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El gobernante ha de poseer dos grandes competencias: la de tomar buenas decisiones y la de conseguir llevarlas a la práctica. La excelencia en ambas es lo que denominaré talento del gobernante.

“En el que manda -escribe Saavedra Fajardo– es menester un juicio claro que conozcan las cosas como son, y las pese y de justo valor y estimación”, y como indicaba Alfonso X el Sabio, “obrar en ellas como debe e non rebatosamente”. Sin duda para juzgar bien el gobernante debe observar las cosas objetivamente, sin dejarse llevar de preferencias, fanatismos, pasiones o manías. Pero esto no basta. Lo tratadistas clásicos consideraban que la principal virtud de gobernante era la “prudencia”, que, para los más perspicaces, por ejemplo, Tomás de Aquino, no era la cautela ni el cálculo de los riesgos, sino algo más profundo: la capacidad de aplicar principios generales a casos particulares. Era pues una ciencia de lo universal aplicada a la acción concreta. Por eso, Gracián, al estudiar al político perfecto -para él, Fernando el Católico– elogiaba que gobernara “a la ocasión”, teniendo en cuenta la oportunidad. Pero esto tampoco nos aclara las competencias que debe tener el buen gobernante.

Para Isaiah Berlin el político con talento era capaz de “entender la naturaleza de un movimiento concreto, de un individuo particular, de un estado excepcional de los acontecimientos, de un ambiente extraordinario, de alguna mezcla rara de factores económicos, políticos y personales”. Se trata a su juicio de un modo de pensar parecido a la intuición: “Una capacidad para integrar una vasta amalgama de circunstancias en constante cambio, con distintos aspectos, a veces evanescentes, datos que se superponen constantemente, demasiados, demasiado rápidos, demasiado entremezclados para poderse comprender y entender y discernir, como si se tratara de un enjambre de mariposas distintas. Ser capaz de integrar todo ello es ser capaz de ver los datos (los que se identifican con el conocimiento científico y también los que dependen de la percepción directa) como elementos de un modelo o un paisaje único, con sus implicaciones, para apreciarlos como síntomas de posibilidades pasadas y futuras, es verlos pragmáticamente, esto es, en términos de lo que uno y otro pueden hacer o podrían hacer con ellos, y lo que ellos pueden hacerte a ti o a otros”.

La “intuición política” existe y se puede aprender

¿Existe esa “intuición política”? Es decir, ¿hay personas que, como escribió Berlin, tienen una habilidad especial para comprender las situaciones, distinguir lo relevante, captar posibilidades, percibir prioridades o aprovechar la oportunidad? Y si existe, ¿se puede aprender? Es evidente la importancia que tienen estas dos cuestiones para nuestra Academia. Pues bien, después de siglos en que la palabra “intuición” ha pertenecido al léxico de la psicología popular, en este momento disponemos de estudios científicos sobre el tema y podemos decir que la “intuición política” existe y que se puede aprender. Pero tendremos de dejarlo para el próximo post.