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Solidaridad

Estos HOLOGRAMAS son un ensayo de PERIODISMO EXPANSIVO. Conocer lo que ocurre es fácil, comprenderlo es complejo. Cada lector debe poder elegir el nivel de comprensión en que quiere moverse. Propongo tres niveles: uno, reducido, en formato papel. Otro más amplio, en formato digital, que, a su vez, remite a una RED DE COMPRENSIÓN sistemática, necesaria por la inevitable conexión de los asuntos. Tal vez sea un proyecto megalómano, pero creo que vale la pena intentarlo. El artículo inicial de este holograma se publicó en EL MUNDO el día 12 de abril de 2020.


Solidaridad. – No creo que sea un “sentimiento de solidaridad” lo que suscita aplausos en los balcones, sino de gratitud,  reconocimiento, admiración, empatía. Deseamos homenajear y dar ánimos a los sanitarios, hacerles sentir que valoramos lo que hacen. Son sentimientos claros y nobles. Con la solidaridad entramos en terreno  complejo, con una larga historia. Reducirla a un sentimiento la devalúa, porque es fundamentalmente un modo de comportamiento, un compromiso generoso, pero que fija sus propios límites. La solidaridad nacional está impidiendo que haya una solidaridad europea. La solidaridad con los míos puede volverse hostilidad contra los otros. Conviene recuperar el frio origen jurídico de la noción: hay obligaciones solidarias que hay que cumplir con ganas o sin ellas. La Constitución española establece el “principio de solidaridad” entre las nacionalidades. Los sentimientos identitarios pueden enfrentarse a él. Por eso soy cauteloso con la sentimentalización de la solidaridad.


HOLOGRAMA 47


Es posible que haber escrito un Diccionario de los sentimientos me haya vuelto un poco quisquilloso en este asunto. Creo que el léxico afectivo es una herramienta para analizar nuestra experiencia, y que cada vez que se inventa una palabra es porque queremos llamar la atención sobre algún aspecto hasta entonces descuidado. La historia de los sentimientos es una parte fascinante de la historia de las culturas. ¿Qué ocurre con la solidaridad? Los sapiens somos animales sociales, que hemos sobrevivido gracias a estar integrados en grupos. Esta dependencia ha hecho que todas las comunidades hayan tenido que fortalecer los sentimientos sociales: la compasión, el altruismo, la cooperación, la sociabilidad. Son emociones fáciles de sentir cuando se dirigen a la familia, a los próximos, pero que resulta difícil ampliarlas a los demás. Sin embargo, intentar expandir esos sentimientos ha sido una de las grandes tareas de la humanidad. Tenía para ello que romper la solidaridad grupal, demasiado estrecha.

La idea de una humanidad compartida por todos los sapiens ha tardado milenios en aceptarse, y es todavía demasiado frágil. Es sorprendente la cantidad de pueblos que se denominan a sí mismos “los humanos” y designan a los demás con nombres de animales despreciables. La idea de ciudadanía universal defendida por los estoicos fue un intento de romper el círculo. El cristianismo fue otro. Todos los hombres somos hermanos porque tenemos un padre común, Dios. Esa idea de fraternidad resonó todavía en el lema de la Revolución Francesa “Libertad, Igualdad, Fraternidad”. Aún no se hablaba de solidaridad, sino de fraternidad, que era, por supuesto, una relación afectiva, pero que implicaba una exigencia de ayuda. Los pensadores ingleses habían insistido más en el sentimiento de compasión (sympathy), que también llamaban benevolencia, piedad y conmiseración. De hecho, cuando se discutió incluir la solidaridad en la Constitución europea, los representantes ingleses advirtieron que “solidarity” significaba en inglés una cosa diferente.

