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En el post anterior llegué a la conclusión de que la urdimbre de la historia son los problemas con que se enfrentan los humanos y su esfuerzo por solucionarlos. Javier Rambaud y yo emprendimos la tarea de exponerla en Biografía de la humanidad, “una crónica de los problemas humanos, y de cómo unos seres inteligentes pero desbordados por los retos, impulsados por las utopías, pero paralizados por los miedos, han ido saliendo adelante. Inmediatamente vamos a tropezar con una paradoja: necesitamos resolver los problemas vitales, y necesitamos también inventar nuevos problemas, con lo que estamos comprometidos en una especie de competición inacabable con nosotros mismos” (p.23). En El deseo interminable he dado un paso más al afirmar que el motor que impulsa esa búsqueda de soluciones y el fomento de nuevas necesidades y problemas es la búsqueda de la felicidad.

Pero esa búsqueda aparece como un problema cuya solución parece irse alejando siempre. No es el único caso. También el objetivo de la Justicia perfecta, la Verdad, la Belleza o la Bondad se alejan mientras vamos resolviendo los problemas que nos acercan a ellas. Sin embargo, a pesar de esta limitación avanzamos, como el barco que se dirige al horizonte inalcanzable, pero que consigue descubrir nuevos continentes. De nuevo me encontré con Hartmann en este asunto, es decir, que la idea es suya, aunque pensé que era mía. Utiliza el término “aporía” que deriva de una palabra griega que significa “lo que no tiene poros”, lo ocluido, lo intransitable. De ahí pasó a significar en Lógica “lo que no tiene solución”. Hartmann designa con esa palabra “el resto irresoluble de los problemas”, “preguntas irrecusables, pero que no pueden contestarse”, que se imponen a nosotros “con independencia de que sean solubles o insolubles”. La tarea del pensamiento es intentar convertir las aporías en problemas y buscar su solución.

Aún podemos introducir otra diferencia. Los deseos humanos nos lanzan hacia un fin que no siempre resulta fácil conseguir. Esta dificultad -no sé cómo alcanzarlo, lo sé, pero no tengo medios, los tengo, pero la dureza de la realidad me impide aplicarlos- es lo que da origen a las aporías y a los problemas. El pensamiento problemático intenta solucionarlos, es decir, encontrar un poro por donde escaparme de la encerrona, para seguir mi camino hacia esa utópica solución total. Pero en los asuntos humanos esa dificultad puede plantearse en dos formatos: como problema que hay que resolver o como conflicto en el que hay que vencer. Esta diferencia resulta clara en los asuntos políticos: el enfrentamiento puede plantearse como problema o como conflicto. En el primer caso, el enemigo común es el problema. En el conflicto es el oponente. Plantearlo como conflicto lleva inexorablemente a situaciones de suma cero (uno gana y otro pierde), mientras que el planteamiento problemático permite resultados de suma positiva, en el que todos pueden ganar. Este es el ideal de la ética, el derecho y la política, sobre el que hablaré en otro post.

El mapa de la Ciencia de la evolución de las culturas se dibuja así:

 

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