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Despertar al Diplodocus

Hace años, escribí un artículo titulado El diplodocus dormido, en el que comparaba nuestro sistema educativo con un poderoso diplodocus… dormido. Todo es gigantesco: más de siete millones de alumnos; más de 650.000 profesores; el 4′5% del PIB. ¿Por qué sigue dormido? ¿Qué hay que hacer para que despierte?

En el sistema judicial estadounidense hay una figura admirable: el amicus curiae. Se llama amigo del tribunal a las personas o instituciones que quieren ayudar a los jueces mandándoles información relevante para algún caso. Me gustaría ser un amigo de la Administración educativa. Deseo que el nuevo ministro, José Ignacio Wert, tenga éxito, igual que se lo deseé a sus antecesores. En una sociedad como la española, con una larga y nefasta tradición de enfrentamientos ideológicos sobre la Educación -no olvidemos que la discusión sobre el articulo 27 de la Constitución estuvo a punto de romper el consenso constitucional-, he intentado mantenerme a salvo de las disputas de partido o de confesiones religiosas. Mi único interés es defender a mis alumnos reales o posibles. Nuestro sistema educativo no los está tratando bien. Está limitando sus posibilidades. Son víctimas y no culpables.

Debemos mejorar un sistema estancado, insuficiente para mantener nuestro nivel de vida económico y ético en los tiempos que vivimos. Un sistema que no alcanza una buena calificación en ninguna de las evaluaciones a que se somete. Los criterios de evaluación son cuatro: el índice de fracaso escolar, el índice de abandono escolar, la medición internacional de competencias (PISA, ejemplo), y la empleabilidad de los jóvenes. Nuestros resultados no son buenos y, en algunos aspectos, rematadamente malos.

El martes, el ministro de Educación y Cultura presentó sus planes. Creo que fue precipitado, porque tenía muy poco que decir. El mundo educativo es extraordinariamente complejo, difícil de entender para un profano. Les pondré un ejemplo. Antes he distinguido entre fracaso escolar y abandono escolar. ¿Cuál es la diferencia? El fracaso escolar se mide por el número de alumnos que no consiguen la titulación de Enseñanza Secundaria Obligatoria. El abandono escolar se mide por el número de alumnos que, después de terminar la ESO, no siguen los estudios superiores. En ambos casos, tenemos cifras insoportables. Además, el ministro tiene que contar con que es un tema muy ideologizado, y convendría que superara ese enfrentamiento. La precipitación en la presentación del programa ha quedado de relieve en los titulares de la prensa de ayer. Parece que el asunto transcendental de nuestra Educación fuera la asignatura de Educación para la Ciudadanía. ¿A qué viene resucitar un debate absurdo, ideologizado, torpe y anacrónico? Estaré encantado de que se suprima esa asignatura y se recuperen los cursos de Ética que había antes de la LOGSE. Y es necesario hacerlo, porque en algún momento tendrán que oír hablar nuestros alumnos de ética, es decir, de principios morales universales, y no confesionales o familiares. Pero da la impresión de que lo importante es volver a armar la gresca educativa, y olvidarnos de todo lo demás. Anunciar como gran iniciativa cambiar la Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos por otra asignatura que se llame Educación Cívica y Constitucional me parece una broma. Pero no voy a seguir en este debate, porque lo importante está en otro lugar.

 ¿Y qué ha dicho el ministro, además de esto? Pues que debemos buscar la excelencia educativa, y que los socialistas se equivocaron al anteponer la igualdad a la eficacia. Estoy de acuerdo, pero aquí nos encontramos con una patología de nuestra vida política: la arbitraria adjudicación de los valores. Familia, derecha. Divorcio, izquierda. Excelencia, derecha. Igualdad, izquierda. Progreso económico, derecha. Justicia social, izquierda. Derechos, izquierda. Deberes, derecha. Libertad, izquierda. Orden, derecha. Hedonismo, izquierda. Esfuerzo, derecha. Espontaneidad, izquierda. Disciplina, derecha. Innovación social, izquierda. Conservadurismo, derecha. Utopía, izquierda. Realismo, derecha. Estado, izquierda. Mercado, derecha.

Este maniqueísmo es infundado, no resiste el menor análisis histórico, filosófico o sociológico, pero es mantenido como elemento de marketing por todo los implicados. Hay una propuesta sensata: socialismo de las oportunidades y aristocracia del mérito. Y no parece que haya que darle más vueltas.

