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El feminismo vive en “efervescencia discursiva”. No es nada nuevo. Su evolución ha sido siempre un movimiento de acción y reacción con adversarios de fuera o de dentro (Ávila Bravo-Villasante, M. La máquina reaccionaria. La lucha declarada a los feminismos). Para comprender las teorías y prácticas feministas es preciso tener una idea del proceso entero. Por eso es un tema muy interesante para estudiarlo desde el Panóptico, una utopía metodológica con dos objetivos ideales:

(1) Contemplar la evolución de la humanidad y de sus creaciones de manera sincrónica y diacrónica, es decir, atendiendo a la configuración del presente, y a la genealogía que lo ha hecho posible.

(2)  Estudiar ese paisaje desde una cierta lejanía, buscando la objetividad, sin dejarse llevar de preferencias, emociones, o prejuicios. Es lo que mi maestro Husserl denominaba “epoje”, la puesta entre paréntesis de creencias e ideas preconcebidas, para intentar conocer objetivamente lo que sucede. En alguno de mis libros inventé la figura de Usbeck, un extraterrestre que viene a intentar conocer el comportamiento de los humanos, es decir que está libre de nuestros prejuicios y sesgos emocionales.

Ambas metas -la amplitud y la objetividad- son imprescindibles para la comprensión de los hechos. Solo después de entenderlos es lícito aventurar una evaluación y tomar decisiones.

La gran revolución del siglo XX ha sido la “revolución de las mujeres”, su lucha por la igualdad de derechos y por su autonomía, su acceso al mundo laboral y a la vida pública, su liberación sexual. Pero este movimiento ha vivido en el último siglo un permanente debate interno, cada vez más sofisticado y abstracto, que ha provocado enfrentamientos y escisiones. Es un interesante ejemplo de la enrevesada vida de los conceptos y de su influencia en la vida real de las personas. A sabiendas de que simplifico su complejidad creo que la evolución feminista puede resumirse en esta línea: Feminismo de la igualdad, ideología de género, ideología trans, ideología queer, postfeminismo. Para feministas clásicas, es un proceso matricida que acaba negando su origen. Por eso, Amelia Valcárcel, en su libro Ahora, feminismose niega a aceptar esa deriva evolutiva, recuperando la esencia del feminismo: actividad política para defender los derechos de la mujer. Las reivindicaciones LGTBI son, sin duda, respetables, dice, pero son otra lucha.

Tras el primer movimiento que buscaba la igualdad de derechos y liberarse de una sangrienta discriminación, apareció otro poderoso movimiento dedicado a enfatizar la diferencia. Un ejemplo sería el “feminismo cultural estadounidense”: las mujeres no querían igualarse a los hombres, porque estos habían creado una cultura patriarcal y machista, desarrollando un afán implacable de poder que debía ser desmontado. La ideología patriarcal, el privilegio masculino, había contaminado la cultura entera, la había colonizado, incluida la subjetividad femenina, también su sexualidad. Había, por ello, que desafiar la identidad masculina, no pretender igualarse a ella. Se la había impuesto una “ideología esencialista y binaria”, que imponía la diferencia biológica de sexos, la relación heterosexual, y condenaba la sexualidad femenina a una función reproductora. El feminismo rechaza este modelo por considerarlo esclavizador. Niega que tenga que ver con la naturaleza, y considera que se trata de una creación cultural.

Aparece así una distinción entre sexo y género que me parece acertada. Sobre un hecho biológico se crean sexualidades culturales. La pensadora de ese momento es Simone de Beauvoir, que lanza un exitoso lema: “No se nace mujer. Se llega a serlo”. Pero pronto esta distinción entre “sexo” y “género” es rechazado por feministas más radicales porque reproduce el binarismo que consideran una creación patriarcal. Había que alejar todo esencialismo, convertir también la naturaleza en una creación patriarcal.  El concepto de género, que pareció reivindicativo y que cuando en 1995 fue adoptado por la ONU en la Conferencia de Beijing provocó un rechazo feroz de la jerarquía católica, dejo de ser considerado avanzado, porque, en el fondo todavía hacía referencia a la naturaleza. El feminismo de la identidad se considera superado, y también el de la diferencia. Se buscó una flexibilidad mayor, que erradicase por fin el binarismo. Surge así la deriva trans, queer y postfeminista. ¿Qué había pasado? Lo explicaré en el próximo post.

 

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