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El poder y las emociones

Estos HOLOGRAMAS son un ensayo de PERIODISMO EXPANSIVO. Conocer lo que ocurre es fácil, comprenderlo es complejo. Cada lector debe poder elegir el nivel de comprensión en que quiere moverse. Propongo tres niveles: uno, reducido, en formato papel. Otro más amplio, en formato digital, que, a su vez, remite a una RED DE COMPRENSIÓN sistemática, necesaria por la inevitable conexión de los asuntos. Tal vez sea un proyecto megalómano, pero creo que vale la pena intentarlo. El artículo inicial de este holograma se publicó en el suplemento Crónica de EL MUNDO el día 3 de noviembre de 2019:


El poder y las emociones. El poder es un fenómeno fascinante. Atractivo y repulsivo a la vez. Aunque se ejerce de muchas maneras, los mecanismos que usa son pocos y repetitivos. Hay un poder que se ejerce exteriormente: mediante la fuerza puedo obligar a una persona a hacer algo o impedir que lo haga. Es un modo torpe y muy limitado. Es más interesante el que se ejerce interiormente, haciendo que las personas hagan la voluntad del poderoso, a veces, sin darse cuenta de que lo están haciendo, pensando que actúan siguiendo su propia voluntad. En estos casos no se anula del todo la libertad, como ocurría con la fuerza. Se activan el miedo, la docilidad, la seducción, la obediencia, el contagio emocional. Quien quiera ejercer este poder necesita disponer de una de estas cuatro herramientas, o de todas: (1) la capacidad de dar premios, (2) la capacidad de infligir castigos, (3) la capacidad de cambiar las creencias, (4) la capacidad de cambiar las emociones. Estas dos últimas son las que utilizan los políticos. Tanto en campañas electorales como en adoctrinamientos educativos, se intenta manipular las creencias o las emociones de los ciudadanos. Las nuevas tecnologías proporcionan medios formidables para hacerlo.


HOLOGRAMA 24


El poder directo, impuesto por la fuerza, no se preocupa de lo que piensen las víctimas. A los verdugos nazis les importaba muy poco lo que los judíos opinaran. Pero incluso los regímenes más tiránicos saben que no se puede mantener el poder sólo con la fuerza, que hace falta contar de alguna manera con el apoyo popular, con la aceptación de los dominados. Su ideal es conseguir una sumisión voluntaria, para lo que utilizan grandes retóricas. Napoleón dijo: “Sólo se puede gobernar a un pueblo ofreciéndole un porvenir. Un jefe es un vendedor de esperanzas”. La esperanza es una curiosa mezcla de creencia y emoción, que se manifiesta en fenómenos políticos como el independentismo. Una fuerte estructura mental basada en la identidad, las creencias en la esencia de una nación, el orgullo de una historia que no tiene por qué ser verdadera, y la esperanza de un futuro glorioso, despierta emociones muy antiguas de pertenencia, contagio emocional, plenitud de sentido.

Para intentar cambiar las creencias -y las emociones que las acompañan- quienes buscan el poder inician campañas de adoctrinamiento, algunas tan crueles como las emprendidas en la revolución cultural china, o bajo el gobierno de Pol Pot en Camboya. El historiador Klaus Fischer en su libro Nazi Germany. A New History, describe el sistema de adoctrinamiento educativo del sistema nazi. Baldur von Schirach convirtió las Juventudes Hitlerianas en una colosal máquina de control mental. Una ley de 1936 obligó a todos los niños y niñas alemanes (de 10 a 18 años) a pertenecer a las Juventudes Hitlerianas para ser educados física, moral e intelectualmente y promover su servicio al estado. Se trataba de producir jóvenes “conscientes de su raza, orgullosos de su país y leales al Führer”. El lema era “Hitler ordena, y nosotros obedecemos”. Se fomentaba el racismo y la agresividad. El método consistía en eliminar el pensamiento crítico, fomentar la identificación con el jefe, y sentirse unidos por el odio a un enemigo: a los que humillaron a Alemania haciéndola firmar el Pacto de Versalles, y a los judíos, bolcheviques, homosexuales, gitanos, etc.

Las grandes matanzas étnicas tienen como antecedente el cultivo del odio. Los fanáticos islamistas entrenan a sus hijos para la jihad. En los asesinatos masivos en Ruanda (1994) es bien conocida la participación de medios de comunicación que demonizaron sistemáticamente a los tutsis, incitando al miedo y al odio. El eslogan repetido una y otra vez era: “No vamos a permitir que nos matéis, vamos a mataros”. Las matanzas en la antigua Yugoslavia estuvieron azuzadas por los predicadores del rencor, que lo disfrazaban de amor a la patria.  Cuando Amin Maalouf habla de “identidades asesinas” o Amartya Sen estudia las relaciones entre “identidad y violencia”, se están refiriendo a la utilización de los sentimientos de odio u hostilidad hacia “el otro”, como medio de afirmar la identidad nacional, religiosa o grupal. Y una vez constituida esa “identidad por reacción” resulta muy fácil manejarla políticamente.

