noventa, pensadoras feministas ya advirtieron que la deconstrucción postmoderna del sujeto estaba destruyendo el sujeto de la política feminista y a la vez esa misma política (Alcoff, L. Feminism and Foucault: the Limits to a Collaboration. En Dallery, A. y Scott, C. (Eds.). Crises in Continental PhilosophyNew York, State University of New York Press,1990, pp. 69-86). El precio por ceder al discurso de Foucault sobre el poder es nada menos que la despolitización del feminismo. Alcoff resume esta cuestión: “aquí está precisamente el dilema para las feministas: ¿cómo podemos basarnos en una política feminista que deconstruye al sujeto femenino?” (Alcoff, Cultural feminism versus post-structuralism: The identity crisis in feminist theory. Signs. 13 (3), 405-436 ,1988: 419). Esta paradoja continúa dividiendo a los feminismos en España.

Foucault proporcionó al feminismo no clásico dos herramientas conceptuales: su análisis del poder y la sustitución de la sexualidad por el discurso sobre la sexualidad.

¿Por qué, entonces, la fascinación que muchas feministas sienten por Foucault? Los procesos ideológicos tienen siempre una razón de ser. Foucault proporcionó al feminismo no clásico dos herramientas conceptuales: su análisis del poder y la sustitución de la sexualidad por el discurso sobre la sexualidad. Ambos temas se unían porque, para Foucault, la verdad es una creación del poder, no existe la posibilidad de una verdad objetiva. El poder patriarcal ha construido un discurso hegemónico sobre la sexualidad femenina que pretendía determinar su verdadera esencia. Para liberar la sexualidad femenina era, pues, necesario desmontar ese discurso, para lo cual había que desmontar previamente su poder. Lo privado se convierte en político porque incluso la subjetividad se construye en las practicas discursivas y de poder (Millet, K. Política sexual, 1969). Comprendo que estas explicaciones pueden resultar muy sofisticadas, pero son las que el feminismo maneja, las que están en el fondo de muchas proclamas y eslóganes.

La sustitución de la realidad por el discurso se ha hecho central para el feminismo (y, por supuesto, para otros movimientos sociales, como la ideología woke). Introducirse en esa maraña discursiva exige paciencia y esfuerzo, porque con frecuencia no son discursos sobre la sexualidad, sino  “discursos sobre discursos sobre la sexualidad”, lo que crea enlaces difíciles de seguir para los no iniciados. Además, los conceptos se utilizan con gran imprecisión, tal vez porque el clima intelectual en que este feminismo se mueve desconfía de las definiciones.  Eso sucede, por ejemplo, con la postura sobre la prostitución, la pornografía, y la persecución penal de la violencia sexual. A pesar de mi interés por comprender los textos feministas estoy seguro de que estaré perdiendo una gran cantidad de matices y de variantes. Eso sin contar con que la deriva woke del feminismo afirma que solo las mujeres pueden entender el pensamiento feminista.

Al consumarse la independencia del discurso respecto de la realidad, una parte del feminismo se va adentrando en la irrealidad.

Judith Butler, rechaza el concepto de género, y lo sustituye por una “performance”, por una representación, una especie de “ficción real”. Eso explica el título del artículo que Martha Nussbaum escribió contra ella «The Professor of Parody», (The New Republic, 22.2.1999). Dentro de esta reducción de todo a discurso, tiene sentido decir, como dice Butler, que el sexo empezó a existir en el siglo XVIII, cuando se lo empezó a pensar científica y normativamente. No hay realidad. Solo hay construcción social. Paul B. Preciado, filósofo queer, va más allá: “No existen los órganos sexuales”. En realidad, están repitiendo las ideas de Michael Foucault, que primero admitió que el “hombre” se reducía a los discursos sobre el hombre, luego señaló que estos habían comenzado en el siglo XIX y que, por lo tanto, podíamos decir que en ese siglo había aparecido, y, por último, concluyó que el hombre había muerto o estaba a punto de hacerlo.

Desconectados de la realidad, sumergidos en un mundo líquido, la flexibilidad se lleva al máximo. La “ideología queer” deja de ser una manera de interpretar la sexualidad para convertirse en una interpretación de la realidad entera. Toda definición es un peligro o una ofensa. Sostiene que el prefijo “trans” tiene que ser superado porque parece sugerir que lo importante es el paso de un estado a otro. Pero la importancia dada al tránsito de hombre a mujer o viceversa reafirma el binarismo sexual, que es el enemigo a batir. La “vida queer” pretende eliminar ese sentido de finalidad. Hay que quedarse en el trans, sin pretender llegar a ningún sitio.  Como dice Halberstam, “una figura de género ambiguo y queer no puede ser entendida desde la perspectiva de las visiones actuales de la identidad transgénero”. José Esteban Muñoz, en Cruising Utopia: The then and there of queer futurity no señala como objetivo hacer que cuerpos excéntricos encajen en los sistemas ya existentes del derecho, el gobierno, el placer y el castigo. La teoría queer significa elevar lo trans a una concepción general del mundo posmoderno. “Es no ceder al asimilacionismo sino alejarse de lo razonable, lo pragmático, lo posible, a favor de la utópico, lo fantástico, lo imposible. Es un nuevo conocimiento sobre la experiencia de existir en un cuerpo”. Butler, en su libro El género en disputa, rechaza la búsqueda de la coherencia personal, porque eso significa caer bajo la tiranía de lo normativo.

