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La Energia

Sin buscarlo, estoy metido en una investigación apasionante. Repsol, que como saben es una empresa dedicada a la energía, me ha invitado a participar en un ciclo de conferencias sobre ese tema. Los expertos en física y química lo tienen claro: energía es la capacidad de producir trabajo, y trabajo es la fuerza que se gasta en producir un movimiento. Había pensado hablar de la diferencia entre energía potencial -la que tiene el agua embalsada-, y energía cinética, que es la que mueve las turbinas al deslizarse el agua por la rampa de la presa. Utilizo con frecuencia esta distinción al hablar de la inteligencia. El talento no es la inteligencia potencial, sino la inteligencia en acto. Pero he decidido complicarme la vida y hablar en mi conferencia de la energía mental. ¿Tiene sentido aplicar una noción física a un fenómeno inmaterial? Sin duda, para el lenguaje, sí. Hablamos de una persona enérgica, que puede ser físicamente débil, de fuerza de voluntad, de «sacar fuerzas de flaqueza». Una persona trabajadora lo será aunque esté enferma, porque buscará ocupaciones para no estar inactiva. Ante tal abundancia de indicios, ¿hay en estos casos sólo un uso metafórico de la palabra energía?

Como voy a hablar con científicos y técnicos, quiero descender a su terreno. La actividad mental tiene una base física: nuestro cerebro. Y nuestro cerebro consume energía. Bastante. El cerebro supone el 2% de la masa corpórea, pero consume el 20% de energía. ¿En qué? Fundamentalmente en procesar información. El neurocientífico Read Montague, en su libro Your brain is (almost) perfect, resalta la impresionante eficiencia energética del cerebro comparando el consumo de energía del campeón de ajedrez Kaspárov, de unos veinte vatios, con el consumo de su competidor Deep Blue, un ordenador programado, de miles de vatios. Kaspárov, en las partidas que jugó contra Deep Blue, mantuvo su temperatura normal, mientras que el ordenador Deep Blue quemaba y necesitaba ventiladores.

Así pues, las actividades mentales gastan energía física, y unas más que otras. La capacidad de producir trabajo mental no es igual en todas las personas. Esto supone diferencias en la capacidad de atención, de concentración en una tarea, de realizar tareas complejas, de mantener el esfuerzo mental. Es llamativa la poca atención que se ha prestado en pedagogía a la ergonomía cognitiva, que surgió al estudiar el trabajo de los controladores aéreos. Parece evidente que para comprobar la capacidad de trabajo de un cerebro, hay que poder medir primero la carga de trabajo que está realizando. La mayor parte de los estudios que se han hecho proceden del campo laboral. Podemos definir la carga mental en función del número de operaciones requeridas para realizar correctamente una tarea.

Además de la capacidad para realizar tareas mentales, hay la capacidad para mantener el esfuerzo. Aquí intervienen aspectos como la motivación, el entrenamiento o la clara conciencia del deber. Rov Baumeister, de la Universidad de Florida, considera que la fuerza de voluntad tiene también un fundamento físico. Cuando estamos cansados, por ejemplo, nos cuesta más trabajo controlar nuestra conducta. No les voy a aburrir con detalles técnicos, pero espero que comprendan que, como educador, me interesa responder a una pregunta ¿se puede aumentar la energía mental de un niño? Si llego a saberlo, se lo contaré.

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