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Nacionalismo y autoritarismo

HOLOGRAMA 13. 


Sobre la “solución canadiense” he escrito en varias ocasiones, por lo que no necesito hacerlo aquí. La historia de la “voluntad popular” es muy interesante. Hace años, durante una comida con dos miembros de Herri Batasuna mantuvimos el siguiente diálogo: “¿Creéis que un referéndum de autodeterminación resolvería el problema vasco”? “”. “¿Y quién debería votar en ese referéndum?”. “Los verdaderos vascos”. “¿Y quiénes son los verdaderos vascos? “Los que quieren la independencia”. No me tomé el asunto a broma, porque esta es una idea que nos viene desde el siglo XVIII. Concretamente, de Rousseau.

Rousseau afirmaba lo que puede entenderse como el fundamento de la democracia. El objeto de la acción política es el bien común. ¿Cómo podemos conseguirlo? Rousseau es tajante: “La voluntad general es la única que puede dirigir las fuerzas del Estado según los fines de esta institución, que es el bien común”. La “voluntad general” no puede equivocarse. Siempre “es recta y tiende a la utilidad pública”. Pero conociendo demasiado bien la historia tiene que reconocer que “las deliberaciones del pueblo no tuvieron siempre la misma rectitud” y afirma: “Hay a menudo una gran diferencia entre la voluntad de todos y la voluntad general; solo ésta considera el interés común”. ¿Se ha dado cuenta el lector de esta sorprendente distinción? La voluntad de los ciudadanos puede equivocarse, pero la “voluntad general”. La voluntad general es la que representa a la Nación, a la justicia, al bien común. Es la voz de la soberanía absoluta. La otra, la de la gente, es solo un guirigay de intereses particulares. Curiosamente, y esto prueba los enrevesados caminos de las ideas políticas, esta idea procedía de los teóricos de la monarquía absoluta, que distinguían en el monarca “dos cuerpos”. Uno era su personalidad concreta, psicológica, que como la de todos los humanos era falible. La otra era su personalidad real, que era infalible. (Ernst Kantorowicz: Les deux Corps du Roi, Gallimard, 1988; Helène Merlin-Kajman. L’absolutisme dans les lettres et la théorie des deux corps, Honoré Champion,2000). La “voluntad popular” traduce al cuerpo psicológico, individual, del rey, y la “voluntad general” su cuerpo abstracto, institucional, ficticio.

En la teoría democrática de Rousseau, no había que fiarse del pueblo, pero al mismo tiempo de él depende la legitimidad del poder. ¿Cómo se sale de este embrollo? Esta curiosa evolución del pensamiento político, ingeniosa, eficiente y tramposa como todas las chapuzas, se hace en dos tiempos. En el primero, la soberanía no se deposita en el pueblo, sino en la Nación. A la Nación se la dota de atributos personales y cuasi divinos. Sieyés, posiblemente el personaje más influyente de la Revolución francesa, defendía que las Naciones no proceden de la historia. Son anteriores a ella y, por lo tanto, también a los individuos. Por eso, “una Nación no puede dejar de ser una Nación”. Hay un “derecho natural de las Naciones” que las confiere derechos. El resto de los derechos son de nivel inferior, porque el bien de la Nación es el bien común, mientras que los otros solo defienden intereses individuales. La Voluntad Nacional no está relacionada con el pueblo con minúscula, con la gente real, sino con el Pueblo con mayúscula, una entidad ficticia. El perspicaz Mirabeau quiso atajar el peligro que veía en esta personificación de la soberanía, que le parece una imitación de la soberanía real absoluta, y propuso el 15 de junio de 1789 que los “representantes de la nación francesa se llamen “representantes del pueblo francés”. Pero esto suponía dar el protagonismo a la gente, convertir el poder absoluto de la Nación en calderilla democrática. Siguiendo la propuesta de Sieyés, dos días después, el nombre elegido es “Asamblea Nacional”. El pueblo como conjunto de ciudadanos ha quedado atrás. El poder reside en la Nación, que es un personaje ficticio. La Nación había ganado la partida y, como señala George Gusdorf, todo el trabajo constitucional de las asambleas de la república se encuentra determinado por esta decisión terminológica. (Les Révolutions de France et d’Amérique, la Table Ronde, Paris, 2005). La Revolución no elimina el poder absoluto del monarca. Solamente cambia su titular. Ya no es el Rey, sino la Nación la que ostenta el poder absoluto. Este fue el primer paso en la deriva hacia el autoritarismo. Estaba construyéndose el trono republicano que ocuparía años después Napoleón.

