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3.03.2022.- El escorpión y Putin

El ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, ha asegurado que una tercera guerra mundial sería “nuclear y devastadora”. Vale la pena analizar esta expresión. Es, sin duda, una amenaza, pero es una amenaza parecida a la de un marido que dice a su mujer: “Si intentas divorciarte, te mato y luego me suicido”. Pongo este ejemplo porque es algo que, por muy irracional que sea, sucede. Movido por una pasión, una persona puede morir matando y matándose.

¿Por qué los gobernantes pueden tomar decisiones suicidas? Una respuesta de Perogrullo: Porque pueden. La única solución para evitarlo es impedir que puedan, es decir, bloquear lo que he llamado el “poder político posicional”, el que se tiene por ocupar los poderes del Estado.  El Estado es una gigantesca red de poder, que penetra hasta el último lugar donde pueda llegar su administración. Lo descubrió ya el antiguo imperio chino que desarrolló eficazmente una colosal burocracia. Enfrentarse al Estado es luchar contra este minucioso poder distribuido. Pero, al mismo tiempo, el Estado es una herramienta indispensable para el progreso. Daron Acemoglu y James A. Robinson, en El pasillo estrecho, explican que el Estado puede ser fuente de libertad y de opresión. El resultado depende de la fortaleza que tenga la sociedad civil. Si el poder se impone a la sociedad civil, nada va a detener su afán expansionista o su afán suicida. De ahí que Aristóteles señalara ya que el tirano, para mantenerse, necesitara corromper la sociedad. Pero necesita algo más.

Un hombre solo no puede tomar una decisión así, si no está apoyado por todos los que manejan los hilos de los poderes del Estado, incluido el Ejército.

El 9 de noviembre de 1941, Adolf Hitler se reunió en Berlín con su ministro de propaganda Joseph Goebbels, para comunicarle su intención de declarar la guerra a Estados Unidos, cosa que hizo dos días después. El historiador británico Ian Kershaw considera que esa decisión fue la típica del fhürer tomada como «[un] movimiento hacia adelante típico de Hitler, intentando tomar la iniciativa… pero fue un movimiento de debilidad, no de fuerza. Fue más irracional que cualquier decisión estratégica tomada hasta esa fecha». Asimismo, para uno de los biógrafos del líder nazi, Joachim C. Fest, aquella decisión fue tomada como «un gesto gobernado por una repentina conciencia de su propia impotencia. Ese gesto fue la última iniciativa estratégica de Hitler de alguna importancia».

Un hombre solo no puede tomar una decisión así, si no está apoyado por todos los que manejan los hilos de los poderes del Estado, incluido el Ejército. ¿Por qué ningún alto mando se reveló? Guderian, von Rundstedt, von Brauchitsch, Rommel, se dejaron manejar por Hitler. (Cf. Wilhen S, Hart, Los generales de Hitler). La maquinaria de un Estado moderno es poderosísima, pero el tirano necesita que sus leales se apoderen de ella.  Entre el tirano y el grupo que lo apoya, se establece un bucle de supervivencia: el tirano necesita el apoyo de esos partidarios (a los que tiene que premiar continuamente), y los partidarios necesitan ser amparados por el poderoso. El tirano necesita una guardia pretoriana que lo apoye, que maneje los poderes de la administración y sirva de intermediaria para anular por el miedo o manipular por la propaganda a la sociedad civil. Menciono, a pesar de su anacronismo, a la “guardia pretoriana”, hacedora y destructora de Césares, porque desde el Panóptico se perciben sus semejanzas. De la Bédoyère, en su libro La guardia pretoriana, ascenso y caída de la escolta imperial de Roma (Pasado & Presente, 2017) escribe: “Mostraron qué inestable es la cuerda sobre la que se sostiene un gobernante autoritario en el poder. Necesita apoyo para mantenerse ahí, pero su guardia ha de ser poderosa para darle ese soporte. Y su poder puede llegar a ser mayor que el de él en cualquier momento… y entonces, está acabado”. Eso explica el miedo del tirano, del que es un ejemplo Stalin.

La “guardia pretoriana” romana tenía como emblema el escorpión y este animal me recuerda una fábula antigua que explica también las decisiones suicidas.

Un escorpión pidió a una rana que le ayudara a atravesar un riachuelo subido a su espalda. “No, porque me matarás”, dijo la rana. “No lo haré porque entonces moriría”. El argumento convenció a la rana que cargó con él. En mitad de la corriente, el escorpión le hincó su aguijón. ¿Por qué lo has hecho, si vas a morir? preguntó la moribunda rana. “Lo siento. Es mi carácter”, respondió el escorpión a punto de ahogarse.