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La educación y la ideología

Education and ideology

Resumen: Introducir la «educación política» en la escuela despierta el fantasma del adoctrinamiento, y de la “Formación del espíritu nacional”, impuesta por todas las dictaduras. Sin embargo, la situación actual de desprestigio de la política, la polarización feroz, las guerras culturales, el auge de movimientos iliberales y el desinterés por la democracia de parte importante de la juventud europea aconseja retomar el tema. La primera cuestión a resolver es: ¿puede haber una educación política no ideologizada? Solo podremos contestar afirmativamente si disponemos de un criterio de evaluación al que tengan que someterse las ideologías.

Abstract: Introducing ‘political education’ in schools raises the spectre of indoctrination, and of the ‘formation of the national spirit’ imposed by all dictatorships. However, the current situation of the discrediting of politics, the fierce polarisation, the culture wars, the rise of illiberal movements and the lack of interest in democracy of a significant part of European youth makes it advisable to revisit the subject. The first question to be answered is: can there be a non-ideologised political education? We will only be able to answer in the affirmative if we have an evaluation criterion to which ideologies must be subjected.

Palabras clave: Pedagogía crítica. Ilustración. Opinión. Debate. Sociedad. Creencia. Pensamiento. Crítica. Autocrítica. Reflexión.

Keywords: Critical pedagogy. Illustration. Opinion. Debate. Society. Belief. Thought. Criticism. Self-criticism. Reflection.

José Antonio Marina

Catedrático de Filosofía Premio Nacional de Ensayo

1.- Haciendo examen de conciencia

He dicho muchas veces que la ideología es a la educación lo que la mixomatosis al conejo. Letal. ¿No habré sido superficial al hacer una afirmación tan tajante? En este monográfico, resulta pertinente plantear la cuestión porque la política que conocemos está indisolublemente unida a la ideología, que es el núcleo de los partidos políticos, y, si no podemos superar ese nivel, la educación política quedaría reducida a un sistema de adoctrinamiento o, si se pretende proteger la imparcialidad, a un catálogo aséptico de programas electorales. Organizaríamos entonces el posible currículo respetando la proporción ideológica que hay en el Parlamento, lo mismo que hacemos con otras instituciones.

Los sistemas educativos han servido siempre para transmitir la ideología vigente. Por eso, como señalaron Bourdieu y Passeron (Bourdieu y Passeron 1979) han ejercido una función reproductora de la cultura, de las estructuras económicas y sociales, y de las relaciones de poder. Esto convierte la educación en una herramienta deseada por todas las ideologías políticas o religiosas como medio para expandirse, es decir, como una forma de adoctrinamiento. La llamada “pedagogía crítica” (Paulo Freire, Peter McLaren, Henry Giroux) niega que la educación pueda ser neutral y reivindica el poder de la escuela para enfrentarse críticamente a la situación social e intentar cambiarla. Sus enemigos, por supuesto, la han acusado de ser una pedagogía ideologizada. Ninguna ideología reconocerá que está adoctrinando, porque se creen en posesión de la verdad. Niegan que su acción educadora sea adoctrinamiento, de la misma manera que todos negamos que lo sea la enseñanza de la tabla de multiplicar. La ideología excluida también se considera en posesión de la verdad y hará todo lo posible por desalojar al oponente de su posición adoctrinadora.

¿Es inevitable esta situación? ¿Podemos aspirar a una educación no ideologizada? Unos piensan que es necesario hacerlo si queremos proteger la libertad del alumno; que la escuela debe ser ideológicamente neutral, y que la única manera de conseguirlo es que se dedique a la mera instrucción. Otros piensan que esa es también una postura ideológica camuflada que favorece a la ideología ambiente, y que irremediablemente “la educación es un fenómeno ideológico” (Santos 2002), “educar es hacer política” (Freire, 2007), y “los partidos políticos asientan sus propuestas educativas en su propia ideología” (Yapur 1975). La redacción del artículo 27 de la Constitución española, dedicado a la educación, provocó enfrentamientos muy serios. Al final se resolvieron con una redacción de compromiso que permitía que los diferentes gobiernos la interpretaran según sus respectivas ideologías.

