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PANÓPTICO

El panóptico

Adam Tooze: El apagón. Cómo el coronavirus sacudió la economía mundial

Portada el apagón Adam tooze

Estamos sufriendo la experiencia de la pandemia. De la experiencia “en bruto” no se aprende nada, si entendemos por aprender mejorar en nuestra comprensión de la realidad, en la toma de decisiones y en el modo de actuar. Esta es una tarea posterior, reflexiva, de segundo nivel, la relectura de la experiencia de una manera metódica y orientada al aprendizaje.

El coronavirus provocó una situación inimaginable hace un par de años: la paralización durante meses de gran parte de la actividad productiva, un descenso brutal del PIB, y un aumento dramático del paro. Nunca había habido un momento en el mundo en el que cerca del 95% de las economías del mundo sufrieran una contracción simultánea. Los gobiernos de todos los países, y las instituciones sociales más poderosas tuvieron que tomar decisiones para intentar resolver la crisis. El libro de Adam Tooze que comento y recomiendo es una extraordinaria descripción del entramado de medidas económicas y políticas que se pusieron en marcha en 2020. La tesis del libro coincide con la de El Panóptico: “Podemos imaginarnos en una atalaya separada y superior desde la que observamos el profundo desarrollo de la sociedad”. Y de esa visión podemos sacar enseñanzas: “La lucha contra las crisis es una actividad implacable y agotadora, impulsada por la urgencia de la situación inmediata. Está atrapada en una enmarañada red de intereses y se ve obligada a inventar sus herramientas a medida que avanza. Sin embargo, no carece de dirección. Si bien el progreso es un término demasiado tajante, el historial acumulativo de lucha con los problemas de un gobierno moderno es innegable. Escribir historia es parte de ese proceso (…) La historia contemporánea es parte integral del aprendizaje colectivo” (340). La crisis económica del coronavirus se enfocó aprovechando las lecciones de la crisis del 2008.

Lo sucedido en 2020, dice Tooze, puede considerarse una crisis integral del modelo liberal. 

La política fiscal paso a ser más amplia y más rápida. Las intervenciones de los Bancos centrales pasaron a ser más espectaculares. Era una vuelta al keynesianismo y una ofensa para la ortodoxia neoliberal que había prevalecido en la política económica desde 1980. La magnitud de las intervenciones estabilizadoras recordaron algo que se había olvidado: “que, si existía la voluntad necesaria, los estados democráticos tenían a su alcance herramientas adecuadas para ejercer el control sobre la economía” (37). Esto va contra la idea, creo que interesadamente difundida, de que los Estados están inermes frente al poder de las grandes corporaciones. Lo sucedido en 2020, dice Tooze, puede considerarse una crisis integral del modelo liberal. Esto no lleva a un Estado totalitario controlador de la economía, sino al Estado promotor que defiendo, que estimula y financia la capacidad creadora de la sociedad civil. El éxito en la invención y fabricación de las vacunas es una prueba más.

“La gigantesca cantidad de bonos estadounidenses atesorados en todo el mundo, hace que gran parte de él es parte del sistema financiero americano».

El autor hace una crónica sobria, documentada, y bien narrada de unos meses en que el poder se enfrenta a la incertidumbre, y tiene que lidiar con una situación inédita y catastrófica. El 24 de febrero de 2020 las noticias sobre la pandemia golpean los mercados financieros. La caída del mercado petrolero anunciaba una recesión global. El 11 de marzo la OMS declara la existencia de una pandemia. Las fronteras empiezan a cerrarse. A mediados de abril 1.600 millones de alumnos se habían quedado sin aulas y según UNICEF 830 millones no tenían conexión a internet en sus casas. El 81% de la fuerza laboral mundial tenia algún tipo de restricciones, según la OIT. El 1 de abril el PIB mundial era un 20% menor que a principios de año. En esa situación, los gobiernos nacionales tuvieron que tomar una avalancha de decisiones, sin precedentes. El pánico cundió y comenzó la carrera hacia el valor más seguro: el bono estatal estadounidense. El papel de este bono en la economía mundial es extraordinario. “La gigantesca cantidad de bonos estadounidenses atesorados en todo el mundo, hace que gran parte de él es parte del sistema financiero americano».

