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Los liberales en su laberinto

Estos HOLOGRAMAS son un ensayo de PERIODISMO EXPANSIVO. Conocer lo que ocurre es fácil, comprenderlo es complejo. Cada lector debe poder elegir el nivel de comprensión en que quiere moverse. Propongo tres niveles: uno, reducido, en formato papel. Otro más amplio, en formato digital, que, a su vez, remite a una RED DE COMPRENSIÓN sistemática, necesaria por la inevitable conexión de los asuntos. Tal vez sea un proyecto megalómano, pero creo que vale la pena intentarlo. El artículo inicial de este holograma se publicó en el suplemento Crónica de EL MUNDO el día 27 de octubre de 2019:


Los liberales en su laberinto. – La historia del liberalismo es agitada. Condenado por tres Papas- Gregorio XVI, Pío IX y León XIII- ha sufrido pleamares y bajamares. Pero tenemos una deuda de gratitud con él, porque produjo logros políticos que todos disfrutamos. En este momento, la hegemonía que ejerce el “liberalismo económico”, y en especial el liberalismo libertario, recomienda un esfuerzo por repensar su esencia y liberar al liberalismo de algunos liberales. Para salvar el bache, debe aclarar su idea de libertad. Desde Isaiah Berlin se distingue entre “libertad negativa”, el derecho a que los demás no interfieran en mi vida y en mis propiedades, y “libertad positiva”, que necesita de los demás para desarrollarse. La autonomía no es la glorificación de la soledad, sino un logro comunitario. Para los liberales radicales esto último es una aberración, y mencionar el “bien común” es una amenaza para la verdadera libertad. Impone la neutralidad axiológica porque cada persona tiene su irreductible idea de felicidad. El liberalismo es ingenuamente innatista. Piensa que nacemos con libertad y con derechos, igual que nacemos con hígado. Olvida que ambas cosas -libertad y derechos- son creaciones sociales, y que, sin el apoyo social, desaparecen. Por eso, hay un liberalismo social, olvidado, que me parece indispensable recuperar.


HOLOGRAMA 23


La libertad ha sido siempre un tema controvertido. Imagen emblemática de esta conflictividad es Madame Roland, figura ilustre de la revolución francesa, gritando camino de la guillotina: “Oh, libertad, cuantos crímenes se cometen en tu nombre”. Vuelvo a escribir sobre este tema con motivo de la aparición de dos magníficos libros. Libertad cualitativa, de Claus Dierksmeier (Herder, 2019), y El pasillo estrecho, de Daron Acemoglu y James A. Robinson (Deusto, 2019).

Dierksmeier parte de la distinción hecha por Isaiah Berlin entre libertad negativa y libertad positiva. Aquella la adquiere el individuo al estar libre de injerencias externas. En lenguaje rural, su lema podría ser: “El buey suelto, bien se lame”.  Etimológicamente, sería la felicidad del soltero (del que anda suelto). La libertad positiva, en cambio, sólo puede alcanzarse mediante la cooperación activa de los demás para alcanzar un fin valioso. El autor reconoce que la libertad positiva acabó abriendo la puerta al comunismo y al nazismo, empeñados en hacer virtuosos a la fuerza a los ciudadanos. Esto ha hecho que el liberalismo, sobre todo el llamado “liberalismo libertario” rechace todo compromiso con valores morales. Mantiene que el Estado sólo debe cuidar de proteger la libertad de los ciudadanos, niega que deba buscar un “bien común”, y le exige que mantenga una estricta neutralidad sobre los modos individuales de búsqueda de la felicidad. Dierksmeier prefiere distinguir entre “libertad cuantitativa” -lo que importa es su cantidad: cuanta más libertad, mejor-, y la “libertad cualitativa”, -cuanta mejor, más”.

Lo importante no es la ausencia de control exterior, sino las capacidades que cada persona pueda ejercitar. Robinson Crusoe, solo en su isla, tenía una libertad total, puesto que nadie se la coartaba; pero en realidad su libertad era mínima. Si queremos aumentar la libertad no basta con eliminar controles. Hay que aumentar posibilidades de acción. Dierksmeier analiza las críticas que han hecho al liberalismo económico, John K. Galbraith y Amartya Sen. Ambos piensan que el liberalismo moderno se equivoca al haber expulsado lo “objetivamente bueno” del campo de estudio de la ciencia económica. Según el utilitarismo británico, y la subsiguiente escuela de la utilidad marginal austriaca, es bueno lo que uno (subjetivamente) cree que es bueno. Fin del debate. Esto se puede resumir en la famosa aseveración de Bentham: “Prejuicios aparte, el juego de naipes tiene igual valor que la música y la poesía. Si el juego de naipes proporciona más placer, es más valioso que cualquiera de las otras dos”.  Si el sujeto es el que mejor conoce sus necesidades, cualquier control venido de fuera es perjudicial. Galbraith aboga por abrir la ciencia económica al discurso social sobre la vida buena y desarrollar una ciencia económica preocupada por los valores y el medio ambiente.