¿Quién puede zanjar estas espinosas cuestiones? Estos días, se ha celebrado en Madrid un Congreso de movimientos de ultraderecha, en el que el exministro Mayor Oreja se ha congratulado de que “la verdad del creacionismo” esté venciendo a “la moda de la evolución”. A su juicio es la fe la que tiene la última palabra. En caso de que se oponga a la ciencia, es esta la que debe retirarse. Al parecer, la polémica contra Galileo no se ha resuelto todavía. En principio, de solucionar este problema debería encargarse la Filosofía, una de cuyas funciones es fundamentar los criterios de evaluación de las propuestas científicas, morales o religiosas. Pero la Filosofía se ha entregado a un “pensamiento débil” que desconfía de la capacidad humana para alcanzar el conocimiento y prefiere refugiarse en verdades culturalmente circunscritas, sin fuerza suficiente para alcanzar la universalidad. Podríamos decir que la “ideología” en cuando modo fragmentado de interpretar la realidad, ha triunfado.

Creo que la Filosofía ha claudicado con demasiada facilidad, que es posible verificar las proposiciones teóricas y justificar las proposiciones morales, y que, por esta razón es posible superar en parte las ideologías.

3.- ¿Qué son las ideologías?

El debate no tiene solución mientras no se aclaren los términos en liza. El concepto de “ideología” es demasiado vago para permitir una discusión seria. La política parece inseparable de la ideología. En los regímenes democráticos, define la identidad de los partidos; y las dictaduras, por su parte, defienden una ideología única, aunque negando que lo sea, porque la presentan como la única verdadera y justa.  Esta certeza de estar en la verdad hace que desprecien las ideologías, porque implican pluralidad. La verdad es única, pero el error es múltiple. En España tuvo mucha repercusión el libro El crepúsculo de las ideologías, escrito por Gonzalo Fernández de la Mora, posiblemente el ideólogo más inteligente del franquismo. Según él, las ideologías (y de paso los partidos políticos) eran una patraña que no servía para entender la realidad. Para ello teníamos la ciencia, la técnica y la ética política. En 1957, un gobierno tecnócrata encarnó esa idea, que se basaba en un modelo desarrollista que también se puede considerar ideológico (Cañellas 2009.) Como reacción al pensamiento único de la dictadura, la Constitución española consagró como valor fundamental el “pluralismo político”, es decir, el pluralismo ideológico. 

Sin embargo, las aguas ideológicas bajaban revueltas. No solo la derecha renegaba de las ideologías, también lo hacía la izquierda. Marx fue quien dio un significado peyorativo al concepto, definiéndolo como las creencias impuestas por la clase dominante. La dictadura del proletariado sería la encargada de liberar al obrero de la ideología del capital. Entonces, ¿ideologías sí o ideologías no? Parece que el sino de las ideologías es acabar atacando las ideologías.

Intentaré aclarar el embrollo. El estado natural de los humanos es la credulidad. Los niños admiten como verdadero lo que ven, lo que imaginan y lo que les dicen. Sin embargo, la inteligencia en su interacción con la realidad y con otras opiniones ha ido desarrollando un afán de asegurar esas creencias, distinguiendo lo comestible de lo no comestible, lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso. Las sociedades van formando un sistema de creencias compartidas, que, como dice Teun van Dijk, son los presupuestos que no necesitan ser aclarados en una conversación (van Dijk,1999) Durante siglos, hablar de matrimonio suponía hablar de la unión de un hombre y una mujer. Ese presupuesto no sirve en este momento. Ha dejado de ser una creencia común. Las creencias cohesionan a los grupos y, a la vez, los hace oponerse a otros grupos. Ese sistema de ideas aceptado por un grupo, que sirve para identificar a sus miembros y distinguirlos de los demás, es lo que llamamos “ideología”. Son, pues, esencialmente sectarias, es decir, aceptadas por una “sección” de la población, y tienen las siguientes características:  (1) Proporcionan una visión del mundo. (2) Presentan un conjunto de soluciones fijas y preestablecidas para los problemas sociales. (3) Son dogmáticas, y se basan en emociones o en premisas que no pueden ser comprobadas ni refutadas. (4) Se acompañan de proselitismo, propaganda y, en grados extremos, de adoctrinamiento. (5) Cuentan con justificaciones internas y externas para explicar sus propios fracasos, es decir, se inmunizan contra la crítica. (6) Nunca se reconocen como ideologías, sino que culpan a los oponentes de estar ideologizados.