La idea de “fraternidad” –escribe Mona Ozuf en L’homme régénéré– es la más enigmática de la Revolución francesa. Y más problemática aún es la relación que mantiene con los dos otros términos de la divisa republicana, porque la fraternidad, cuya función es unir, parece contraria a la libertad y a la igualdad que implican la promesa de independencia de los hombres. La Revolución define los individuos autónomos, mientras que la fraternidad está orgánicamente ligada a la unidad. Enseguida se vio la disonancia. En las primeras formulaciones del lema revolucionario no aparecía. La triada original era Libertad, Igualdad, Propiedad. Con el tiempo, las corrientes liberales adoptaron la libertad y la igualdad postergando la fraternidad, y las corrientes socialistas enfatizaron la fraternidad y devaluaron las libertad. El asunto tenía mal solución porque los tres conceptos procedían de tradiciones diferentes. La libertad y la igualdad eran derechos. La fraternidad, no. En realidad, imponía deberes.

La idea de “solidaridad” vino a resolver el problema. Salía del derecho, que habla de “deudas solidarias”. En los debates constitucionales revolucionarios se planteó la existencia de una “deuda social”, por la que todos éramos deudores solidarios (y también acreedores). La idea ya había sido lanzada por Auguste Comte, padre de la sociología: “Nacemos bajo un montón de obligaciones de todo tipo: hacia nuestros predecesores, hacia nuestros sucesores, hacia nuestros contemporáneos”. Esa “deuda primordial”, de la que he hablado en otro holograma, instauraba una nueva forma de relación entre hombres declarados libres e independientes. Era un intento de convertir un hecho sociológico –que todos recibimos en herencia una cultura, que todos mantenemos relaciones de interdependencia- en un hecho moral: somos deudores de la sociedad en la que hemos nacido y estamos sometidos a un imperativo moral de responsabilidad. En realidad, este paso no es lógicamente correcto, porque, como dicen los filósofos, “del ser no se pasa al deber ser”. Las normas morales siempre aparecen como ficciones salvadoras, para resolver problemas. Y en este caso, se trataba de implantar unos deberes que fomentaran la justicia. La justificación venía después.

Empleado en este sentido moral, el término hizo su aparición pública en 1880 con la presentación en la Sorbona de una tesis titulada De la solidarité moral, escrita  por Henri Marion. En 1889, Leon Bourgeois, premio Nobel de la Paz en 1920, publica Solidarité. El término tuvo éxito y pasó a formar parte del lenguaje político. “Solidarité” será el tema de la Exposición Universal de París de 1900. En su catálogo se lee: ”La ciencia ofrece a los hombres el secreto de la grandeza material y moral de las sociedades, que se encierra en una palabra “Solidaridad”. (Marie-Claude Blais, La solidarité. Histoire d’une idée, Gallimard, París, 2007). El “solidarismo” pretendió diferenciarse del socialismo y fue el soporte conceptual del Estado providencia.

La idea perdió parte de vigor en la primera mitad del siglo XX, pero retoña en los años 80. Mitterrand crea el primer Ministère de la Solidarité. La solidaridad se presenta como un principio político, pero se impone como un principio moral. De hecho, la expresión “Estado social” o es una mera redundancia (no hay un Estado asocial) o es un título de contenido moral. La solidaridad se adoptó como un principio europeo. En el Tratado de Maastricht, la solidaridad obliga a los Estados miembros a sacrificar los intereses nacionales a los intereses comunitarios. En 2001, el proyecto de Constitución para Europa le reconoce un estatus de “valor universal”.

La globalización, las amenazas ambientales o la pandemia actual han reforzado la idea de “solidaridad sociológica”. Es evidente que todos somos pasajeros del mismo barco, nuestro planeta. Esto nos incluye, queramos o no, en una “unidad de destino”. Lo importante es si seremos capaces de construir una “unidad de proyecto”, que estaría basado en la “solidaridad moral”. Luigi Ferrajoli, el gran jurista italiano, acaba de afirmar la necesidad de elaborar una Constitución universal. Hace ya veinte años, en La lucha por la dignidad, la profesora De la Válgoma y yo propusimos incluso su primer artículo. Decía así:

“Nosotros, los miembros de la especie humana, atentos a la experiencia de la historia, confiando críticamente en nuestra inteligencia, movidos por la compasión ante el sufrimiento y por el deseo de felicidad y de justifica, nos reconocemos como miembros de una especie dotada de dignidad, es decir, reconocemos a todos y cada uno de los seres humanos un valor intrínseco, protegible, sin discriminación por edad, raza, sexo, nacionalidad, idioma, color, religión, opinión política, o cualquier otro rasgo, condición o circunstancia individual o social. Y, afirmamos que la dignidad humana entraña y se realiza mediante la posesión y el reconocimiento recíproco de derechos”.