Pasemos a la segunda etapa. ¿Cómo se conoce la voluntad de la Nación, es decir, el bien común? No por la voluntad popular, expresada con votos. Eso solo manifiesta los deseos e intereses particulares, no los de la Nación, no el bien común. La “voluntad popular no es de fiar”. Solo lo es la “voluntad general” que es la que deriva de los verdaderos ciudadanos que son los que se identifican con el bien común, con la Voluntad Nacional. Eso es lo que me dijeron los miembros de Herri Batasuna. La “voluntad de la nación vasca” es la independencia. ¿Quiénes forman parte de ese pueblo elegido que va a interpretar la voluntad nacional? Quienes desean la independencia.

La argumentación circular es evidente. No es la voluntad de los ciudadanos la que determina y fija el bien común, el interés de la Nación. Al contrario, es la Voluntad de la Nación, la que sirve para juzgar quienes son los verdaderos ciudadanos. Su sumisión a la Voluntad Nacional constituye la “voluntad general”. La carreta se ha puesto delante de los bueyes. Descifrar cual es el bien común, la Voluntad de la Nación, queda en manos de un grupo de elegidos, dotados de una especial conciencia. Eso, en el mejor de los casos. En el peor, se encarga de ello un Führer. El pueblo llano queda sustituido por el Pueblo, una entidad ficticia. Los idealistas alemanes elaboraron la teoría de esta mutación. Friedrich Schlegel escribió: “Cada Pueblo constituye un individuo autónomo, es su propio absoluto, tiene un carácter peculiar y se gobierna a sí mismo de acuerdo con leyes específicas”.  Hegel es explícito: no hay que confiar en el pueblo, cuya acción es “elemental, irracional, desenfrenada, terrible”. El pueblo no sabe lo que quiere. Hay que realizar la Voluntad nacional “con o sin el consentimiento del individuo”. Schelling avanza en esa línea:” Es la metafísica la que hace que una masa de seres humanos llegue a ser un solo corazón y una sola alma, o sea, un Pueblo”. En realidad, como señala Amartya Sen, lo más eficaz para realizar esa alquimia unificadora es la guerra, que “obliga a los pueblos a abandonar su identidad múltiple y los reduce a una dimensión única”. Lo convierte en Pueblo. Quedamos así en un mundo político habitado solo por dos individuos colosales y ficticios: Nación y Pueblo. Quienes acepten hablar de ellos deben reconocer que se mueven en el terreno de la ficción. Al final, una persona o un partido puede hacerse su único intérprete, su voz. “Nuestra voluntad es la voluntad general”, proclamó Robespierre. En un intento de acercar la voluntad popular, la de la gente, a esa Voluntad de la Nación, o “voluntad general”, se emplean todos los procedimientos de convencimiento, proselitismo, educación o adoctrinamiento. La utopía final es que todos los ciudadanos coincidan en su identificación con la Nación.

Me parece urgente que los nacionalistas que quieren defender racionalmente sus ideas, procedan a la desmitologización de su nacionalismo y empiecen a hablar de los ciudadanos que componen la nación. Es más prosaico, pero más real.