Esta idea de “ideología”, que tiene una carga peyorativa, hereda la distinción platónica entre “episteme” y “doxa”, entre conocimiento y opinión. La ciencia es una, las opiniones pueden ser varias. El conocimiento es la opinión justificada. La ciencia, que es su manifestación sistemática del conocimiento, se opone a la ideología, que es la manifestación sistemática de la opinión. Para muchos filósofos, entre los que me cuento, la ética también es una opinión justificada, sistemática y universalizable. No hay ni un politeísmo de los valores ni un politeísmo de las verdades. Así las cosas, parece que las ideologías deberían quedar fuera de la escuela, que solo permitiría en sus aulas el aprendizaje de la ciencia y de la ética. Solo debería aceptarse en ella los conocimientos y normas que tuvieran un alcance universal.

2.- Las ideologías y la educación

Para simplificar el argumento, voy solo a centrarme en las ideologías políticas y, simplificando aún más, a la oposición que, al menos desde la revolución francesa, divide los partidos políticos en derechas e izquierdas, conservadores y progresistas, republicanos y demócratas. En España a esta polarización se superpone otra entre ideologías soberanistas y constitucionalistas, que no voy a tratar. Como detallé en El bosque pedagógico en España se han consolidado dos modelos ideológicos de educación que mutuamente se han descalificado y caricaturizado, y cuyas diferencias han imposibilitado un pacto educativo:

  • Modelo conservador: Individualista, privatizador, antepone la calidad a la equidad, desconfía del Estado, y pone la libertad de enseñanza por encima del derecho a la educación. Insiste en que la educación moral debe ser decidida en exclusiva por los padres, confía en evaluaciones y reválidas, hace depender toda mejora del esfuerzo personal, y piensa que la única forma de mejorar la educación es fomentando la competencia, y sometiendo la escuela a la dinámica de la oferta y demanda propia del mercado. Defiende el aprendizaje de contenidos, la disciplina en la escuela, la autoridad del maestro, el aprendizaje individual y el concepto de deber.
  •  Modelo progresista: Comunitario, defensa excluyente de la escuela pública, antepone la equidad a la calidad, y el derecho a la educación a la libertad de enseñanza. Confía en el Estado no solo como garante de la educación sino como su administrador principal, cree que una educación cívica universal debe estar garantizada por el Estado, desconfía de las evaluaciones y reválidas, piensa que la cultura del esfuerzo olvida la influencia socioeconómica en los resultados, y considera que el mercado es un enemigo de la equidad educativa. Defiende el aprendizaje de habilidades, la creatividad, la democracia escolar, las pedagogías cooperativas y enfatiza el concepto de derecho.

En medio de esta pugna de modelos, una “educación política” tendrá que defender su autonomía para no ser abducida por las respectivas ideologías y una de las posibilidades es expulsar fuera de la escuela todo lo que no sea transmisión de conocimientos, es decir, instrucción. Pero esto es también una opción ideológica, que da por sentado que no se puede ir más allá de la ideología en temas políticos o morales.

3.- Críticas contra la expulsión de las opiniones

La devaluación de las opiniones en política resulta paradójica porque la democracia se basa precisamente en la “pública opinión”. De hecho, muchas de las críticas que se hacen a los regímenes democráticos es que se basan en las opiniones poco fiables de los ciudadanos. Y esa misma crítica afecta a las ideologías. Entre ellas hay un difícil diálogo que impide el logro de una democracia deliberativa. El ideal ilustrado de un acuerdo racional ha caído vencido por la crudeza hobbesiana: “Auctoritas non veritas fecit legem”. El poder y no la verdad hace las leyes. La capacidad de llegar a acuerdos racionales se aleja porque está en quiebra la confianza en la razón, entre otras cosas porque previamente se la han atribuido facultades casi divinas.  Cada cultura ha impuesto sus propios criterios de verdad, y no podemos saltar de unos a otros. Esta es la tesis principal de la “sociología del conocimiento” (Durkheim, Manheim, Scheler, Latour) Michel Foucault resume esa posición diciendo que el poder determina en cada situación lo que ha de considerarse verdad. Como conclusión, la ciencia no es más que una ideología local impuesta. Esta idea ha encontrado eco en el mundo postmoderno, enlazando con la exaltación de la identidad, del nacionalismo, de los integrismos religiosos, todos los cuales comparten un rechazo de la universalidad y una afirmación de la inconmensurabilidad de las ideologías que lleva forzosamente a una polarización. Se generaliza lo que Carl Schmitt, un pensador nazi pero que tiene adeptos en las derechas y las izquierdas, consideró la esencia de la relación política: el enfrentamiento amigo/enemigo. No hay posibilidad de acuerdo. Cada ideología se recluye sobre sí misma y el único modo de imponerse a las demás no es mediante la razón -completamente desprestigiada- sino mediante el ejercicio del poder. Philip Tetlock en su libro sobre el “juicio político”, escribe:” Los sistemas de creencias políticas corren permanentemente el riesgo de convertirse en cosmovisiones que se auto perpetúan, con sus propios (e interesados) criterios para juzgar el juicio” (Tetlock, P. 2016)

