Alain Corbin es uno de los protagonistas del “giro afectivo” que ha dado la Historia. Es el director de HIstoire des émotions, un libro valioso, pero, como todas las obras colectivas, irregular y con una selección de temas poco sistemática. Ha estudiado el modo de responder afectivamente al paisaje, a los árboles, al silencio, al mar. Acaba de publicar Histoire du repos, Plon, 2022, un tema que me interesa para la “historia de la felicidad” que estoy haciendo en El deseo interminable. Siento la peligrosa satisfacción del que ve corroboradas sus ideas. Es una satisfacción peligrosa porque se corre el peligro de prestar menos atención a las posibles objeciones. Espero que no, pero estaré alerta por si acaso. Lo que veo en este libro es un caso más de cómo un deseo fisiológico -descansar- se va ampliando y complicando culturalmente. En el mundo griego, el ocio era el modo de vida del hombre libre. El trabajo era cosa de esclavos. El sabbat judío o el descanso dominical cristiano son una interpretación religiosa del tiempo de reposo. En relación con las penurias de la vida, la muerte puede ser un descanso. Requiescat in pacem. Corbin, que es un especialista en el siglo XIX, explica que a partir de 1870 la industrialización provoca un nuevo tipo de fatiga, y se reivindica un tiempo de descanso”.
Como todas las grandes necesidades, la de descansar ha acabado por estar protegida por un derecho. Ha dejado de sorprendernos el hecho de que se hayan impuesto las vacaciones pagadas, algo tan sumamente improbable que se tardó milenios en conseguir. En Europa, aparecieron en Finlandia, Austria y Suecia en los años 20. En Francia, en el año 36, el gobierno socialista de Leon Blum aprobó las vacaciones pagadas de dos semanas. En España estaba previsto en la legislación de la república y en el fuero del trabajo, pero solo se generalizaron a partir de los 60.
El libro de Corbin no explota la riqueza del tema, que tiene frondosas ramificaciones. Por ejemplo, la relación entre “descanso”, “tiempolibre” y “vacaciones”. En Crónicas de la ultramodernidad esbocé una historia de la utilización del tiempo libre, de la diversión. El perspicaz Ortega se percató de la importancia de este asunto: “Si dejamos aparte las vocaciones excepcionales, nos encontramos con el hecho estupefaciente de que, mientras las ocupaciones forzosas han sufrido los más radicales cambios, el programa de la vida feliz apenas ha variado a lo largo de la evolución humana. Vemos que siempre y dondequiera, tan pronto como los hombres gozaban de un respiro en sus trabajos, acudían presurosos, ilusionados y enardecidos, a ejecutar un mismo y reducido repertorio de actividades felicitarias” (Obras completas, IX, p 454). Es cierto que las grandes categorías de la diversión son universales: la fiesta, el baile, los juegos, la relación con los demás, desde la conversación al amorío, la asistencia a espectáculos, oír o leer historias, y todas las actividades que producen una excitación agradable, desde la música hasta el consumo de drogas. A la pelota se ha jugado en todos los lugares del mundo. En Egipto, las muchachas jugaban con ella, y aún se conservan los juegos de pelota de los mayas. En la España medieval se jugaba con una raqueta, con bastón o con el pie. San Isidoro (556-636) escribe: “Dícese dar a la pierna cuando uno, extendiéndola la presenta para recibir el golpe de la pelota”. Los juegos de azar son también una constante en la historia. Los árabes los prohíben, pero en España se extienden tanto que Alfonso X amenaza con multas y azotes y hasta con cortar “dos dedos de lengua” al contumaz en el juego. Incluso un juego tan sesudo como el ajedrez llegó a estar prohibido en el Fuero de Jaca, por las deudas que contra el jugador y porque se enfada y blasfema.
El famoso historiador Johan Huizinga escribió Homo ludens para demostrar que jugar es una de las actividades que caracteriza al ser humano y de la que nace la cultura entera. Sin llegar a tales extremos, el deseo de descansar y, posteriormente, el de dedicar ese tiempo libre a “actividades felicitarias”, como decía Ortega, forma parte de las motivaciones universales y tendré que incluirlos en El deseo interminable, aunque no sé dónde ni cómo.