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Hace años me llegó un estudio de un profesor de la Universidad de California que clasificaba a los primeros 42 presidentes de EEUU por su Cociente Intelectual (CI). Por si tienen curiosidad estos eran los agraciados y sus puntuaciones:

1.
John Adams
(1797-1801)
CI: 173

2.
Thomas Jefferson
(1801-1809)
CI: 160

3.
John F. Kennedy
(1951-1963)
CI: 158

4.
Bill Clinton
(1883-2001)
CI: 156

5.
James Madison
(1809-1817)
CI: 155

    6.
Jimmy Carter
(1977-1981)
CI: 153

7.
Woodrow Wilson
(1913-1921)
CI: 152

 8.
Theo. Roosevelt
(1901-1909)
CI: 149

9.
James Garfield
(1881)
CI: 148

10.
Chester A. Arthur
(1881-1885)
CI: 148

Esta clasificación carece de rigor científico, así que olvídenla. La he mencionado solo como reclamo para el tema que voy a plantear. Si en la ATP queremos desarrollar la inteligencia política, primero tendremos que saber en qué consiste y cómo medirla. No tenemos constancia de que el Cociente Intelectual esté directamente relacionado con la Inteligencia política. En 1977, durante una entrevista en la TV sueca, preguntaron al entonces primer ministro Olof Palme si daba importancia al hecho de tener un CI 154. Palme dijo algo muy sensato: “La cuestión importante no es la inteligencia que tengas, sino qué haces con ella y en beneficio de quién.» Menciono este comentario porque en mis libros utilizo la palabra “talento” para designar, precisamente, el “buen uso” de la inteligencia, es decir, su capacidad para dirigir bien cualquier actividad y resolver los problemas que se planteen. En consecuencia, el “talento político” hay que medirlo por el poder de resolver bien los problemas políticos. Añadiré que el papel de cualquier institución educativa, también de nuestra Academia, es transformar la inteligencia innata en talento. Solo nos queda averiguar cómo hacerlo.