Con este planteamiento, es lógico que la escuela se convierta en campo de batalla. Ni siquiera la ciencia se libra de esta pugna. Basta con ver las campañas de descredito emprendidas por negacionistas y también por los movimientos que achacan al racionalismo ilustrado todos los males de la sociedad actual. Las ideas básicas de la Ilustración fueron la confianza en la razón y en la ciencia, la universalidad de las verdades, de los derechos y de las normas morales, el rechazo de los argumentos basados en la autoridad, y la necesidad de someter todas las ideas y las instituciones al pensamiento crítico. La Humanidad había llegado a su mayoría de edad. El movimiento anti-ilustrado promovido por conservadores y progresistas ha producido un descrédito de la noción de verdad, un elogio de las creencias no racionales, una emergencia del pensamiento tribal, una infantilización del discurso político y una glorificación de la opinión. Y, por supuesto, una abolición del pensamiento crítico, como ha demostrado la teoría y práctica de la cancelación en las universidades americanas.  Estos fenómenos llevan inevitablemente a una polarización extrema y abre la puerta a un poder autoritario. Trump ha entendido mejor que nadie el mundo actual y lo ha aprovechado.

Que el pensamiento conservador ha sido siempre antiilustrado, es cosa bien sabida. Lo demuestran las tempranas críticas de Burke, Herder, de Maistre, o los recientes neocons americanos. Lo nuevo es que en este momento los movimientos progresistas -el postmodernismo, las corrientes multiculturalistas e identitarias, y el pensamiento woke- también están contra la Ilustración. (Sternhell 2006, Roza 2020) El acoso ha sido tan grande que Steven Pinker se ha considerado obligado a escribir un libro de más de setecientas páginas titulado En defensa de la ilustración

Si cada uno tiene su propia verdad, es imposible el diálogo, el debate y el pensamiento crítico. Aquí aparece el eslogan postmoderno y la influencia de Michel Foucault como gurú: “es verdadero lo que el poder dice que es verdadero”. Los   argumentos no tienen valor: lo único que vale es el poder. Si quieres que “tu verdad” se imponga, no confíes en las razones, que no valen para nada. ¡Consigue el poder! El choque entre ideologías no se da mediante argumentos, sino manejando técnicas manipuladoras de persuasión. Si no podemos ir más allá, mejor es que la escuela se limite a transmitir conocimientos.

5.- ¿Qué ocurre cuando triunfan las ideologías y la exaltación de la opinión?

Esta actitud, por supuesto, dinamita la esencia de la democracia, como demuestra la historia. Hannah Arendt en su libro Orígenes del totalitarismo señala que “el sujeto ideal de la dominación totalitaria no es el nazi convencido ni el comunista fervoroso, sino la gente para la que la distinción entre realidad y ficción, entre verdadero y falso, no existe”. Juguetear con la idea de verdad no sale gratis.  David Colon señala que la negación de la verdad puede considerarse la manifestación de un nuevo “prefascismo” (Colon 2021). Las masacres del siglo XX fueron facilitadas por la pérdida de la fe en verdades universales, por la irrupción de lo irracional y por la destrucción de la unidad del género humano” (Marina). Trump no es fascista: es antiilustrado. Desde la escuela debemos hacer una defensa de la ilustración. El ataque a la universalidad supone también el ataque al sistema de convivencia basado en los derechos humanos

Esto quiere decir que la defensa de una educación libre de ideologías depende de que seamos capaces de justificar la existencia de criterios de evaluación que nos permitan distinguir lo verdadero de lo falso, lo correcto de lo incorrecto, lo justo de lo injusto. ¿Es esto posible?

7.- La búsqueda de los criterios de evaluación

¿Es verdad que no podemos salir de nuestra cultura, que no podemos encontrar criterios de justificación universales, que la argumentación solo vale dentro de la propia cultura y que con las normas morales sucede lo mismo?

