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Concebir la creación artística como la solución a un problema es válido en todas las artes. García Márquez contó que mientras escribía Cien años de soledad, se encontró con el problema de hacer desaparecer a Remedios la Bella, que ya había cumplido su papel en la narración. Al oír contar que la abuela de una muchacha que había huido con un carabinero decía que había subido al cielo, García Márquez pensó que era una buena solución. Remedios la Bella subiría al cielo. Esto le planteaba otro problema: ¿Cómo contar esa ascensión? Plinio Apuleyo Mendoza, en la entrevista a García Márquez que publico con el título El olor de la guayaba comenta: “Has contado en alguna parte que no fue fácil hacerla subir”.  El escritor contesta:” No, no subía. Yo estaba desesperado porque no había manera de hacer subir, Un día, pensando en ese problema, salí al patio de mi casa. Hacía mucho viento, Una negra muy grande y muy bella que venía a lavar la ropa estaba tratando de tender sábanas en una cuerda, No podía, el viento se las llevaba. Entonces tuve una iluminación. “Ya está”, pensé. Remedios la Bella necesitaba sábanas para subir al cielo”.

Un proceso parecido vemos en la redacción de El otoño del patriarca. A finales de enero de 1958, estando en Venezuela, asistió a la huida del dictador Pérez Jiménez. Pocos días después le vino la idea de escribir la novela del dictador latinoamericano. Este proyecto planteaba el problema de cómo definirlo y resolverlo. García Márquez comenzó dos veces El otoño del patriarca. “Durante muchos años -comenta- tuve problemas de estructura. Una noche en La Habana, mientras juzgaban a Sosa Blanco, me pareció que la estructura útil era el largo monólogo del viejo dictador sentenciado a muerte. Pero no, en primer lugar, era antihistórico: los dictadores aquellos se morían de viejos o los mataban o se fugaban. Pero no los juzgaban. En segundo término, el monólogo me hubiera restringido al único punto de vista del dictador y a su propio lenguaje”. No era una buena solución. En 1962 suspendió la narración cuando llevaba escritas trescientas páginas, porque no sabía aun como era y por consiguiente no conseguía meterme a fondo”. Seis años después la retomó, pero volvió a suspenderla. “Como dos años después, compre un libro sobre cacerías en África, porque me interesaba el prólogo escrito por Hemingway. El prólogo no valía nada, pero seguí leyendo el capítulo sobre los elefantes, y allí estaba la solución de mi novela, La moral del dictador se explicaba muy bien por ciertas costumbres de los elefantes”.

Para Valery, la poesía también es una heurística (una búsqueda de soluciones). “El proyecto de un poema -escribe. lo que suscita las operaciones de búsqueda, es un “esquema vacío”. Por ejemplo, El cementerio marino no fue al principio más que una figura rítmica vacía, o llena de sílabas vanas que me obsesiono durante algún tiempo”. Esto es un claro ejemplo de lo que en post anterior llamé “problemas mal definidos” (ill problems), cuando ni el inicio ni el fin están bien definidos. “Quizás lo más extraordinario del trabajo artístico -continúa- es ser un trabajo esencialmente indeterminado, Se es de tal forma libre, que la parte más laboriosa de la tarea es prescribirla de tal y tal manera: crear el problema mucho más que resolverlo”. Es lo más importante no en sí mismo, sino porque va a dirigir la búsqueda de la solución. Un ejemplo. En un momento del poema escribe:

En la fuente del llanto lavas hilan

Gritos, entre cosquillas, de muchachas,

Sangre que brilla en labios que se rinden.

Estos versos le parecen “sensuales y demasiado humanos”, y se le plantea el problema de “compensarlo con una tonalidad metafísica “ que, además, determina con más precisión la persona que habla: un aficionado a las abstracciones”. La solución que encuentra es introducir un verso famoso y extravagante, que no viene a cuento:

¡Zenón, cruel Zenón, Zenón de Elea!

Este verso no tiene ningún sentido si no se conoce el problema que intentaba resolver.

Podría multiplicar los ejemplos, pero creo que con esto basta para justificar mi afirmación de que la creación literaria es una continua solución de problemas y que para descifrar una obra debemos hacer lo mismo que Baxandall aplicaba a la pintura: reconocer los problemas a los que el artista se enfrenta. Solo me queda por explorar un aspecto. En un post anterior he distinguido entre “problemas” y “aporías”. Estas plantean un resto insoluble que todos los planteamientos problemáticos intentan inútilmente resolver. En la literatura podría ser “la novela total”.

Cuando Vagas Llosa escribió Pantaleón y las visitadoras, consideraba que la novela ideal debía ser una “acumulación de materiales”. “En la novela, a diferencia de otros géneros literarios-escribe- la cantidad es un ingrediente de la calidad, Eso hace que admiremos las novelas que más lejos llegan, también, en ese sentido de la cantidad y que consideremos una novela como Guerra y paz, o como La comedia humana de Balzac los grandes patrones del género”. Este criterio estropeó la que podría haber sido la gran novela humorística española. Primero planeo la obra como un diálogo. Después incorporó las acotaciones, Más tarde tuvo la gran ocurrencia de incluir los informes sobre el putiferio escritos en la jerga burocrática militar, A continuación, quiso humanizar la historia haciendo intervenir a la secta de “Los hermanos del Arca”, como contraste con el “Servicio de Visitadoras”. Para incluir el lenguaje de la radio y el periodismo, introdujo otro personaje, “SInchi”. No paro ahí la cosa. “Cuando ya tenía la novela terminada y estaba a punto de entregarla al editor -nos cuenta-, pensé que todavía podía incorporar algo más”. El mundo onírico. Ni corto ni perezoso, incorporó a matacaballo cinco sueños. Consiguió demostrar que no era verdad que la cantidad fuese calidad.

La aporía de la novela total quedaba sin resolver.

 

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