La primera parte de El deseo interminable se titula “La era de la obediencia”. La especie humana es una especie obediente. La obediencia está en el origen de todas las culturas y religiones. Está también en el comienzo de toda educación infantil. Dada su importancia, me ha sorprendido que no haya -hasta donde conozco- una “historia de la sumisión”. Hay en cambio, muchas “historias del poder”, sin que nos hayamos percatado de que son fenómenos recíprocos. No hay poder sin obediencia. Hay obediencia por miedo, por pasividad, por sentido del deber, por costumbre, por convicción, pero en esta entrada voy a hablar de una que me sorprende: la “obediencia admirativa no justificada”. Podría llamarla “veneración tóxica”. Tiene como condición imprescindible la abolición de toda crítica al poder.
La “obediencia tóxica” no es solo una pasión política, sino que se da con
terrible frecuencia en todo tipo de relaciones de dependencia
Adam Smith ya llamó la atención acerca de la disposición de los seres humanos a secundar las pasiones de los ricos y poderosos. “El pueblo admira y adora la riqueza y la grandeza, incluso, por extraño que parezca, de forma desinteresada”. Archie Brown, en El mito del líder fuerte, ha hablado de “líderes tóxicos”, que suscitan una “obediencia tóxica que les permite mantenerse en el cargo”. Marx en su estudio El dieciocho brumario de Luis Bonaparte pone como ejemplo el hecho de que los campesinos franceses, en contra de sus intereses, votasen en 1848 a Luis Bonaparte. “En momentos de desesperación y humillación se volvieron a la imagen ancestral del padre, a una autoridad superior, como una potencia gubernamental absoluta, que les protegiera contra las otras clases y les enviara desde lo alto la lluvia y el buen tiempo”. He de advertir que la “obediencia tóxica” no es solo una pasión política, sino que se da con terrible frecuencia en todo tipo de relaciones de dependencia.
Freud en Psicología de las masas y análisis del yo, habla de la obediencia al jefe. Sostiene que las técnicas de los gobernantes para suscitar sentimientos de apego son universales. Todos ellos se rodean de “gestionadores de emociones” sociales. Un caso histórico bien documentado ha sido el fomento del “amor al rey” en muchos periodos de la historia. Pero de eso hablaré en la entrada siguiente.