La Constitución universal tendrá que esperar, porque el auge de los nacionalismos impone una restricción de la solidaridad. Eso lo vemos en España. La Constitución española afirma el principio de solidaridad entre las nacionalidades. Los movimientos soberanistas afirman la independencia y niegan la solidaridad con otras regiones. Es el mismo reflejo de autodefensa que está produciendo grietas en la Unión europea. El proyecto solidario es muy difícil de mantener. La historia mundial es la continua sístole y diástole de la autonomía y de la solidaridad. Como he expuesto en estos hologramas, creo que existe un derecho de autodeterminación, pero que debe reconocer ponderando otros factores, entre ellos la solidaridad.

Volvamos a mis cautelas hacia el “sentimiento de solidaridad”. Con mucha facilidad es abducido por el “sentimiento de identidad”, una ancestral emoción profundamente grabada en nuestro genoma cultural. En algunos lugares, los aplausos de reconocimiento van acompañados del Himno Nacional, y los anuncios en TV insisten en la unidad de la nación. Es lógico, porque el desarrollo natural de la solidaridad tiende a replegarse hacia el grupo, es centrípeto, mientras el proyecto ético tiende a expandirlo. A las claras se ve que el proyecto ético intenta vivir ampliando los límites de la naturaleza, yendo más allá de lo que recomiendan nuestros genes egoístas. El ideal es que nuestros sentimientos estuvieran de acuerdo con este proyecto, porque semejante sintonía favorecería la acción, pero sólo lo conseguimos a ratos. El sentimiento de humanidad compartida desaparece con mucha rapidez. Trabajo en una historia de los genocidios y podría ponerles ejemplos espeluznantes de lo que digo, pero, como decía un grafitti, “conviene dejar el pesimismo para tiempos mejores”.


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  • Javier Rambaud dice:

    Muchas gracias por aclarar tantas ideas. Es muy interesante el origen jurídico de la solidaridad y aunque la etimología solo ofrece una información arqueológica, creo que también algo aporta. En último término, solidaridad procede del adjetivo solidus (sólido, en el sentido de macizo, compacto, consistente) en cuya familia también están los sustantivos solidus (moneda de oro “consolidada”, de donde derivan “sueldo” y “soldado”) y soliditas (solidez, firmeza), así como el verbo solidare (soldar, solidificar). Un conjunto que hace referencia a la solidez o cohesión, de ahí que para los liberales resultase algo sospechoso frente a su defensa del individuo y que tuviese más éxito entre algunos socialistas (claramente para los utópicos), en la doctrina social cristiana y en los orígenes del estado del bienestar en la Alemania de Bismarck (como respuesta al socialismo, pero no sólo). Pero, como dices, también fundamentó el nacionalismo que exige solidaridad interior (pero rechazo al enemigo “exterior”), con un fuerte contenido emocional, pues resulta más fácil generar el sentimiento solidario frente a la amenaza, real o ficticia. En esos peligrosos caminos nos movemos.
    Javier Rambaud

    • jose antonio marina dice:

      La aparente claridad de la palabra es engañosa, como dices. La solidaridad centrípeta puede ser más fuerte que la centrífuga. Por eso los socialista pueden reconvertirse en nacionalistas, lo que es un contradios, o la iglesia católica en nacionalcatolicismo, que es un contradios por partida doble. Un caso interesante fue la relacién de la URSS con los movimientos nacionalistas. Los apoyó, de manera semejante a como Putin está haciendo ahora.