Amartya Sen, premio Nobel de Economía, también critica la suposición de que la percepción subjetiva de felicidad ofrezca un criterio necesario y suficiente para el bienestar objetivo. El bienestar subjetivo no procura auténtica autonomía, `por lo tanto es “demasiado maleable para ser una guía solida del comportamiento. Para Gailbraith y Sen, el centro del problema está en el error del modelo del homo oeconomicus, que define al sapiens como un optimizador racional del propio interés. Creer que el puro egoísmo gobierna el mundo económico es, empíricamente hablando, tan insostenible como la suposición contraria de que los seres humanos actúan solo por altruismo. Fijarse solo en los medios y no en las metas también es un error. “Un hombre empeñado en cortarse los dedos de los pies con un cuchillo romo no se comporta más racionalmente cuando -tras analizar la ineficacia relativa de la herramienta elegida- echa finalmente mano de un cuchillo afilado”. “La consecuencia del enfoque de Sen es que hay que decidir las cuestiones de orientación económica mediante un “ejercicio de elección social”, mediante un “debate público”. La economía debe a los ciudadanos la opción de discutir y debatir y de participa en la selección de los valores utilizados para elegir las prioridades. “Así se podría salvar la abstracta retórica de invocación de la libertad de algunos economistas”.

Creo que Galbraith, Sen y Dirksmeier tienen razón al criticar a los liberales que no reconocen la “libertad positiva”, pero no descienden hasta la raíz de su postura. Lo que falsea la teoría del “liberalismo libertario” es creer que el hombre es libre por naturaleza, y que nadie mejor que él sabe en qué consiste su felicidad. Esta tesis es falsa por partida doble. Ni el ser humano es libre por naturaleza, ni su idea de felicidad es infalible.

Defender la libertad supone promover la libertad real, la capacidad de decisión y realización de cada persona. Desde el punto de vista evolutivo, la libertad es una creación social.

Me explico. Los humanos nacemos dependientes, y vamos adquiriendo diferentes grados de libertad y de autonomía psicológica a lo largo de un largo proceso educativo. Solo la sociedad ha hecho emerger las herramientas mentales individuales de la libertad, por ejemplo, el lenguaje, los sistemas de autocontrol emocional, la voluntad. Gracias a estos inventos culturales, nos hemos ido alejando del determinismo animal del que procedemos. Hablar de la libertad como propiedad innata no es una descripción real, sino una propuesta ética para defender los derechos individuales, una ficción jurídica. Defender la libertad supone promover la libertad real, la capacidad de decisión y realización de cada persona. Desde el punto de vista evolutivo, la libertad es una creación social.

Tampoco parece que las preferencias subjetivas sean el mejor criterio para la felicidad. Un gran liberal- John Stuart Mill- dijo una frase que puede escandalizar por su dureza: “Es mejor ser un Sócrates desdichado que un cerdo feliz”. El cerdo quiere una felicidad de cerdo. ¿Cuál debería ser la felicidad del hombre? Para contestar esta pregunta, debemos también dar un rodeo por lo social. Como decían los ilustrados que redactaron las constituciones liberales de finales del XVIII, “el hombre se asocia para ser feliz”. En mis libros he defendido la necesidad de distinguir entre una “felicidad subjetiva” y una “felicidad objetiva”. La subjetiva es una experiencia íntima agradable, en la que no echo nada gravemente en falta, y que me gustaría que durara siempre. La felicidad objetiva, en cambio, es una situación social en la que me gustaría vivir porque es la que mejor protege mis planes privados de felicidad. No es posible ser personalmente feliz en una situación subjetivamente desdichada (por ejemplo, en una situación de terror, de pobreza absoluta, de guerra). La búsqueda privada de felicidad, la que valoran con razón los liberales, implica una previa cooperación en la felicidad objetiva, que existe participación y sacrificios por parte de todos. La defensa de la libertad privada pasa por la defensa de las libertades públicas; la lucha por la felicidad personal pasa por la lucha por la felicidad social. Y, como señaló Kelsen, “la felicidad social es la justicia”. Tienen razón los liberales extremos al afirmar que no nos podemos poner de acuerdo en el contenido de la felicidad privada. Pero, en cambio, podemos ponernos de acuerdo en el contenido de la felicidad objetiva. Todos queremos vivir sin miedo, con derechos respetados, seguridades jurídicas, no discriminaciones, etc. ¿A quién corresponde promover o fomentar esa felicidad objetiva?