Este mecanismo en dos pasos: (1) entronización de una entidad superior garante del bien común y (2) autodesignación del intérprete de la Voluntad de esa entidad superior, se ha repetido una y otra vez en la historia de la humanidad. El marxismo lo adoptó. En el “Manifiesto del Partido Comunista” Marx y Engels distinguen entre la “clase en sí” y la “clase para sí. La clase real, lo mismo que el pueblo, no se conoce, El partido comunista es el encargado de crear la conciencia de clase, y se convierte así en voz e intérprete del proletariado. Transforma en “en sí” inconsciente en “para sí” consciente. Cuando Stalin se convierte en el führer del patio, el circulo está cerrado. Hay que adoctrinar a la gente para que piense lo que debe pensar. Todas las religiones basadas en una revelación siguieron el mismo proceso: designación del intérprete y adoctrinamiento salvador de las masas. Saint Just da la justificación:” Para conseguir la justifica futura, debemos de tener el valor de ser injustos”.

Hacer la historia de estos conceptos me parece extraordinariamente oportuno en este momento. Vuelvo a decir que debemos pensar el nacionalismo, para lo cual hay que descubrir sus sistemas ocultos. Descender de la Nación a la nación, y del Pueblo al pueblo. Es decir, prescindir de las mayúsculas que siempre distorsionan la realidad. De la misma manera que los teólogos cristianos del siglo pasado- Bultmann, por ejemplo- se empeñaron en “desmitologizar el cristianismo”, llevados por su amor al cristianismo, me parece urgente que los nacionalistas que quieren defender racionalmente sus ideas, procedan a la desmitologización de su nacionalismo y empiecen a hablar de los ciudadanos que componen la nación. Es más prosaico, pero más real. Y ahí, seguro que acabaremos poniéndonos de acuerdo.

 

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  • Paloma835 dice:

    La dialéctica tribu vs imperio es una constante a lo largo de la historia que va configurando las diferentes formas territoriales en las que se va organizando la sociedad en cada época.
    Hoy, en Europa se contrapone nacionalismo (tribu) a globalismo (imperio), en donde los tradicionales estados-nación representarían los intereses materiales y culturales de los nacionales en oposición a los intereses materiales y culturales universales, y los derechos de los ciudadanos nacionales en contraposición a los derechos humanos universales.
    Sin embargo, los estados-nación representan al imperio en según qué circunstancias geográficas materiales y culturales. El rol de tribu lo ejerce la nación histórica que pretendería ser un estado-nación independiente, o en una región-nación que demanda autogobierno dentro del Estado. En este tipo de circunstancia el Estado representaría los derechos y deberes de los ciudadanos sin distinción material y cultural, mientras que las naciones y regiones representarían los intereses locales de los nacionales. Pero estos mismos estados-nación que representan la idea de imperio, se transforman en tribu al ceder parte de su soberanía a un orden supraestatal, la UE, que tiene muchas de las características del clásico imperio. Y se da la paradoja de que aquellas naciones que se quieren independizar del imperio que representa el estado-nación al que pertenecen, pretenden su plena integración en el imperio supraestatal UE.
    Parece demostrarse la veracidad de la ley del eterno retorno.

    • jose antonio marina dice:

      Me parece muy interesante aplicar analógicamente la tensión «nación-imperio» a la tensión «regiones-Estado». Una de las sorpresas que me llevé al escribir «»Biografía de la humanidad» fue descubrir la importancia de la figura cultural del Imperio. Como todas las creaciones culturales era un intento se solucionar un problema. En la interpretación tradicional el problema a resolver era el inagotable deseo expansivo del poder. Sin duda es verdad, pero el problema más interesante, que se da en todas las escalas es ¿cómo gestionar la diversidad de pueblos y culturas para que puedan convivir? Los libros de Burbank y Cooper («Imperios», Critica), de Kumar («Imperios», Pasado y presente) y el de Harari, insisten en este aspecto. En ese sentido podría decirse analógicamente que el reino de las Españas tiene la estructura de un «Imperio», y que la Union europea tambien. De modo que estoy completamente de acuerdo en lo que dice.