  • JesúsG dice:

    Muy interesante reflexión sobre un concepto sobre el que pocas personas, que yo conozca, han reflexionado en profundidad. Recientemente (02 de abril) Antonio Torres del Moral publicó en El Mundo un interesante artículo, Nación Solidaria, en el que también lo hace. En él defiende que para la población en general, la solidaridad es como un sinónimo laico de caridad. Desde esa perspectiva se afirman cosas como la de que los españoles somos un pueblo muy solidario por nuestra colaboración a ONG y similares. Es de agradecer al Sr.Marina el hecho de que nos aclare el significado fundamental del concepto de solidaridad y su problemática relación con otros como el de la libertad y la igualdad.
    Si no lo he entendido mal la solidaridad tiene un fundamento jurídico y es, al mismo tiempo, un principio político (entiendo que de la democracia) y un deber moral (una ficción constitucional tan del gusto del autor, y del mío). No importa tanto si los españoles somos o no solidarios sino si decidimos comportarnos comos si lo fuéramos. Sin ese sentido del deber solidario no hay nación que valga, nadie pagaría impuestos ni ninguna comunidad estaría dispuesta a ceder parte de su libertad y soberanía.

    • jose antonio marina dice:

      En efecto, la solidaridad no es un sentimiento sino un compromiso y una acción. Por eso he recordado su origen jurídico. Ortega decía: «Es triste tener que hacer por deber lo que podría ser hecho por entusiasmo». (o por compasion, amor a la justicia, frternidad, etc.), pero lo importante es que se haga. He criticado mucho la importancia que ha adquirido el concepto de «motivacion», que solo significa «ganas de hacer algo». Estamos repitiendo tanto que hay que estar motivado que ha llegado el momento de decir que los deberes hay que cumplirlos aunque no se esté motivado para hacerlo, aunque see tengan que hace «sin ganas».

  • Paloma835 dice:

    https://elpais.com/elpais/2020/04/12/opinion/1586705818_444923.html
    https://elpais.com/internacional/2020-04-12/juncker-los-coronabonos-se-abriran-paso-pero-hace-falta-tiempo.html
    https://elpais.com/internacional/2020-04-12/el-coronavirus-rompe-las-costuras-de-la-politica-migratoria-de-trump.html
    Siento que los enlaces, que creo oportunos relacionados con su artículo desde un optimismo práctico, racionalista y prudente, sean los tres del mismo medio, pero es que el panorma informativo y crítico es desolador, como si el Covid-19 no hubiera cambiado el mundo, embriagados en el apocalipsis irredento, la hipérbole sicofante y el síndrome de abstinencia cainita. En su pecado tendrán la penitencia.
    Gracias por su remanso analítico, alejado del ruido informativo, la toxicidad partidista y el haraquiri mental.
    Un saludo

  • Francisco Vega dice:

