La Historia nos cuenta la agitada evolución de los humanos, sus inagotables aspiraciones, sus enfrentamientos, sus problemas, su inventiva para resolverlos. Hemos ido saliendo a flote, arreglándonos como podíamos, y dejando huellas tremendas de nuestro paso. Para ser objetivos, más que una “historia gloriosa” deberíamos elaborar una “historia chapucera”. “Chapuza‘ suele entenderse como un trabajo mal hecho. Utilizo la palabra en otro sentido: es una solución de emergencia, eficaz, poco elegante, que se consigue aprovechando lo que se tiene a mano. Un caso bien conocido ocurrió durante el viaje del Apolo 13, cuando fallaron los filtros del aire y la vida de la tripulación se vio amenazada. Al final, consiguieron improvisar un tosco filtro, con una bolsa de plástico, una caja de cartón, cinta aislante y un calcetín. La historia funciona así. No puede esperar a tener los materiales ideales para resolver los problemas. Piensen ustedes en la Primera Guerra Mundial. Primero se declara y después se intenta parar con un armisticio. Piensen en el desenlace de las ofensivas terroristas: acaban con leyes de Punto Final o con amnistías. La llamada “justicia transicional” que se centra en cómo responder a las consecuencias de violaciones masivas y graves de derechos humanos, no puede pretender soluciones limpias y perfectas. Piensen ustedes en la Transición española. Había que actuar con lo que se tenía, por lo que resulta blanco fácil para la lógica purista de los platónicos que habitan el mundo ideal. En 1598, Enrique IV de Francia promulga el Edicto de Nantes, para garantizar la libertad de culto y acabar con las guerras de religión. El primer artículo dice: «Que los recuerdos de todos los acontecimientos ocurridos entre unos y otros tras el comienzo del mes de marzo de 1585 y durante los convulsos precedentes de los mismos, hasta nuestro advenimiento a la corona, queden disipados y asumidos como cosa no sucedida. No será posible ni estará permitido a nuestros procuradores generales, ni a ninguna otra persona pública o privada, en ningún tiempo, ni lugar, ni ocasión, sea esta la que sea, mencionarlos, ni procesar o perseguir en ninguna corte o jurisdicción a nadie».
Estas transiciones permiten seguir adelante con la convivencia, pero son injustas con las víctimas. Por eso son chapuzas. Y conviene recordarlo para que todos seamos conscientes de que las “historias gloriosas” pueden esconder historias terribles, que también conviene conocer. Álvarez Junco ha titulado uno de sus últimos libros Qué hacer con un pasado sucio. Lo más importante es no tener un presente sucio porque inexorablemente el presente se convierte en pasado y de estos polvos vendrán los lodos futuros.