      • Paloma835 dice:

        La monarquía hispánica tiene características de imperio que fueron regidas por dos dinastías extranjeras y sus territorios se extendían más allá de la península ibérica. Los reinos que componían las Españas eran las tribus que se correspondían con bastante aproximación a los pueblos autóctonos prerromanos que habitaban la península ibérica que tenían ningún sentido de unidad territorial hasta la Hispania romana.
        Pd.: Supongo que vio el email que le envie en el que adjuntaba mi artículo sobre el orgen y desarrollo de la Unidad de España, junto con al artículo de San Isidoro y la rebelión de Hermenegildo.

      • luis dice:

        En ese sentido podría decirse analógicamente que el reino de las Españas tiene la estructura de un “Imperio”, y que la Union europea tambien.

        Es una analogía ramplona, porque el problema es otro, si el imperio, es mejor o peor. Si el ser humano avanza es porque al final se impone lo «menos plano».
        Si no estuviéramos dentro de la UE, el pan se nos acabaría. En España vivimos de prestado, si no estuviéramos bajo el paraguas del «imperio» de la UE, nuestra deuda se dispararía y en España volveríamos a un canibalismo de vencedores y vencidos, gracias a la UE, hay pan para todos, y para que todos roben, sin que falte el crédito barato.

  • Jorge dice:

    Buenos días:

    Ya he expresado mi opinión sobre el nacionalismo político en otros hilos. Es una ideología que se fraguó fundamentalmente en el siglo XIX para justificar, as usual, la toma del poder de una nueva clase social. El catedrático Tomás Pérez Vejo lo explica muy bien en sus libros, y con él muchos otros historiadores, cada vez más, que desenmascaran el mito de la Nación.
    Como bien dice usted, se trata de un error gramatical: nación, con minúscula, siempre fue el conjunto de habitantes de un territorio o que compartían una característica común, generalmente una lengua o dialecto. En América se hablaba por ejemplo de Nación Apache, sin que eso significara que fueron un estado o un único pueblo, sino un conjunto de bandas con una lengua o dialectos comunes en un determinado territorio, la Apachería. También se hablan, por ejemplo, de la Nación Gitana. Pero ser miembro de una nación no tenía ninguna relevancia política, pues en el antiguo régimen los derechos políticos estaban asociados a la condición social (noble, plebeyo o clero) y a la sumisión a un determinado monarca o señor feudal, sea por nacimiento (los plebeyos) o por voluntad (los nobles). El lugar de nacimiento era irrelevante, y por eso un noble de origen alemán podía ponerse al servicio de un rey «extranjero» y luchar contra sus propios «compatriotas» sin que eso significara ninguna «traición»…
    Pero durante el siglo XIX se creó el Ente Fantasmal, el Holograma de Nación con mayúscula. Tanto las constituciones españolas de ese siglo como el propio diccionario de la RAE dan fe de este cambio de concepto. Es un proceso, no un acto, que va dando sus pasos. Por ejemplo, no es hasta la constitución de la II República cuando se considera «traidor» a cualquier español que luche en un ejército extranjero contra el propio ejército «nacional». Esta ideología se refuerza mediante la instrucción pública, obligando a los escolares a estudiar de manera exclusiva y excluyente esa aberración ideológica repleta de patrañas y mentiras que llamamos «Historia Nacional».

    En ese proceso, la soberanía popular o nacional, es decir, el conjunto de voluntades personales de todos y cada unos de los habitantes de un territorio puestas en valor por elecciones democráticas, pasa a ser sustituido por la soberanía de la Nación, es decir, de un Ente pre-histórico que, cual divinidad mitológica, tiene voluntad propia y exige sumisión y sacrificios. Y aquel que va contra sus intereses, es un traidor a la patria o al estado.
    Un hereje, vamos.
    Porque, obviamente, se trata de un acto de manipulación moral. La manipulación se logra cuando se consigue hacer pasar por verdades objetivas lo que no son sino creencias u opiniones.
    Ni Dios ni la Nación son una realidad física, nadie puede telefonearlos para pedirles que expliquen su voluntad; pero el demiurgo que logra convencer al resto de que habla en nombre de ellos, logra imponer su visión «moral» al resto.