Ahora sabemos que la mezcla de creencias y emociones se instala en el inconsciente de cada uno de nosotros y desde esa zona no consciente dirige nuestras preferencias y parte importante de nuestras decisiones. Incluida la decisión del voto. Me apresuro a decir que no se trata del “inconsciente freudiano”, sino del “inconsciente cognitivo” estudiado por los neurólogos. Puesto que nadie está a salvo de estas influencias ocultas, me parece importante desvelar sus mecanismos para intentar defender nuestra libertad. Las democracias no nos han protegido de los métodos de adoctrinamiento. Al contrario, la opinión pública, las creencias, las preferencias individuales se toman abiertamente como fundamento del poder, y obligan a los políticos a luchar para hacerse con ellas. Edward Bernays, importante figura de la industria de las relaciones públicas, explicó que «la mismísima idea del proceso democrático es «la libertad de persuadir y sugerir», lo que denomina “ingeniería del consenso”. Escribió en 1928: «La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento importante en una sociedad democrática. Son las minorías inteligentes las que precisan recurrir continua y sistemáticamente al uso de la propaganda«.  Después de la primera guerra mundial, el Ministerio de Información británico definía secretamente su labor como «dirigir el pensamiento de la mayor parte del mundo«. (Citado a partir de documentos secretos por R.R.A. Marlin, «Propaganda and the Ethics of Persuasion», International Journal of Moral and Social Studies, primavera de 1989.

Quince años después, el influyente Harol Lasswell explicó en la Encyclopaedia of the Social Sciences que cuando las élites carecen del requisito de la fuerza para obligar a la obediencia, los administradores sociales deben recurrir «a una técnica totalmente nueva de control, en gran parte a través de la propaganda». «Un sistema de adoctrinamiento que funciona correctamente tiene varias tareas, algunas de ellas bastante delicadas. Uno de sus objetivos son las masas estúpidas e ignorantes. Deben mantenerse así, desviadas con hipersimplificaciones emocionalmente potentes, marginalizadas y aisladas. Idealmente, todo el mundo debería estar solo ante la pantalla del televisor viendo deportes, culebrones o comedias, privado de las estructuras organizacionales que permiten a los individuos que carecen de recursos descubrir lo que piensan y creen en interacción con otros, formular sus propias preocupaciones y programas y actuar para hacerlos realidad. Así, luego, se les puede permitir, incluso alentar, a ratificar las decisiones de los que son mejores que ellos en elecciones periódicas. La plebe constituye el objetivo adecuado de los medios de comunicación y del sistema de educación pública orientado a la obediencia y a la formación por lo que respecta a las habilidades necesarias, incluyendo la de repetir máximas patrióticas en las ocasiones oportunas».

En la actualidad, la tecnología está ayudando al troquelamiento de las opiniones. De ahí la gravedad del escándalo de Cambridge Analytic. Un influyente personaje en las nuevas técnicas de adoctrinamiento es B. J. Fogg, fundador del “Persuasive Tech Lab” de la Universidad de Stanford, que ha inventado la “captologia”, la ciencia de la persuasión a través de ordenadores. El título de su obra más conocida es revelador:  Tecnologías persuasivas: usar ordenadores para cambiar lo que pensamos y hacemos. También lo es el de otro experto, Nir Eyal: Enganchados: como diseñar productos para crear hábitos:En 2008,-cuenta- a partir de mi experiencia en la creación de una empresa que colocaba publicidad en juegos sociales online, comencé a reflexionar acerca de la manipulación y a preguntarme si sería posible idear un plan que me permitiera diseñar hábitos. Tras pasar años recopilando información académica y aprovechando mi trabajo como consultor, creé el modelo Hook, que permite a las empresas formar hábitos entre sus clientes, algo que en nuestros días constituye una importante ventaja competitiva”. Dean Eckles, del MIT, antiguo empleado de Facebook, estudia como las nuevas tecnologías interactivas afectan la conducta humana, amplificando y dirigiendo la influencia social, y ha creado instrumentos estadísticos para medirlo. Los politólogos Yair Ghitza y Andrew Gelman han analizado los patrones de voto de los estadounidenses y han descubierto que la experiencia recibida entre los catorce y los veinticuatro años deja una importante huella en el comportamiento político del resto de la vida.

Lo cierto es que hay un cansancio del pensamiento crítico. Aumenta una credulidad ingenua.

Empieza a reconocerse la necesidad de valorar y educar el “buen juicio político”, para poder navegar en los inciertos mares de la actualidad. Daniel Yankelovich. tras años de investigar sobre la “opinión pública”, concluyó que en una democracia no basta con estar bien informados, sino que hace falta cultivar el buen juicio político. Dedicó al tema dos libros Toward Wiser Public Judgment y Coming to Public Judgment. Los ciudadanos deberían comprometerse a un “aprendizaje público”, a reflexionar sobre la información y no simplemente a conocerla. Me temo que vivimos una época de pereza cognitiva y que ese esfuerzo puede parecer excesivo a muchos de nuestros conciudadanos. En un momento en que se glorifica y exalta la opinión personal, o simplemente se busca un “like”, ¿para qué preocuparme si tengo razón o no? “Exijo que se respeten mis opiniones, no necesidad de demostrar que son respetables”. Todos sabemos que el único antídoto contra el adoctrinamiento es el fomento del pensamiento crítico, pero parece que está devaluado en este momento por un conjunto de fuerzas. La posmodernidad mostró una desconfianza en la razón y una glorificación de la emoción. Psicólogos un poco despistados defienden la mayor perspicacia de la emoción -a la que confunden con la intuición- para conocer fenómenos complejos. Defienden que cuando intervienen demasiadas variables la razón, que es lineal, no puede dominarlas y sólo puede hacerlo la emoción que trabaja en paralelo. Esto es una embarullada mezcla de verdades y errores, aprovechada para justificar sin razón posturas políticas basadas en la emoción, como los movimientos nacionalistas, o los integrismos religiosos. Lo cierto es que hay un cansancio del pensamiento crítico. Aumenta una credulidad ingenua. En un reciente libro –La transformación de la mente moderna (Deusto)Jonathan Haidt y Greg Lukianoff describen la ausencia de debates y de pensamiento crítico en las universidades americanas.

No se si conseguiremos que argumentar sirva para algo en política, pero, al menos, por mi que no quede.


POSDATA.- RED SISTÉMICA

 

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