Volvamos al ministro. Ha propuesto la eliminación del cuarto curso de la ESO, para sustituirlo por un primer curso obligatorio de Formación Profesional o de Bachillerato. ¿Y para qué meterse en este berenjenal que exige una acomodación legislativa complicada? No me parece ni bien ni mal: es que no lo entiendo. Se lo explicaré de nuevo a los lectores profanos. En España, la enseñanza obligatoria termina a los 16 años. A partir de ahí, el alumno puede no seguir estudiando, estudiar Bachillerato o estudiar Formación profesional. Si se adelanta el Bachillerato un año, se convierte en obligatoria una enseñanza que era voluntaria, y el Estado tiene que financiarla incluso en los colegios concertados. ¿Va a financiar todo el Bachillerato en todos los centros? ¿Qué ventaja educativa reporta este cambio?

 Tenemos, en efecto, el problema de que muchos alumnos no quieren estudiar y están obligados a permanecer en el aula hasta los 16 años, pero la LOCE de Pilar del Castillo había buscado una solución más sencilla y equitativa. Había un itinerario en los dos últimos cursos de secundaria, más enfocados a lo profesional. Pero al final, todos los alumnos recibían la misma titulación, con lo que, pasado el sarampión adolescente, muchos podían redirigir su futuro hacia estudios superiores. El Partido Socialista se opuso a este plan, con argumentos muy endebles, y triunfó.

Con toda razón, el ministro se ha preocupado por la Formación Profesional. Ha optado por el modelo alemán. Hablaré de nuevo para las personas ajenas a la Educación. La Formación Profesional puede concebirse de dos maneras: educación profesional escolar o educación profesional laboral. Aquella se da en la escuela y ésta en los centros de trabajo. El modelo alemán se centra en la empresa -retoma la figura del aprendiz- pero con la obligación de que acudan al centro escolar un promedio de 15 horas a la semana. Ventajas: la educación en la empresa es muy eficaz. Inconvenientes: que los empresarios tienen que ofertar puestos de aprendiz y, por lo tanto, la orientación educativa está a merced de lo que las empresas necesiten. ¿Qué pasa si los empresarios no ofertan plazas? Que no hay educación profesional. La oferta de plazas de la enseñanza pública está a expensas de las necesidades y los intereses de las empresas, que van a pagar. O lo que es igual, la capacidad del Estado para organizar la Formación Profesional es muy escasa. ¿Qué pasa si esa empresa quiebra? Que el alumno ha tenido formación sólo para esa empresa y le resulta difícil la recolocación.

Este modelo ha funcionado muy bien en Alemania, pero en los últimos años está aumentando la educación profesional escolar. Me parece estupendo pedir colaboración a los empresarios para fomentar los puestos de aprendices, pero sin depender únicamente de ellos. Necesitamos una Formación Profesional para el futuro, y no sólo para el presente.

Hay otras iniciativas que me parecen excelentes: la enseñanza generalizada en inglés, y un MIR para capacitar a los docentes. Hay, sobre todo, una buena noticia: no habrá otra nueva ley educativa. Pero me atrevería a darle un consejo al ministro. De lo que se trata es de mejorar todo el sistema, de iniciar un proceso de cambio. Y para eso debemos aprender de las experiencias que han funcionado en otros países. Voy a mencionar sólo dos estudios. El Informe Mckinsey lo dejó claro, después de analizar las políticas educativas de 20 países. ¿Cómo se convierte un sistema de bajo desempeño en un sistema de éxito? Mejorar el desempeño es mejorar la experiencia de aprendizaje en el aula. Y esto depende de mejorar la manera de enseñar más que los contenidos curriculares. Lo que hay que mejorar son los profesores, las técnicas de enseñanza, la autonomía y estructura de los centros, los equipos directivos. Es un problema de gestión, de movilización, de formación. Un sistema educativo puede cambiar en cinco años.

A las mismas conclusiones llega Michael Fullan, un especialista en evaluar reformas educativas. Necesitamos iniciar un proceso de cambio educativo, y hay que tener una clara hoja de ruta. El cálculo temporal es parecido: cinco o seis años es suficiente para lograrlo. Nosotros llevamos siglos sin conseguirlo.

Tenemos claro que necesitamos formar personas competentes, buenos ciudadanos, capaces de elaborar sus proyectos de futuro, resistentes, innovadores, responsables. Tenemos un presupuesto educativo escaso pero suficiente si se gestiona bien, tenemos buenas estructuras educativas. ¿Qué nos falta? Gestionar el cambio educativo. Introducir procesos de mejora, de rediseño, de transformación. Estos procesos complejos tienen sus propias dinámicas que, a costa de muchos fracasos, conocemos ahora. En conclusión: hay que despertar al diplodocus.

 

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