Club de escritores. Relato colectivo

El Club de Escritores de Mermelada os invitó a escribir un relato colectivo.

En una primera fase os pedimos que escribierais comienzos de un relato, como máximo de cincuenta palabras, que sometimos a votación entre todos nuestros escuchantes y lectores para ver cuál os parecía más sugerente. A partir de ese primer texto elegido, en una segunda fase, os pedimos un párrafo de continuación a ese primer relato que, igualmente, fue elegido mediante vuestros votos. Y, así sucesivamente.

La tercera fase consistió en escribir un párrafo a partir de los dos relatos iniciales, de unas trescientas palabras. Y ahora ya tenemos el relato finalizado. Gracias a todos por haber colaborado.

¡Esperamos que os haya ilusionado escribir un relato compartido tanto como a nosotros!

Texto final del relato

Aritz Milla

Un anciano, con unas manos muy estropeadas por el trabajo de toda una vida, encontró en un mercadillo, dentro de un viejo libro, una carta amarillenta por los años. Él no sabía leer, pero le conmovieron los trazos de las palabras de la carta, y por ello la compró.

Manu Merino

Regresó a su casa y su mujer le preguntó dónde estaba la compra que le había encargado y si le había sobrado algo de dinero.
Por toda respuesta él le extendió el desgastado papel.
Ella, que sí sabía leer, lo tomó sorprendida entre sus manos y comenzó a leerlo en voz alta:
Querida prima Angelines: Las vacaciones transcurren sin grandes novedades. El perro ha mordido a Doña Evarista y no para de llover, etc.
El anciano dio media vuelta lentamente y se dirigió al dormitorio. Hoy no comería.
Ella puso los ojos en blanco y mirando al techo murmuró algo.

Torrente

No era la primera vez que sucedía algo así. Hacía ya veinte años que su hija Carmen se había marchado de casa, con un vecino que abandonó a su mujer. Carmen había sido siempre una niña conflictiva, pero su huida dejó un vacío en sus vidas, que acabó llenándolo la amargura. Después de tres meses, recibieron una carta, en la que les decía que estaba bien y que no se preocuparan por ella. Desde entonces, vivieron pendientes del correo, esperando mas noticias. La realidad entera parecía haberse reducido a aquella espera, siempre defraudada. Ella se había resignado, pero su marido seguía enganchado a esa terca esperanza. Cuando empezó a perder la cabeza, dio en pensar que alguien estaba robando las cartas de su hija, que había algún enemigo que quería hacerle daño. Le hacía sufrir la idea de que Carmen podía querer ponerse en comunicación con él y no podía. Empezó a recoger cualquier papel escrito que encontrara en el suelo o en una papelera, y se lo llevaba a su mujer para que se lo leyera, por si era una carta interceptada. Aquella mañana, en el mercadillo quería comprarle un libro, y le llamó la atención uno que tenía una portada muy romántica. Pensó que le gustaría porque desde niña era muy novelera. Allí fue donde encontró la carta y el corazón le dio un vuelco. Tenía que ser de su hija. Por eso la compró.

De nuevo, una decepción. Sentado en la cama sintió que la esperanza duele como una herida que no cicatriza. En la cocina, su mujer combatía la tristeza zurciendo concienzudamente unos calcetines. Muy lejos de allí, Carmen acababa de comprarse unos zapatos nuevos.

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