    SER SOLIDARIO EN EL CONFINAMIENTO

    Muchas gracias por el holograma y la oportunidad de poder hacer filosofía. Desde esta perspectiva, me pregunto:
    ¿Existe una / la posibilidad real de ser solidario en una situación de confinamiento?
    El gobierno de España ha decidido el “confinamiento” de la población, como si de un “arresto domiciliario” se tratase .Me surje la duda de si ha sido deliberada la elección de una palabra tan desagradable para definir nuestra forma de vivir en esta pandemia; quizás, se pretendía con ello ponernos en la situación del reo que no debe, ni puede, resistirse a su condena .
    Planteo esta cuestión , porque el lenguaje es eje central y motor de nuestro desarrollo como seres humanos. El profesor Jacques Derrida nos ilustra al respecto, haciéndonos ver que la gramática es uno de los pocos “ordenamientos” que no transgredimos. Es habitual quebrantar los ordenamientos jurídicos o , incluso , las reglas de los protocolos sociales o de los juegos más inocentes . Pero cuando aprendemos el uso de las reglas ortográficas y sentido de las palabras, lo interiorizamos como propio y muy difícilmente quebrantamos dicho orden . Nunca nos referiremos a un árbol para definir lo que es un león , ni confundiremos los colores o el uso de los tiempos verbales . Cuando el gobierno decide que nos “confina” , lo cierto es que ,de forma deliberada o no , nos está haciendo prisioneros de esa palabra y su sentido . Una palabra con una decidida y evidente connotación limitativa de nuestros derechos.
    Es por ello que ,en mi caso , me niego a aceptar el confinamiento , hago abstracción del mismo , y he preferido sentir una sensación de “recogimiento” en familia
    Más allá de este discurso filosófico en torno a necesidad de un correcto uso del lenguaje, no podemos negar que se está desaprovechado una evidente oportunidad que nos brinda el estar “recogidos” . Los poderes públicos, los medios de comunicación y todas aquellas personas , instituciones y organizaciones ,públicas o privadas , que tienen cierta influencia sobre la sociedad, deberían aprovechar la oportunidad de que estamos todos “recogidos” , para fomentar los valores universales que se ensalzan en las Cartas Magnas y en las Declaraciones de Derechos Humanos . Bien al contrario, el último mes nos ha demostrado que se está perdiendo esta oportunidad y que dicho “estado de recogimiento” , que invita a la reflexión y meditación, siendo caldo de cultivo para el desarrollo de buenas ideas que conformen un mundo mejor , se ha pervertido por un discurso que lleva al enfrentamiento social.
    Un enfrentamiento social que , cual pandemia , nos tiene cautivos desde hace milenios y que impide liberar un verdadero , eficaz y eficiente fenómeno de solidaridad .
    Para los teóricos de la Ilustración , la modernidad debería devolver al ser humano su derecho a ser libre , igual y a vivir en fraternidad . Digo derecho a vivir en fraternidad , entendiendo el mismo como un valor universal y transversal. La fraternidad se define fácilmente como un estrecho vínculo con el Otro . La fraternidad nos “sabe” a familia . En este contexto fraternal , se desarrolla con especial vigor un capacidad innata al ser humano : LA EMPATÍA . No cabe duda de que la empatía se desarrolla de forma brutal cuando existen esos vínculos extremos , esos vínculos de cariño que nos unen a la familia, que nos llevan a estar juntos y unidos en situaciones desgraciadas y felices .
    El ser humano tiene una gran capacidad para empatizar . Cuando vemos reír a alguien, es sencillo que sonriamos. Cuando vemos llorar es fácil que lloremos. Nuestra capacidad natural para empatizar es tan grande, que incluso somos capaces de hacerlo con los personajes de películas de ficción, y lloramos aún sabiendo que el sufrimiento del actor no es real. No todos tenemos el mismo grado de empatía ni la misma necesidad de sentirnos libres. ; tampoco nos sentimos iguales al Otro con la misma intensidad. Pero lo que no podemos cuestionar es que todos los seres tenemos el mismo derecho a ser libres, a ejercer nuestros derechos con igualdad y sin discriminación y a que no nos limiten nuestra capacidad para empatizar . Esta idea es la que se ensalza en la Modernidad, cuando se quiere colocar al hombre en el centro del universo.
    Difícilmente puedo ponerme en la situación del Otro, si no soy consciente de mi libertad y de mi situación de igualdad con ese Otro . Lamentablemente ,durante milenios , la ausencia de libertad y de igualdad han condicionado el derecho y la capacidad de empatizar innata de los seres humanos ; lo que sin duda ha provocado el que la sociedades hayan asistido impasibles a los genocidios más inimaginables . La historia de la humanidad es la historia, como bien se apunta , de los genocidios, los abusos y la catástrofe.
    Me preocupa que, desde el confinamiento que nos imponen inmerso en un discurso de enfrentamiento social, no nos sintamos libres e iguales , y no seamos capaces de empatizar lo suficiente para ser solidarios con el Otro . La solidaridad entendida como la otra cara de la empatía , que fluye en un mundo fraternal .
    Es preciso que palabras como justicia, igualdad , libertad y fraternidad se interpreten desde esa empatía original de la que participa el Ser , como una cualidad innata una vez que ya no es la Nada y se encuentra con el Otro.
    La empatía nos permite ser libres y sentirnos iguales; si nos arrebatan la libertad y la igualdad , perdemos la empatía. Son espejos enfrentados que se reflejan hasta el infinito. Pido a Dios ( o sea , la Naturaleza ) que nos permita sentirnos libres e iguales para que se desborde nuestra empatía. Solo así, podrá emerger un mundo solidario en el que todas las caras del poliedro cultural puedan realizarse en plenitud. Únicamente llevando a la empatía hasta su verdadero potencial, permitiremos florecer la solidaridad y podremos alcanzar la justicia, dando a esta última “carta de naturaleza” , reconociendo que existe como un valor absoluto. Para así ,de una vez por todas, como sociedad libre, igual y fraternal , poder definir el sentido de la palabra justicia , interiorizar dicho sentido y hacerla una realidad.
    Respecto a la pregunta inicial , lo importante en la filosofía es la pregunta , no la respuesta .