    Yo, como he vivido todo el llamado «pròces» catalán en primera persona, en Barcelona, he sido muy consciente de esta manipulación del discurso. El caso catalán es aplicable a cualquier otro nacionalismo, incluso al español. Primero se intenta vender la idea de que todos los catalanes formamos un Sólo Pueblo, una única Nación, que tiene una Voluntad propia. Es decir, se nos priva de nuestra propia soberanía personal. Luego, una élite dirigente o intelectual se apropia del discurso arrogándose el derecho en exclusiva a hablar en nombre de esa supuesta Nación.
    El éxito de este proceso se basa en la capacidad de movilización e influencia de esa élite. VOX, por ejemplo, realiza el mismo acto de manipulación moral: ellos dicen representar a la verdadera España y los que no están de acuerdo con ellos son malos patriotas. Pero VOX no tiene el poder de las élites catalanas, no por el momento al menos.
    Porque tanto VOX como las élites catalanas siembran en un campo abonado, el adocenamiento de la instrucción pública que logra que nuestros escolares se sientan parte de una «nación», sea la española, la catalana o la francesa, a base de inculcarles en el cerebro el mítico relato de Cataluña, España, Francia, etcétera… Relatos que son todos objetivamente falsos, pero que emocionalmente funcionan.

    Entonces surgen la pregunta: ¿por qué funcionan?

    Funcionan, a mi modo de ver, porque Dios o Nación son conceptos que conforman la Identidad Social del individuo. Ser cristiano significa compartir una «comunidad» con el resto de cristianos. Ser «francés» lo mismo con respecto a los franceses. Es un sentimiento de Comunidad Virtual, pero efectivo, producto de la evolución como ser humano. Este produce dos efectos: uno positivo, de confianza y seguridad dentro de comunidad; uno negativo, de recelo, odio o desprecio a los que no son de tu comunidad. Por eso, los que no acaban compartiendo el mismo sentimiento que tú, no son parte de grupo. De ahí que los radicales vascos sólo consideren «auténticos vascos» a los que opinan como ellos, no a todos los vascos. Y de ahí que a mí los «auténticos catalanes» no me consideren catalán no sólo por no haber nacido aquí, sino básicamente por no pensar como ellos. ¡Pero yo soy tan catalán como ellos!

    Es decir, lo que generan los conceptos de Dios o Nación (o Clase, en la ideología comunista) son sentimientos de identidad colectiva, lo que yo llamo el Yo Social. Este Yo Social es fundamental para el ser humano, tanto o incluso más que el Yo Individual. La razón es que somos un animal social y, por nuestra propia historia biológica como especie, la supervivencia y reproducción del grupo es un valor superior incluso a nuestra propia vida. De ahí que, por más que parezca aberrante, seamos capaces de sacrificar nuestros propios intereses, incluso nuestra vida, en aras del grupo, sea Dios o la Nación. Es un Imperativo Moral en toda regla.

    La conclusión es sencilla: el Nacionalismo Político es enemigo de la Democracia, porque niega la voluntad popular o ciudadana, el derecho de cada individuo a defender sus ideas, sustituyéndola por un Holograma, un Fantasma, que llaman Voluntad o Soberanía Nacional. Es una forma de fanatismo, entendiendo el fanatismo como la creencia irracional en mitos y opiniones. Que este fanatismo derive en violencia o dictadura es sólo cuestión de grado, voluntad y tiempo.

    El tema es muy extenso e interesante, ando terminando un texto sobre el asunto que se puede consultar temporalmente en este enlacie.

    https://we.tl/t-sm8G6sg9hj

    Cualquier comentario sería bienvenido.

