Pobre Nación Rica. – Con Trump la economía americana ha mejorado, pero su “capital social” ha disminuido. Una oportunidad para reflexionar sobre la riqueza de las naciones. Medirla con el PIB no basta. Es mejor el “Índice de Progreso Social”. “Capital” es palabra confusa y deteriorada porque ha sido absorbida por el mundo económico. Hay muchos tipos de capital: humano, intelectual, cultural, social. Capital es el conjunto de recursos acumulados que permite aumentar las posibilidades de acción o producción de los miembros de una sociedad. Cuando esos recursos son valores compartidos, costumbres e instituciones que facilitan la cooperación, hablamos de “capital social”. La confianza mutua y la capacidad de diálogo son recursos que han quebrado estrepitosamente en EEUU. La riqueza de cualquier tipo solo se convierte en “capital” cuando se invierte. También la social. Su inversión es buena si colabora al bienestar común, a la “felicidad política”. En EEUU lleva muchos años disminuyendo. ¿Y en España? ¿Cuál es su nivel? ¿Cómo aumentarlo?
El artículo inicial de este Panóptico se publicó en EL MUNDO el día 24 de enero de 2021.
Desde el Panóptico se constata que el concepto “capital social” (en castellano debería ser “capital comunitario”, para evitar confundirlo con el “capital social de una empresa”) aparece una y otra vez en la literatura sociológica, política y económica, sin aceptarse del todo, pero sin desaparecer. Hasta seis veces se ha reformulado desde distintos puntos de vista. ¿Qué problema intenta resolver ese concepto con tanta insistencia? Uno de sus creadores –James Coleman– pensaba que era necesario para explicar la acción individual. Nadie toma decisiones en el vacío, sino dentro de un entorno social que aumenta o restringe posibilidades, que estimula o deprime. Ese entorno no es solo económico, sino también cultural e influye en el funcionamiento de las instituciones, de los sistemas educativos, en la convivencia, en lo que siguiendo a los pensadores ilustrados he denominado “felicidad política”: aquella situación en que todo el mundo desearía vivir porque facilita los proyectos privados de felicidad.
Desde que en 1934 Simon Kuznets lanzó la idea de PIB, este se ha utilizado para medir la riqueza de las naciones. Pero él mismo advirtió que no es suficiente un crecimiento cuantitativo, sino que debía ser también cualitativo. No basta con crecer, hay que explicar en qué y para qué. El crecimiento económico puede no correlacionar con el bienestar social o con la sostenibilidad. Por ello, se ha intentado buscar otro modo de medir el verdadero progreso de una nación. Uno es el “Índice de Desarrollo Humano” de la ONU, otro el “Índice de Progreso Social”, elaborado por la organización sin ánimo de lucro “Social Progress Imperative”, ambos influidos por la obra de Amartya Sen, premio Nobel de Economía. Hay también varios Índices de felicidad subjetiva, pero me interesan más los otros porque manejan unos criterios objetivos, mensurables, de bienestar. Estos son los que miden, a mi juicio, la verdadera riqueza de una nación.
Capital es una acumulación de recursos que amplían las posibilidades de acción o de producción de una persona o una organización.
Para comprender el cambio, conviene aclarar el significado confuso de la palabra “capital”, de la que se ha apropiado la economía, a pesar de que la transciende. Capital es una acumulación de recursos que amplían las posibilidades de acción o de producción de una persona o una organización. Hay tantos tipos de capital como de recursos: económicos, intelectuales, tecnológicos, morales, sociales. Recordar la genealogía nos permite, una vez más, comprender. Desde el Panóptico contemplamos la historia como el resultado de la acción de miles de millones de humanos que estaban buscando su felicidad, con frecuencia bajo la forma urgente y elemental de evitar la muerte y el dolor, y que al hacerlo fueron provocando movimientos sociales y creaciones culturales. Una de ellas fue la acumulación de bienes físicos o simbólicos para aumentas las posibilidades. Mientras nuestros antepasados fueron bandas nómadas, cazadoras y forrajeras, no hubo “capital”, ni posibilidad de progreso. Se recolectaba lo que se consumía. Con la aparición de la agricultura, las cosas cambiaron: había que guardar semillas para plantar. Quien tenia más semillas podía plantar más y, además, podía contratar mano de obra para hacerlo. Las obras de irrigación fueron necesarias para aumentar las áreas cultivables. Pero los trabajadores que las hacían no podían dedicarse a producir su sustento, tenían que ser mantenidos, es decir, tenía que haber una reserva de recursos. Eso es el capital. Además, muy pronto las sociedades se diferenciaron tecnológicamente, con lo que tuvieron diferentes “capitales tecnológicos”, que son stocks de conocimientos. Y tuvieron también que crear “capitales institucionales” para poder organizar la convivencia. Es así como fuimos construyendo lo que llamamos “capital social”, el conjunto de procedimientos para resolver los problemas de convivencia, las normas, las morales, los sistemas jurídicos, la confianza mutua.