  • jose antonio marina dice:

    Tiene razón al decir que «recogimiento» tiene un aire más espiritual que «confinamiento», pero es porque previamente ha elegido usted esa acepción. Recuerdo una obra de teatro de Martin Recuerda, «Las arrecogidas de santa maria egipciaca». Las arrecogidas en algunos conventos eran las prostitutas, para que no anduvieran por las calles. Recogimiento como vuelta a la interioridad, como opuesto a disolución o diversión es, sin duda, una buena actitud.
    Utilizo la palabra «empatía», que es por cierto moderna, con cierta cautela. La mas clásica era «simpatía», pero la mas interesante dentro de esa familia, desde el punto de vista moral, es la compasión. Me explico. La empatia es la capacidad de comprender los sentimientos y las conductas de otra persona, pero no especifica qué uso de va a dar a esa capacidad. Todos los timadores son artistas de la empatia. En cambio, la compasión es uno de los sentimientos que definen la naturaleza humana. Por eso a quien la pierde le llamamos «Inhumano». Si le interesa el tema, puede leer el libro de Penny Spikin » How compassion made us human», Pen and Sword Press.
    Gracias por el comentario

  • antonio dice:

    Desde un punto de vista práctico, considero que la solidaridad como algo que el Estado debe fomentar y facilitar, pero nunca imponer, porque la solidaridad tiene un contrapartida fundamental para su equilibrio, el mérito.
    Cuando la solidaridad es impuesta, termina anulando el mérito, y corrompe otros ideales porque termina anulando la libertad individual, y por tanto, perdemos la capacidad de ser individuos, para convertirnos en masa de borregos dirigidos desde un Estado.
    Un ejemplo claro, lo tenemos en España, cuando se critica desde las filas de Podemos, la actuación de solidaria de Amancio Ortega, esta claro que parece que lo que buscan ideológicamente es convertir lo que es potestad intrínseca de la voluntad individual de los ciudadanos, en una atribución más de un Gobierno que esta más preocupado por anular la individualidad, que de solucionar problemas.
    La solidaridad como la veo, es un gran ideal, porque es la principal arma que tiene el individuo para implicarse, sin terminar alienándose, en una cultura de masas en la que vivimos, por eso es tan atractiva para los robespiers del poder prostituirla, y convertirla en su arma de control sobre los individuos. Y por desgracia, cada vez tendremos más manoseo populista de este ideal en manos de los gobiernos, porque cada vez habrá más inmigración.
    Un saludo.
    saludos.

  • antonio dice:

    Desde un punto de vista práctico, considero que la solidaridad como algo que el Estado debe fomentar y facilitar, pero nunca imponer, porque la solidaridad tiene un contrapartida fundamental para su equilibrio, el mérito.
    Cuando la solidaridad es impuesta, termina anulando el mérito, y corrompe otros ideales porque termina anulando la libertad individual, y por tanto, perdemos la capacidad de ser individuos, para convertirnos en masa de borregos dirigidos desde un Estado.
    Un ejemplo claro, lo tenemos en España, cuando se critica desde las filas de Podemos, la actuación de solidaria de Amancio Ortega, esta claro que parece que lo que buscan ideológicamente es convertir lo que es potestad intrínseca de la voluntad individual de los ciudadanos, en una atribución más de un Gobierno que esta más preocupado por anular la individualidad, que de solucionar problemas.
    La solidaridad como la veo, es un gran ideal, porque es la principal arma que tiene el individuo para implicarse, sin terminar alienándose, en una cultura de masas en la que vivimos, por eso es tan atractiva para los robespiers del poder prostituirla, y convertirla en su arma de control sobre los individuos. Y por desgracia, cada vez tendremos más manoseo populista de este ideal en manos de los gobiernos, porque cada vez habrá más inmigración.
    Un saludo.
    saludos.

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