Diseñar una Academia ideal me permite una libertad imposible en la vida real, por ejemplo, al elegir su claustro de profesores. No tengo limitaciones temporales, espaciales ni económicas. En un post anterior, dije que me gustaría que el director fuese Aristóteles, no solo por sus escritos sobre el tema, sino porque intentó comprender lo que estaba sucediendo en otras naciones. Según relatos antiguos coleccionó 170 constituciones. Elegir a un profesor es otra manera de decir que me parece importante que su obra esté presente en la enseñanza de la Academia, por eso ni siquiera necesito pedirles consentimiento. Me lo han dado con sus libros. En los siguientes post voy a hablar de cuatro profesores seleccionados: Thomas Piketty, Ronald Heifetz, Beth S. Noveck y Daniel Innerarity.
En 2013, el economista Thomas Piketty publicó El capital en el siglo XXI, un libro sobre la economía de las desigualdades que a pesar de su extensión y de su dificultad tuvo un éxito mundial. Pero lo que me hace pensar en él para nuestra Academia es su obra Capital e Ideología donde sostiene que “la trayectoria política e ideológica nacional puede verse como un gigantesco proceso de experimentación histórica y de aprendizaje colectivo”. “Estoy convencido -añade-de que es posible contribuir a una mejor comprensión de los cambios sociales actualmente en marcha confrontando minuciosamente las experiencias históricas que proceden de países, áreas culturales y civilizaciones diferentes, explotando de la forma más sistemática posible las fuentes disponibles”. Es decir, debemos aprender de una historia universal y comparada. Bienvenido al club. Cita elogiosamente a Pomeranz, Braudel, Wallerstein, y Sven Beckert (este último, el menos conocido, es autor de una obra fascinante: El imperio del algodón, Crítica). “Por desgracia -advierte- el proceso de aprendizaje colectivo sobre instituciones justas se ve a menudo debilitado por la amnesia histórica, el nacionalismo intelectual y la compartimentación del conocimiento”. Tres amenazas de las que tendremos que protegernos en la Academia.
El tema del “aprendizaje colectivo” me parece fundamental, porque no hay política en soledad. Durante siglos, la vida social se ha movido en el marco de la obediencia y del respeto a la autoridad. “Doctores tiene la santa madre iglesia o el gobierno de turno que sabrán resolver tus problemas”. La Ilustración, como mayoría de edad de la humanidad, defendió que la autoridad debía someterse a un examen crítico, a la vista de los frecuentes desafueros que había cometido. Eso implicaba que toda la ciudadanía tenía que colaborar en la resolución de los problemas que afectaban a la polis, lo que a su vez exigía aprender a resolverlos. Por eso es necesario el “aprendizaje colectivo”, y por eso también todos los tiranos, como ya vio Aristóteles, se empeñaron en que las sociedades no aprendieran.
En la Academia del Talento Político debemos encargarnos de fomentar la capacidad colectiva de resolver problemas políticos. Esa capacidad es lo que constituye el “capital social” de una comunidad, lo que constituye su verdadera riqueza y que se va sedimentando en instituciones, hábitos compartidos, y formas de vida. Hace muchos años que Ronald Putnam mostró que el éxito de las instituciones democráticas depende del “capital social” disponible (prefiero llamarlo “capital político”), pero nos hemos olvidado de crearlo. Una tarea más para la Academia.
Han aparecido tres conceptos importantes para el mapa conceptual de la Academia: la historia como proceso de experimentación política, el aprendizaje colectivo, el capital político como creación de ese aprendizaje.