Conviene hacer una precisión: no toda riqueza puede considerarse “capital”. El dinero guardado en el arca no lo es. Para serlo tiene que ser invertido, es decir, tiene que circular y producir efectos. La inversión es la operación que termina de definir el capital. En el caso del “capital social” alcanza su verdadero ser cuando los ciudadanos acceden a él y lo aprovechan. En cierto sentido, todo capital es una caja de herramientas. Si no se saben utilizar o si no se utilizan, no sirven para nada.
Relacionar el “capital social” con la inversión nos permite resolver un problema que ha preocupado a los especialistas. Las características principales del “capital social” -confianza, facilidad para la cooperación, normas aceptadas, participación en actividades, cohesión social, igualdad- pueden utilizarse bien o mal. La Mafia es una organización con alto “capital social”. Por ello, Victor Pérez Díaz, en su estudio sobre la evolución del “capital social” en España, distingue entre capital civil e incivil. Nuestra guerra fue un ejemplo de “capital social negativo”, incivil, de quiebra total de la convivencia nacional. Sin embargo, en cada uno de los bandos en lucha hubo un reforzamiento de “capital social tribal”, empeñado en destruir al otro. Ante estas ambivalencias, propongo reservar la noción de capital social para el constructivo, para el cívico, para el que contribuye a la “felicidad política”, es decir, a un marco social en que toda persona racional querría vivir. Este es el que constituye la verdadera riqueza de las naciones. Recordaré que el gran jurista Hans Kelsen decía que “felicidad política” es otro modo de nombrar la justicia. La OCDE estudió esta relación en su informe The Well-being of Nations: The Role of Human and Social Capital. La quiebra del capital social se manifiesta de muchas maneras: aumento del malestar social, de la agresividad, la desconfianza en las instituciones, la corrupción, la delincuencia, la desigualdad, el fanatismo, etc.
Los acontecimientos en Estados Unidos ponen de manifiesto las discrepancias entre el aumento del capital económico y del capital social. La economía ha funcionado muy bien durante la época Trump, pero el capital social ha disminuido estrepitosamente, medido por tres de sus componentes: la igualdad, la capacidad de entendimiento y la confianza. El declive del capital social estadounidense se había detectado ya hace mucho tiempo, en especial desde los años 90. Jonathan Haidt, Steven Pinker y Francis Fukuyama entre otros, han denunciado la polaridad política y sus consecuencias. Como comentó un congresista demócrata, “Esto ya no es un cuerpo colegiado. Recuerda el comportamiento de las pandillas. Los miembros entran en la Cámara llenos de odio”. En el Global Social Capital Index, elaborado por SolAbility, España ocupa el puesto 18 y EEUU el 109. Justifican esta pésima situación por la alta tasa de criminalidad, el bajo acceso a los servicios médicos, y la creciente desigualdad.
¿No les parece que deberíamos tomarnos en serio la creación de “capital social”?