Asistimos al triunfo total de la independencia del discurso. Butler sostiene que “quizás esta construcción denominada `sexo´ esté tan culturalmente construida como el género; de hecho, quizá fue siempre género, con el resultado de que la distinción entre sexo y género no existe como tal”. Con esto se instaura la fluidez permanente del discurso y, en consecuencia, la fluidez de la sexualidad constituida por él. La distinción sexo-género desaparece: solo hay género, solo hay construcción social, solo hay discurso. Incluso los órganos genitales se consideran un producto cultural. Desvinculado de la realidad, el discurso se sostiene a sí mismo. Mejor dicho, está sostenido por la voluntad. Puedo elegir el discurso al que entregaré mi vida y como la sexualidad depende del discurso, puedo elegir mi sexualidad. Toda esta secuencia ideológica está presente en el “derecho a la autodeterminación voluntaria de sexo en el registro civil”, autorizada por la Ley trans, ley aprobada con la oposición de parte del movimiento feminista.

Pero al llegar a este punto, el pensamiento feminista/ postfeminista se encuentra con dos limitaciones, que parecen coartar la libertad de manera semejante a como lo hacía la naturaleza que con tantos esfuerzos se había marginado: el deseo y la maternidad. La conjunción de la maternidad con la orientación gay y lesbiana la han resuelto las nuevas técnicas de reproducción, aunque con grandes tensiones en temas como la gestación subrogada, pero el tema del deseo mantiene su dificultad. ¿Hasta qué punto el deseo es también una creación cultural? ¿Hasta qué punto podemos desear lo que queramos? ¿Todo deseo fundamenta un derecho? Tanto la orientación sexual como el deseo de cambiar de identidad sexual adquieren su seriedad reivindicativa precisamente porque se imponen de alguna manera al sujeto que lo experimenta. Al hacerlos depender de la elección, pretendiendo adornarlos con el aura de la libertad en realidad se debilita la urgencia de su reconocimiento. Este asunto se plantea al tratar otro tema que divide al feminismo y que ha pasado a primer plano con la polémica sobre la “Ley del sí es sí”. Me refiero al “consentimiento”. Pero esto quedará para el próximo post.

Únete 2 Comments

  • Maria García dice:

    Estimado José Antonio:
    Muchas gracias por sus interesantes y reflexivos artículos. Este último me ha resultado especialmente llamativo ya que es un asunto del que se oye hablar mucho en los medios de comunicación pero difícil de comprender. El tiempo presente alberga numerosas paradojas y contradicciones que nos sumen en la perplejidad. La ley del sí es sí, postfeminismo, queer, trans… muchos conceptos sin saber bien qué significan. ¿qué diferencia a las feministas «clásicas» de las feministas «modernas»? Parece que no hay uno sino muchos feminismos y que tenemos no solo la posibilidad de disentir con algunos de ellos sino el deber de explicar nuestras discrepancias.¿ Cuáles son los principales debates que atraviesan hoy a los feminismos? ¿Se podría decir que la sexualidad es un producto que el poder dominante en cada época histórica utiliza para controlar la sociedad de su tiempo?

  • José Antonio Marina dice:

    En mi artículo he intentado resumir la complejidad de los movimientos feministas. Sus objetivos sociales -igualdad de derechos, rechazo de cualquier tipo de opresión y de violencia- están claros, pero las formulaciones conceptuales son con frecuencia imprecisas.” La historia del feminismo es dinámica y conflictiva, caracterizada por una dinámica contradictoria y una continua reinterpretación de sus marcos teóricos, un proceso continuo de deconstrucción y reconstrucción”. (Sales Gelabert, T. “Crítica y teoría feminista; por una nueva agenda feminista”. Astrolabio. Revista internacional de filosofía, 20, 2017, 179-191). Pondré un ejemplo. Suele hablarse de cuatro olas en la historia del feminismo, pero resulta difícil definirlas. Incluso hay autoras que critican que se hable de olas. (Lidia Nicholson: “Feminism in «Waves»: Useful Metaphor or Not?” (2010). 2017).
    Para comprender lo que está sucediendo en el mundo feminista (y en la reacción antifeminista) hay que entender ese enrevesado debate de ideas. Me parece importante hacerlo porque es peligroso que la política use conceptos indefinidos. Por eso, trabajo en un Diccionario político de términos confusos, y en el Panóptico publiqué un Diccionario woke, para estudiar el metalenguaje de este movimiento, tan cercano a las últimas versiones del feminismo. Ese deseo de clarificación me anima a explicarme con más claridad, respondiendo a su queja. El próximo post se titulará CLAVES PARA DESCIFRAR “EL FEMINISMO SIN MUJERES”.

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