    Un saludo

    • luis dice:

      Dios o Nación son conceptos que conforman la Identidad Social del individuo……..vista la historia del pasado, desde el presente, efectivamente es así, y hay una mayoría de individuos que sigue funcionando con esquemas del pasado, y como parece son los que controlan el voto de los grupos nacionalistas.
      Pero hay otra forma de ver la historia, y es la que terminará imponiéndose por cuestiones demográficas, es la historia observada desde el futuro, esta historia se identifica con el concepto de sentido de hacia dónde nos dirigimos. La especie humana se ha convertido en una especie invasiva, se calcula que en 100 años se alcanzarán los 9000 millones de habitantes, los flujos de inmigración van a más en todas las regiones del mundo.
      Por estos motivos, creo que los nacionalismos, son como esos aparatos que dejan de funcionar, porque llevan incorporada la obsolescencia programada………sólo hay que tener paciencia, para ver como terminan desapareciendo.
      Dios y Nación, son términos que conviene retomar en cualquier análisis del pasado, pero el «sentido» del tiempo futuro, terminará marginando esta visión del mundo. Un ejemplo, de como la realidad futura termina imponiéndose, consiste en analizar como ha evoluciónado el concepto de guerra, antes las guerras tenían como motivo último la conquista del territorio del otro, hoy en día este tipo de guerra sólo la conciben las naciones regidas por fundamentalismos religiosos anclados en la Edad Media.
      El instinto de lo mío, apoyado en las ideas de dios y nación, es el instinto animal de territorio, los animales marcan sus fronteras con el pis, mientras que el razonamiento humano mete a dios, e ideas identitarias por medio, para marcar las fronteras. Otra «proyección emocional» más de nuestro ego, convertida en fantasía, y de la cual nos enamoramos, simplemente porque estamos enamorados de nuestros egos.
      La historia necesita para ser analizada, más de psicoanalistas del ego, que de otro tipo de argumentos.
      Para terminar cada vez me interesa más la historia del futuro, o del sentido hacia dónde avanzamos, la historia del pasado me resulta muy cansina, porque el que se enroca en un ego de intereses pasados, encontrará siempre un contra argumento.
      Me he extendido demasiado.
      s2s

      • Jorge dice:

        Lo que planteo en mi librito sobre la moral es algo de eso.
        El ser humano es un ser social. La moral es lo que cohesiona esa sociedad, y obliga a anteponer la propia vida al interés del grupo.
        En la sabana primitiva, los clanes humanos era formados por familiares cercanos, por gente que se conocía entre sí y al mismo tiempo luchaba continuamente contra otros clanes por el control del territorio.

        Pero llegó el neolítico y la misma especie, el Homo Sapiens Sapiens, pudo agruparse en comunidades de miles de habitantes, luego de millones incluso. Sin que los clanes se mataran entre ellos.
        Dado que somos la misma especie y tenemos el mismo cerebro, tenemos que preguntarnos por qué.

        Mi hipótesis se basa en la idea de que se crea, mediante la cultura y la capacidad simbólica que tenemos, una Comunidad Virtual, un Yo Social Ampliado que permite considerar como miembro de tu clan, de tu grupo, a tu vecino, al que reside junto a ti.

        Esta unidad de comunión social es imprescindible paro no estar peleándose continuamente.

        En general, esas comunidades estaban unidas por el idioma común. Imprescindible, claro. Pero cuando alcanzaron un punto crítico, surgen las religiones morales, donde la Comunidad Virtual o Yo Social pasa a ser la misma creencia religioso.

        El concepto de Nación surge como una Comunidad Virtual ampliada en el siglo XIX que permite que todos los miembros de un estado no se peleen entre ellos (más o menos, claro).

        El problema básico es que esos sentimientos identitarios son eso, Virtuales, basados en una ficción, en una creencia. EL clan tenía una identidad basada en la consanguineidad, era Real. Y esto sigue siendo así. Si tienes un problema, sabes que recurrirás a tus amigos y a tu familia, no a tu vecino ni al primer compatriota que pares por la calle.. Es todo una ficción, pero útil para la vida social. Evolutivamente util, una forma de moral .