El problema de la necesidad de vender bonos para conseguir liquidez fue, en realidad, el comienzo de la solución.

En esta ocasión, el pánico llevó más allá. Ni siquiera los bonos estadounidenses eran un refugio aceptable. Lo importante era la liquidez. Todo el mundo quería dólares, pero en efectivo, y para ello vendía lo que fuera, incluso los bonos. Tooze explica con claridad que este era el problema más complejo de resolver. Me ha extrañado que Naill Ferguson en un libro que es, en parte, complementario al que comento –Desastre. Historia y política de las catástrofesde tan poca importancia a este asunto. Me extraña porque en otros de sus libros –Dinero y poder en el mundo moderno- dedica mucha atención a los bonos.

Mientras los tipos de interés se mantuvieran por debajo de la tasa de crecimiento, cualquier carga de la deuda era asumible.

Como en todas las crisis financieras, solo una cosa podía detener ese pánico: disponer de dinero efectivo ilimitado. Lo que faltó en la Gran Depresión de 1929. Tal vez resulte presuntuoso decir que desde el Panóptico el asunto se veía claro. El 29 de marzo de 2020, publiqué un artículo titulado: ”La salvación está en la deuda”.

La Reserva Federal estadounidense impulsó un amplio programa intervencionista, asumiendo el papel de Banco Central para todo el mundo y, al mismo tiempo, extralimitándose en su papel de banco central. La independencia de los bancos centrales se basaba en la prohibición de compra de deuda publica de su propio país. Eso salto por los aires y de esa manera se produjo otra heterodoxia: la monetarizacion de la deuda pública, es decir, los bancos centrales compraban los bonos estatales imprimiendo billetes. A la Reserva Federal le siguieron otros bancos centrales, el Banco de Inglaterra y, sobre todo el Banco Central Europeo. La consigna, en palabras de Draghi fue: “hay que hacer lo que haga falta”. Empezaron a oírse voces de que no había que preocuparse por los niveles de deuda. El “santo horror al déficit”, que decían los clásicos, desapareció. Mientras los tipos de interés se mantuvieran por debajo de la tasa de crecimiento, cualquier carga de la deuda era asumible. Esto suponía un cambio en la ortodoxia financiera del que tenemos que aprender.

La razón de la deuda es que había que defender el sistema productivo paralizado y también ayudar a la gente a sobrevivir. Los planes de ayuda se hicieron gigantescos. Sólo una economía de guerra había permitido expansiones tan enormes. En el estupendo capítulo 8, Tooze se describe las herramientas que los gobiernos inventaron para resolver la situación. El capítulo 10 está dedicado al “impulso chino”, uno de los factores más importantes en la actualidad, como sabe ya cualquier lector de El Panóptico. Los grandes inversores estaban reconociendo que China era “el ecosistema más competente y competitivo”. El refugio seguro mejor remunerado era la deuda china. EEUU y China podían competir, pero podían también beneficiarse mutuamente China aportaba la mitad del crecimiento de la industria química mundial. Grandes empresas occidentales decidieron invertir allí. Además, China estaba dando préstamos para el desarrollo. En el 2020, prestó tanto como el FMI. Empiezan a oírse voces: No podemos dejar África en manos de China. El libro termina en abril del 2021, a tiempo para comprobar los enormes déficits de EE.UU, del Reino Unido y de la UE. Los mercados financieros seguían tranquilos. El problema no era el dinero. El problema es cómo gastarlo. Si los gobiernos son lo suficientemente inteligentes, pueden aprovecharlo no para una “reconstrucción”, sino para la “construcción de algo mejor”. Eso mantiene en vilo a todo el mundo.

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