Galbraith señala la “personalidad” como una de las fuentes de poder. Ian Kershaw ha tratado el tema en su último libro: Personalidad y poder (Crítica). Le interesa saber hasta qué punto los acontecimientos históricos están determinados por las grandes personalidades políticas, o si la influencia de estas se debe solo a que son impulsadas por otras fuerzas. Los políticos suelen pensar que los “grandes hombres” dirigen la historia. Es lo que expresamente defendió Churchill en su Historia de los pueblos de habla inglesa. De Gaulle también se creía indispensable para enderezar la historia de Francia. Kershaw señala que su costumbre de referirse a sí mismo como “De Gaulle” era un intento de distanciar su figura historia de la personal. La idea de que la nación en peligro necesitaba el surgimiento de un héroe nacional capaz de rescatarla sería el motor de su vida adulta.
Las personalidades que estudia Kershaw – Lenin, Stalin, Mussolini, Hitler, Churchill, de Gaulle, Adenauer, Franco, Tito, Thatcher, Gorbachov, Kohl- influyeron decisivamente en la historia, pero lo que Kershaw quiere averiguar, es si esas personalidades “alteran fundamentalmente la historia o todo lo que pueden hacer es desviar la marea, en el mejor de los casos, y canalizarla por cauces tan nuevos como temporales”. Hay una interacción innegable. Si Hitler hubiera muerto en el atentado de 1923 o en el 1939 la historia del mundo habría sido diferente. Pero sin el entorno político, económico, ideológico, emocional de la Alemania de los años 20 tampoco habría surgido una personalidad como Hitler. Hay un círculo que se retroalimenta, y que me gustaría estudiar.
Archie Brown, en su interesante libro El mito del líder fuerte, distingue entre “líderes redefinidores”, que modifican los rumbos políticos, y “líderes transformadores”, que cambian el sistema político o económico de un país. Por cierto, en este pequeño grupo incluye a Adolfo Suárez.