        Pero tremendamente potente. Porque tanto Dios como Nación, al ser constructos mentales, pueden generar en fanatismo. El fanatismo religioso está muy estudiado, pero me temo que poca gente ven en el Nacionalismo Político el mismo sesgo fanático. Y lo es. La prueba son las dos guerras mundiales del siglo XX, dos guerras (o una en dos partes, si se quiere) que fueron producto exclusivo de una fe fanática en la Nación.

        Es absolutamente irracional que en agosto de 1914 millones de europeos se alisten voluntariamente en sus «ejércitos nacionales» para matar y dejarse matar por otros millones de europeos que eran culturalmente como ellos y contra los que no tenían ningún motivo real…, excepto que un joven extremista mató a un gordo heredero y su señora en una ciudad bosnia.

        ¿No nos damos cuenta que el nacionalismo es algo absolutamente irracional?

        Un saludo

    • Alberto dice:

      Yo también vivo en Cataluña. He tenido la oportunidad de hablar con independentistas y unionistas.

      Después de muchos años, creo que puedo afirmar que una parte importante de los catalanes no son nacionalistas. Ni los independentistas ni los unionistas se sienten de una nación ( catalana o española) que los aglutine como grupo.

      No hay nación, simplemente unos quieren separarse del » A por ellos» , de los policías pegando a abuelas indefensas y de los AVES y carreteras vacías que unen la capital del reino con «sus feudos». Tienen un cierto desprecio por los signos nacionalistas españoles y las instituciones españolas, pero no del resto de españoles. Normalmente acaban recordándote que ellos no sienten cataluña como su patria ni su «nación del alma».

      No hay nación, simplemente otros quieren vivir en paz y no tener el sentimiento de romper con sus raíces. Tienen miedo a lo desconocido y creen que perderán parte de su patrimonio cultural. Tienen un cierto desprecio por los signos nacionalistas catalales y sus instituciones, pero no del resto de catalanes. Normalmente acaban recordándote que ellos no sienten españa como su patria ni su «nación del alma».

      He pasado el penúltimo párrafo: » La conclusión es sencilla: el Nacionalismo ….de grado, voluntad y tiempo.» A compañeros independentistas y unionistas. Y todos, TODOS, estaban de acuerdo con las afirmaciones. Claro, cada uno lo interpretaba a su manera. Porque en los dos casos piensan que los nacionalistas son «los otros».

      Podemos pensar, leer y escribir sobre el tema. Pero la razón no une a los pueblos. El «pueblo Español» no se siente Español por razones lógicas, y el pueblo catalán ( me refiero en este caso a los independentistas) tampoco. Hay unos intangibles y unos sentimientos que deberíamos trabajar.

      Finalmente me gustaría recordar que unos vascos en un bar no son «los vascos», que los amigos de Jorge que «no lo consideran catalán» no son los «catalanes». Y que mi reducido círculo de amigos y compañeros de trabajo tampoco son «los catalanes». Ahora mis amigos independentistas me dirían que votemos.. TODOS… Los unos y los otros. Y ya está. Pero la democracia no siempre es la solución, a veces es una excusa. ¿O sí es la solución?

  • luis dice:

    la globalización suaviza tanto los autoritarismos, como los nacionalismos. Sin profundizar en el fenómeno de la globalización, no se puede realizar ningún análisis de hacia dónde vamos.
    Al final, tanto autoritarismos, como nacionalismos, topan con la cruda realidad…… de la economía sostenible. En economía no hay sistemas perfectos, sólo hay perfección en las teorías que nos montamos, luego es el tiempo el que nos hace bajar del púlpito. Se esta viendo en Grecia con el fenómeno Tsipras, y se verá en UK con el Brexit, en este caso, como tienen una economía más fuerte que la griega, aguantarán más en dar el brazo a torcer.
    Casi es bueno que España, no sea un país económicamente fuerte, se aleja la torpeza mental de la terquedad provocada por la soberbia de creerse alguien poderoso.

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