Esto enlaza con el segundo libro que quería comentar: El pasillo estrecho, de Daron Acemoglu y James A. Robinson. El pasillo estrecho es la libertad, que se mueve entre dos grandes abismos: la tiranía del Estado o la anarquía sin Estado. Mantener este camino abierto ha sido uno de los grandes argumentos de la historia. Hobbes inventó la metáfora de Leviatán para nombrar al Estado. Los autores piensan que la mejor solución para defender la libertad es un Leviatán encadenado, y eso exige, frente a un Estado fuerte destinado a promover las libertades individuales sin caer en la anarquía, una sociedad civil igualmente poderosa, para evitar que el Estado se extralimite. Creo que este es el objetivo del “liberalismo social” que defiendo. No es un camino fácil, por eso, en vez de titular el libro “el pasillo estrecho” yo lo hubiera titulado: “En el filo de la navaja”, recordando la frase del Katha Upanisad: “Es difícil andar por el filo de una navaja; por eso, el sabio dice que el camino a la salvación es costoso”. La libertad y la democracia también lo son.


POSDATA.- RED SISTEMÁTICA

 

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Únete 3 Comments

  • Paloma835 dice:

    El liberalismo económico, hegemónico y realmente existente, el neoliberalismo, no cree ingenuamente que la libertad es innata. Por el contrario, hay muchos “liberales” económicos, y cada vez más, que creen que el resto de libertades son irrelevantes, y llegado el caso perfectamente prescindibles. El único dogma de “la verdadera libertad” es sólo la mal llamada libertad económica, que con algo más de precisión técnica es la máxima libertad del capital para imponer su lógico interés por encima de cualquier otra razón. Creyente del darwinismo social del Homo economicus, el capitalista es la especie mejor adaptada en la cadena evolutiva social, que produce con eficacia en beneficio del individuo y la sociedad. En su dogmática visión del mundo, la libertad se reduce a libertad del Homo economicus, que tiende a su máxima expresión factual en multinacionales, oligopolios y financiarización, lo que reduce al mínimo la libertad económica del capital que no se encuentra en la cúspide de la pirámide. Toda una contradicción ejemplar.
    Para paliar el desvarío totalitario de la mística del capitalista, hombre de Dios en la tierra que sigue el dogma escrito en piedra ultraliberal, y, sobre todo, para evitar el consecuente caos social al que lleva su práctica en forma de crisis periódicas que atentan contras la subsistencia del propio capital, se modula en distintas fórmulas, según el momento social, utilizando el Estado, el abominable Leviatán, como herramienta coercitiva para salvar, de tirios y troyanos, a su único y verdadero Dios, El Capital. El valor del trabajo, y la educación, queda como esa cosa menor en la que se afanan y entretienen el resto de estratos inferiores de la pirámide social.
    Tiene toda la razón, el liberalismo en su laberinto. Y la salida del laberinto de muchos liberales económicos es deshacerse del peso de la democracia “objetiva”, un tren de salida con destino a la clásica estación de la barbarie.

    • antonio dice:

      Por un puñado de votos, el Psoe frivoliza con la historia de España. En abril, quitaron de su programa, términos como, «nación de naciones», «federalismo», ahora vuelven a retomar dichos slogans, pues no se puede decir que son otra cosa, en boca de gente que vive de los Presupuestos Generales del Estado. Este es el gran problema de este país, que hay mucha gente viviendo de los Presupuesto Generales, y que no hacen más que contar historias, para conseguir más votos. Menos mal que la teoría de «equilibrios correlacionados» va a desmontar las historias que montan, desde una intelectualidad delirante, a la que llaman progre (el poder es lo que tiene, confunde la mente, y los molinos de viento se asocian gigantes que no existen más que, en las relaciones de hechos mal interpretados). Pues bien, el ascenso de Vox, ahora le va a venir bien al PP, y el puñado de votos que Psoe pensaba obtener, incluyendo en su programa, lo de nación de naciones, posiblemente impida que Pedro Sanchez, se haga con el poder al que aspira. Quizás haya que tirar de nuevo la moneda.
      Otro día hablaré de como se financia el estado de bienestar, porque tiene mucho que ver con la unidad de España, y no con términos ideológicos de izquierda, y derecha.
      P.d.- que razón tenía J.L. Corcuera, cuando decía que estos chicos nunca habían trabajado en el sector privado, y lo único que sabían hacer es vivir de los Presupuestos Generales. Hay mucha gente así en España, este es el problema que tenemos.

  • antonio dice:

    opiniones tendenciosas, no argumentos contrastados con los hechos reales, es lo que observo en este espacio abierto por el profesor.
    Por suerte para nosotros españolitos, hay la llamada teoría de los equilibrios correlacionados, y las sociedades democráticas funcionan en base a una dinámica matemática predecible, y los intereses espurios terminan reajustándose.
    Es algo así como tirar la moneda al aire, un número alto de veces, al final cara y cruz, terminan equilibrándose al 50 %.
    En España llevamos 4 votaciones, a ver si ya en esta, los intereses terminan reajustándose.
    Profesor, la erudición y la teoría, todo lo aguanta, la realidad es otra cosa, y parece que usted vive en el reino de Babia.
    Un saludo.
    P.d.-no me sirve tanta teoría que lo único que hace es enfangar conceptos.

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