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La intervención militar de Estados Unidos en Afganistán, denominada Operación Libertad Duradera. comenzó en octubre de 2001. En dos meses, los talibanes habían sido derrotados. En ese momento comenzó la difícil tarea que ya había anunciado Colin Powell. El objetivo era transformar un Estado frágil en un Estado eficiente y democrático, para evitar el regreso de los talibanes. Según Ashraf Ghani, que sería presidente de Afganistán de 2015 a 2021, «las soluciones a todos nuestros problemas de inseguridad, pobreza y falta de crecimiento coinciden en la necesidad de un proyecto internacional para la reconstrucción del Estado» (Lockhart, C. y Ashraf, G., Fixing Failed States: A Framework for Rebuilding a Fractures World, Oxford University Press, 2008, p.4). El 15 de Agosto de 2021, Kabul cayó en manos de los talibanes y quince días después las tropas americanas abandonaron el país, tras la guerra más larga mantenida por Estados Unidos. El presidente Biden afirmó: “Esta decisión sobre Afganistán no es sólo sobre Afganistán. Se trata de poner fin a una era de grandes operaciones militares para rehacer otros países”. A lo largo de la historia siempre se ha pretendido justificar la guerra apelando al deseo, e incluso al deber, de mejorar la situación de las naciones atacadas o invadidas. Era la “carga del hombre blanco”, según el famoso poema de Rudyard Kipling. Pocas veces funciono.

 ¿Por qué fracasaron los costosos intentos de implantar una democracia en Afganistán?

Es un tema apasionante para la Ciencia de la evolución de las culturas. Resulta muy difícil trasplantar instituciones de una cultura a otra, porque todas son resultado de largas historias. Las instituciones son depósitos de experiencia, sedimentación de soluciones.  “Los países –escribe Fukuyama- no están atrapados por su pasado; sin embargo, en muchos casos, las cosas que sucedieron cientos o incluso miles de años atrás continúan ejerciendo una gran influencia sobre la naturaleza de su política” (Los orígenes del orden político, Deusto, 2016, I, 16). Vivimos entre instituciones muy antiguas, que con frecuencia han olvidado su historia. Fukuyama se pregunta (I, 46): ¿Por qué Afganistán, las regiones selváticas de la India, las naciones insulares de Melanesia y parte de Oriente Próximo continúan organizadas en tribus? ¿Por qué la condición por defecto de China es ser gobernada por un gobierno fuerte y centralizado, mientras que la India nunca ha alcanzado ese nivel de centralización salvo en breves periodos de tiempo durante sus tres milenios de historia? ¿A qué se debe que prácticamente todos los casos de exitosa modernización autoritaria –países como Corea del Sur, Singapur o China- se concentren en Asia oriental en lugar de África u Oriente Medio?”

Como han señalado autores críticos con el papel de la intervención internacional, se crearon instituciones al estilo occidental, sin tener en cuenta la cultura afgana; se institucionalizó un Estado de derecho en un país que resuelve el 90% de sus disputas de manera informal o con sus propios códigos (Kuhn, Florian. «Aid, Opium, and the State of Rents in Afghanistan: Competition, Cooperation, or Cohabitation? ». Journal of Intervention and Statebuilding, vol. 2, n.º 3 (2008), p. 309-327). El último informe de SIGAR ( Special Inspector General for Afghanistan Reconstruction) también concluye que una de las razones del fracaso en Afganistán es la incapacidad de comprender y adaptar la reconstrucción del país al contexto local, sus dinámicas sociales, políticas y económicas: «la falta de conocimiento del nivel local implicó que proyectos destinados a mitigar el conflicto, a veces lo incendiaran y, otras veces sin saberlo, acabaran financiando insurgentes».

La Ciencia de la evolución de las culturas estudia precisamente los procesos que han conducido a la democracia. Barrington Moore en Los orígenes sociales de la dictadura y la democracia, (Ariel, 2015) subraya la importancia de la burguesía. ”Donde no hay burguesía, no hay democracia.” Con eso no quería decir que inevitablemente la burguesía condujera a la democracia, porque en Alemania apoyo a Bismarck y a Hitler. Es solo una de las condiciones de posibilidad.   Huntington en su conocida obra El choque de civilizaciones hace una perspicaz observación. El orden es anterior a la democracia. Es más fácil pasar a una democracia desde un régimen autocrático que desde un régimen tribal o anárquico. Esto explica que después de la segunda guerra mundial Japón aceptara con tanta facilidad instituciones occidentales. El cambio vino de arriba abajo. Era una sociedad que quiso aprender. Su interés por Europa llegó hasta tal punto que en el siglo XVIII ninguna otra sociedad no occidental había alcanzado un conocimiento tan profundo sobre Occidente como la japonesa, ni siquiera el Imperio otomano, mucho más próximo a Europa. Con la Revolución Meiji (1868), este interés conllevará cambios políticos reales: entre 1871 y 1873 importantes líderes políticos japoneses viajan a Estados Unidos y Europa (embajada Iwakura) para conocer de primera mano sus sistemas políticos, y en 1882 Ito Hirobumi, que luego será primer ministro, viaja a Gran Bretaña y Alemania, donde pasó siete meses estudiando la constitución germana que se tomará como modelo para la japonesa. Sin embargo, la adaptación de modelos políticos foráneos no supone en estos casos un abandono de la cultura local: las influencias occidentales se combinan con las tradiciones orientales en una particular fusión cultural (Holcombe. C. Una historia de Asia oriental. De los orígenes de la civilización al siglo XXI. FCE, 2016. p.222).

En La lucha por la dignidad propusimos otra explicación de la marcha hacia la democracia, considerándola un proceso natural movido por la búsqueda de las mejores soluciones a los problemas sociales. Es la solución que la inteligencia compartida, es decir, la que surge de la interacción de inteligencias individuales, encuentra cuando se libera de cinco grandes obstáculos: la pobreza extrema, la ignorancia, el fanatismo, el miedo al poder, y la insensibilidad ante el dolor ajeno. El sujeto que emerge cuando se han superado estos obstáculos, -es decir, con unas condicionas económicas mínimas aseguradas, ilustrado, crítico, y cooperador- se encamina hacia soluciones convergentes: valoración de la libertad, rechazo a las desigualdades no justificadas, reconocimiento de derechos subjetivos, participación en el poder político, garantías jurídicas, valoración de la racionalidad, y políticas de ayuda. El motor que impulsa esta búsqueda es la búsqueda de la felicidad, con sus avances y retrocesos, sus éxitos y sus fracasos. Es la experiencia de la Humanidad, objeto de estudio de la Ciencia de la evolución de las culturas.

Este enfoque, no necesita un “modelo teórico” previo al que dirigirse, sino que va descubriéndolo en el mismo proceso, a partir de un “esquema de búsqueda” poco definido. Así sucede en todas las actividades creadoras. Un proceso en que unas presuntas soluciones se enfrentan a otras y en el que acaban prevaleciendo las mejores. La ciencia es mejor solución que la magia cuando hay que resolver problemas prácticos. El reconocimiento de derechos es mejor solución que la arbitrariedad de la tiranía. La limitación del poder absoluto mejor que su aplicación incontrolada. El altruismo recíproco resuelve más problemas que el egoísmo de la fuerza.

Los cambios políticos radicales tienen que comenzar de abajo arriba. Esa es una de las enseñanzas de Afganistán.

 

Únete Un comentario

  • Mª José Martí dice:

    Yo no tengo brillantes comentarios a sus artículos, pero si mi mayor agradecimiento por sus ganas de abrir nuestras mentes. Entro cada día con la ilusión de aprehender. Millones de gracias.

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