El anterior post sobre la “historia como chapuza” ha provocado algunas réplicas indignadas. Parece que decir que la propia historia no es siempre gloriosa consuma una traición. Sin embargo, es evidente que hay páginas que quisiéramos poder borrar. La esclavitud, las persecuciones, las guerras -civiles o internacionales-, la discriminación de la mujer, el trabajo infantil, la tiranía. También en la vida personal tenemos que ajustar cuentas con nuestro pasado. ¿Qué hacemos con aquellos comportamientos que no fueron justos, honestos o compasivos? Puedo olvidarlos, puedo autoengañarme y pensar que no sucedió lo que en realidad sucedió, puedo eludir la responsabilidad y decir “somos humanos”, o puedo sentir el peso de la culpa y arrepentirme. Esta es la única actitud que me permite evitar la reincidencia.
Las sociedades se enfrentan a páginas oscuras de su pasado y la experiencia muestra lo difícil que es hacerlo. Los enfrentamientos que despiertan las leyes de memoria histórica lo demuestran. Al diseñar los programas para la Academia del Talento Político, tenemos que preguntarnos ¿qué Historia deben conocer los ciudadanos de un país para ejercer mejor su poder político? La experiencia nos dice que en la escuela se ha solido enseñar una Historia sesgada, y que las diferentes orientaciones políticas tienen también ideas diferentes del pasado. Eider Landaberea en su interesante libro Los “nosotros” en la transición explica muy bien que las fuerzas encontradas que cooperaron a la transición tenían diferentes visiones. Esa peculiaridad continúa. Cada uno de los partidos presenta un proyecto de futuro, pero también una interpretación del pasado. Eso significa que para los partidos políticos no es posible tener una visión común de la Historia, lo que es un obstáculo grave para el entendimiento. A los nacionalismos les pasa lo mismo. Ernest Renan habló de una amnesia histórica que acompañó el proceso de construcción nacional. Escribió: “El olvido y, yo diría, el error histórico, son un factor esencial de la creación de una nación, y es así como el progreso de los estudios históricos es un peligro para la nacionalidad. La investigación histórica, en efecto, vuelve a sacar a la luz los episodios de violencia que han tenido lugar en el origen de todas las formaciones políticas, incluso de aquellas que han sido más beneficiosas” (Ernest Renan. Qu’est ce qu’une nation?”)
Esta historia sesgada y con frecuencia instrumentalizada políticamente debe ser excluida de los programas de la Academia del Talento Político, para sustituirla por una Historia objetiva, que nos permita comprender y ayude a tomar buenas decisiones. El camino sensato no es apoyar al partido que refuerce mi visión de la Historia, sino apoyarme en el conocimiento histórico para elegir un partido u otro.
Estoy dando por sentado que es posible elaborar esa Historia no partidista, pero ¿lo es en realidad? En el caso de España, ¿podemos tener una Historia común o debemos resignarnos a una Historia en clave españolista, vasquista o catalanista, de derechas o de izquierdas, de vencedores o de vencidos?
La respuesta la dejaré para el siguiente post.