Es cierto que todos nacemos crédulos, inclinados a aceptar como verdadero lo que vemos o lo que nos dicen, pero también es cierto que la evolución de la Humanidad nos muestra un constante esfuerzo por tener creencias mejor verificadas, modos de comportamientos más justos y por salir del pensamiento tribal. Y esto no se ha conseguido por un arbitrario cambio, sino tras un larguísimo proceso de ensayo y error, de autocorrección. El modelo de Ptolomeo para explicar los fenómenos astronómicos fue un alarde intelectual, pero fue superado por el de Copérnico no solo por su mayor exactitud, sino por su potencia explicativa y predictiva. El progreso se ha dado gracias a la experiencia del error y de la injusticia, que nos muestran que lo que creíamos evidente no lo era porque había sido tachado por una evidencia más fuerte. Durante mucho tiempo pareció justo imponer el bien por métodos crueles. Las Inquisiciones no fueron establecidas por psicópatas, sino por gentes bien intencionadas, deseosas de ser justas, pero equivocadas.

Esta necesidad de salir del error ha urgido la aparición de una fantástica creación humana: el pensamiento crítico. Es decir, la reflexión acerca de si lo que creo es verdad y de si lo que hago es justo. Es una gloriosa manifestación de la fuerza evolutiva de la inteligencia, de su proceso de autoconstrucción.  

La educación política es posible porque podemos justificar que hay buenas y malas soluciones a los problemas sociales. La idea de que no nos podemos poner de acuerdo en valores morales no es cierta. En Historia universal de las soluciones he justificado esta afirmación. Como argumento de urgencia propongo un test elemental de preferencias éticas a quienes niegan que podamos encontrar un consenso básico en temas morales:

1.- ¿Prefiere usted estar protegido por derechos o sometido a la arbitrariedad del poderoso?

2.- ¿Se fiaría usted más de un juez racional o irracional?

3.- ¿Le gustaría vivir bajo un poder absoluto o tener participación en ese poder?

4.- ¿Le gustaría ser discriminado sin razón?

5.- En caso de ser acusado ¿preferiría estar sometido a la arbitrariedad del juez o que sus derechos estuviesen protegidos por garantías procesales?

6.- ¿Es preferible contar solo con las propias fuerzas, o poder recibir la ayuda de los demás?

Si podemos afirmar que unas soluciones a los problemas de convivencia son mejores que otras, estamos afirmando la existencia de un criterio de evaluación ética y política. Y esto nos permite afirmar la posibilidad y la necesidad de una “educación política”, encargada de transmitir el núcleo de “opiniones políticas justificadas”. Es evidente que no tenemos ese tipo de seguridad acerca de todas las cuestiones sociales, lo que deja campo abierto para “lo opinable” en política. En él pueden tener cabida las ideologías, pero no como punto de llegada, sino como lugar de tránsito necesitado de” justificación”. De la misma manera que todas las hipótesis científicas son opiniones hasta que resultan verificadas, las ideologías deben considerarse “hipótesis políticas” pendientes de justificación. Cuando se habla de “política basada en la evidencia” estamos hablando de este movimiento de crítica y autocrítica de las ideologías, de la apertura a nuevas evidencias, en una palabra, del reconocimiento de que la justificación, como la verificación, son procesos interminables de corroboración, es decir, de robustecimiento. Esto proporciona un núcleo potente para una educación política.

Para saber más

      ORTEGA, P. (1989) Investigación pedagógica y política educativa. Reflexiones sobre el Proyecto para la reforma de la enseñanza, Anales de Pedagogía, 7, pp. 143-156.

      Roza, S. La gauche contre les Lumiè- res?, Fayard, Paris, 2020

      SANTOS, M. A. (2002) Hacia el futuro: riesgos o esperanza, en VVAA, Valores escolares y educación para la ciudada- nía (Barcelona, Graó), pp. 29-32.

      Sternhell, Z. Les anti-Lumières,

Fayard, 2006

      Tetlock, P. El juicio político de los expertos, Capitán Swing, 2016

      Van Dijk, T., Ideología, Gedisa, Barce- lona, 1999

      YAPUR, M. C. (1975) Educación e ideología: Una aproxima- ción teórica y metodológica, en YAPUR, M. C.; RONCAGLIOLO, R.; PASSERON, J. C.; TEDESCO, J. C. y SILVER J. M.

Educación e ideología (Rosario, Axis), pp. 21-32.

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