El “capital social”-ya saben, el bien invertido- facilita el buen funcionamiento de las instituciones políticas. Robert Putnam, lo comprobó al comparar las del norte y el sur de Italia. Unas instituciones democráticas perfectamente diseñadas, necesitan para funcionar adecuadamente un buen nivel de “capital social”. Por eso resultan tan difíciles de trasladar a países que crecen de él. Los “Padres fundadores” de EEUU lo llamaron “virtudes cívicas”, sin las cuales pensaban que la democracia no podía existir. Es la esencia del “republicanismo”. Se ha comprobado también la influencia del “capital social” en el éxito de los sistemas educativos. De hecho, James Coleman, lo definió como “todo lo que hace que un niño esté bien educado”. Es muy difícil que la escuela pueda funcionar bien en un entorno de pobre “capital social”. Tiene también gran importante en el buen funcionamiento de la economía. La confianza y la honradez en los tratos hacen que disminuyan los gastos de transacción y que la cooperación sea más fácil. Es de hecho lo que intentan medir algunos estudios, como los patrocinados por la Fundación BBVA. Elinor Ostrom, premio Nobel de Economía, mostró que el “capital social” mejora la gestión de los bienes comunes. Todas estas instituciones -políticas, educativas, económicas- se benefician de él y, a su vez, colaboran en su creación. Es un círculo virtuoso.
El aumento del capital social debe hacerse en dos planos. Aumentando los recursos disponibles, y aumentando la capacidad del ciudadano para y por aprovecharlos.
Así las cosas, los países responsables desean elevar su “capital social”, sin que sepan muy bien como hacerlo. Para conseguirlo es necesario distinguir los dos niveles que he señalado. Hay una riqueza social objetiva -por ejemplo, un sistema educativo- que se convierte en capital cuando es aprovechado por los ciudadanos. Pondré como ejemplo de esta dualidad de niveles el lenguaje. Un idioma es un riqueza objetiva, mayor o menor. El de algunas tribus del Kalahari tenía unas ochenta palabras, lo que no proporcionaba a sus miembros muchas posibilidades de pensamiento y de comunicación. Pero un idioma rico no sirve para nada si el hablante no lo sabe utilizar. Por eso, el aumento del capital social debe hacerse en dos planos. Aumentando los recursos disponibles, y aumentando la capacidad del ciudadano para y por aprovecharlos. Como en tantos fenómenos sociales, es un bucle en que la sociedad influye en el comportamiento individual y el comportamiento individual influye en la sociedad. Estado y sociedad civil intervienen en el proceso, y la educación, a todos los niveles, es una de las grandes herramientas. Me interesa destacar la opinión de Elinor Ostrom, quien, de estudiar el modo de cooperación social para gestionar los bienes comunes, llegó a la conclusión de que los gobiernos pueden favorecer la creación de “capital social” cuando permiten que los individuos se auto organicen, es decir, cuando el Estado fomenta las iniciativas de la sociedad civil. Esto refuerza el modelo de “Estado promotor”, que he defendido en muchas ocasiones.
¿No les parece que deberíamos tomarnos en serio la creación de “capital social”? Desde el Panóptico veo una ocasión de aprender. El presidente Biden se ha propuesto aumentar el “capital social” de Estados Unidos. Nos conviene observar cómo lo hace, y desearle éxito.
Francis Fukuyama ha dedicado al “capital social” dos libros: «La gran ruptura», que me parece excelente, y «Confianza», más irregular. Esta semana Foreing Policy publica una entrevista con él, titulada: “Espero más violencia antes de que América recupere la salud”. Me han sorprendido dos afirmaciones. (1) Su tesis más famosa es que los países acabarán convergiendo en un sistema democrático liberal, que puede considerarse la meta de la historia. Pero la era Trump le hace pensar en una solución alternativa: el eterno retorno, es decir, que volvamos a pasar por los mismos modelos. “So maybe the end of history is a perpetual kind of running around like a squirrel on a treadmill”. Prefiero su anterior versión. (2) Piensa que el antecedente del modo de gobernar de Trump -personalismo, populismo, carisma, mezcla de intereses empresariales con el ejercicio del poder, aprovechamiento fraudulento de los medios de comunicación- fue Berlusconi.
Me pregunto cómo aumentar el capital social en los centros de enseñanza. Los proyectos de aprendizaje y servicio pueden ser un modo, pero no es fácil idearlos y llevarlos a la práctica. Los docentes nos sentimos a veces atrapados entre la obligación de completar los temarios, las presiones de familias, la burocracia y los retos continuos que plantea el alumnado adolescente.