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La percepción de lo relevante

¿Cómo percibimos lo relevante? En A case of Identity, podemos leer el siguiente diálogo entre Sherlock Holmes y Watson:
—Me pareció que observaba usted en ella muchas cosas que eran completamente invisibles para mí —dice Watson.
—Invisibles, no, Watson, sino inobservadas. Usted no supo dónde mirar, y por eso se le pasó por alto lo importante.

Recibimos cantidades ingentes de información y necesitamos separar lo trivial de lo significativo. Un médico tiene que fijarse en los síntomas determinantes; el hombre de negocios, en los aspectos cruciales para la buen marcha de la empresa; el docente debe saber cómo detectar si sus alumnos progresan o se estancan; un auditor, los aspectos que definen la situación de un balance. Y un detective reconocer un pista en un escenario vulgar.

Hay situaciones en que el mismo estímulo impone su relevancia: el dolor por ejemplo. En otras ocasiones, son nuestros deseos y necesidades los que dan fulgor a los objetivos. También los proyectos vuelven significativa la realidad, y este hecho nos interesa especialmente, porque la capacidad de elaborar buenos proyectos es un ingrediente esencial del talento. Supongamos que por la sierra caminan un botánico, un alpinista y un constructor. Todos ven la misma sierra, pero seleccionan los aspectos que perciben. El botánico se fijará en las plantas, el escalador en como subir a la cumbre, el constructor en el negocio que podría hacer si le permitieran edificar allí. EL proyecto de Sherlock Holmes es resolver un caso misterioso.

Pero esto no basta, porque con un mismo proyecto hay persona que ven más cosas que otras. Una vez visité la huerta de un hortelano muy experto y muy viejo, que me indicaba unas característica de sus cultivos que yo era incapaz de distinguir. Harto ya de mi torpeza, me dijo muy sentenciosamente: “El que no sabe es como el que no ve”. Así es. Percibimos lo relevante utilizando lo que sabemos, desde lo que denominamos working memory, memoria en acción. Saber no basta. Hay que activar lo sabido. Lean el siguiente texto:

“Las acacias de la calle estaban en flor. Los pájaros cantaban en sus ramas. Un automóvil azul, a gran velocidad, atropelló a una mujer vestida con una blusa y un pantalón corto, que atravesaba el paso de cebra. Del coche salió un muchacho con bermudas y una camiseta, mostrando signos claros de embriaguez. En la terraza, una mujer regaba sus macetas. Comenzó a caer un chaparrón y se guareció en su casa”.

¿Cuál es la información relevante de este texto, su idea principal? Depende del fin con que lo analicemos. Si soy un juez, lo importante es que un conductor en estado de ebriedad atropelló a una mujer que cruzaba la calle. Lo demás es irrelevante. Pero si le pregunto en qué época del año sucedió el hecho, el atropello pasa a ser irrelevante. En ambos casos, interpreto el texto a partir de modelos o guiones que tengo guardados en mi memoria. En un caso el guión de un posible homicidio, en otro de una estación climática.

Nuestro cerebro hace esto con enorme facilidad. En unos experimentos muy famosos, el psicólogo ruso Yarbus comprobó que los movimientos de nuestros ojos cambian espontánemente al mirar una fotografía, dependiendo de la pregunta que hagamos al observador. Si ante el retrato de una familia le preguntamos por lo que representa la imagen, sus ojos irán de una cara a la otra, con breves miradas al resto. Pero si le preguntamos por la situación económica de la familia, los ojos analizarán automáticamente los trajes y la habitación. Es decir, que nuestro cerebro dirige la mirada automáticamente desde los modelos que tiene en la memoria. Esto demuestra que es posible aprender a seleccionar automáticamente la información relevante si entrenamos nuestro cerebro. Y esta es una de los objetivos de la educación del talento. Un político debe estar entrenado para fijarse en lo importante, lo mismo que un médico, un empresario, o un naturalista.

 

Los grandes maestros de ajedrez se entrenan para poder captar de un golpe de vista las zonas peligrosas del tablero. Para conseguirlo, necesitan aprender unas cincuenta mil jugadas de ajedrez y la habilidad de utilizarlas en bloque para analizar la posición. En ocasiones, hay que dejar que el mismo cerebro aprenda a hacerlo. A mediado de los años cincuenta del pasado siglo aparecieron en España unos extraños expertos japoneses: los sexadores de pollos. Con increíble rapidez identificaban el sexo de los pollitos de un día, para separar machos de hembras. Lo curioso es que eran incapaces de decirle a los aprendices como lo hacían. Para enseñarles se sentaban a su lado, el aprendiz observaba como podía e iba seleccionando “macho, hembra” y el maestro decía “si”,”no”. No daba más indicaciones. Pero sorprendentemente, los novatos iban acertando cada vez más en su identificaciones, hasta igualar al maestro. Un vez que se marca un objetivo, el cerebro va buscando la manera de conseguirlo, si le damos la oportunidad.

Hay un tipo de aprendizaje emparentado con el que estamos analizando, que estudiaremos en el próximo post. ¿Cómo percibimos la posibilidad?¿Cómo descubrimos las oportunidades?¿Por qué unas personas lo hacen mejor que otras? Tendrán que esperar hasta la semana que viene.

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