Memoria democrática. – Objetivo: recordar -bajo principios de “verdad, justicia, reparación y no repetición”- a quienes fueron maltratados por fuerzas antidemocráticas. ¿Puede alguien oponerse a un fin tan loable? Una irresponsable diputada ha dicho que se intenta vencer con una ley a los que ganaron con las armas. Desde el Panóptico invitamos al sosiego y al rigor. Sabemos que tras sucesos dramáticos las sociedades se enfrentan a la necesidad de “mantener la memoria” para buscar la justicia, y de “procurar el olvido” para hacer posible la convivencia. Políticas de reconciliación chocan con políticas de recuerdo de las víctimas. Lo vemos en el País Vasco. Es un drama antiguo. El Edicto de Nantes, que dio fin a las terribles guerras de religión en 1598, comienza:” La memoria de todos los acontecimientos ocurridos queda extinguida, como si esas cosas no hubieran sucedido”. Frente a la “guerra de memorias”, el Panóptico cree en la posibilidad de elaborar una Historia objetiva, justa, compartida, única aceptable por una democracia.
El artículo inicial de este Panóptico se publicó en EL MUNDO el día 20 de septiembre de 2020.
EL PANÓPTICO 3
Todas las grandes heridas sociales -guerras interestatales o civiles, movimientos terroristas, dictaduras, revoluciones, golpes de Estado- plantean un problema: cómo continuar la convivencia. ¿Debe buscarse la justicia hasta las últimas consecuencias? ¿Debe olvidarse el pasado para asegurar el futuro? Los antiguos tenían una solución brutal y expeditiva: ¡Vae victis! ¡Ay de los vencidos! Hitler recogió la tradición en sus guerras de exterminio. Afortunadamente, ni somos antiguos ni somos nazis, y necesitamos soluciones mejores. Desde el Panóptico es fácil ver la variedad de las intentadas. Julián Casanova acaba de publicar Una violencia indómita (Crítica), donde estudia el uso político de la violencia en la Europa del siglo XX. Dedica el epílogo a estudiar las diferentes formas con que las naciones han gestionado su violento pasado. En algunos casos han hecho falta muchos años para que se reconocieran hechos infames. Solo en 1995, Francia pidió perdón a los judíos franceses por el comportamiento del Gobierno de Vichy. Turquía no ha reconocido todavía el genocidio armenio.
El paso de una situación de violencia a una estabilidad democrática resulta tan difícil, que se ha creado una figura jurídica -el Derecho transicional– para intentar proteger el proceso de transición sin dejar de buscar la justicia. Tenemos muy cerca la negociación con las FARC colombianas y su transformación en partido político, después de cincuenta años de insurgencia terrorista y violaciones de los derechos humanos y más de doscientos mil muertos. Las Comisiones de la verdad, leyes del punto final, pactos del olvido, leyes de amnistía, tribunales penales internacionales, leyes de justicia universal, reconocimiento de la imprescriptibilidad de algunos crímenes, son intentos de cuadrar el círculo. El caso de Chile es especialmente complejo. Patricio Aylwin, primer presidente democrático después de Pinochet (que se mantuvo, sin embargo, como Jefe del Alto Estado Mayor) convocó una Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, que justificó así: “«La conciencia moral de la nación exige que se esclarezca la verdad respecto a los desaparecimientos de personas, de los crímenes horrendos y de otras graves violaciones a los derechos humanos ocurridos durante la dictadura. Me comprometí a abordar este delicado asunto conciliando la virtud de la justicia con la virtud de la prudencia” (…) «En este necesario ejercicio de justicia debemos evitar los riesgos de querer revivir otros tiempos, de reeditar las querellas del pasado y de engolfarnos indefinidamente en pesquisas, recriminaciones y cazas de brujas que nos desvíen de nuestros deberes con el porvenir. Considero mi deber evitar que el tiempo se nos vaya de entre las manos mirando hacia el pasado”. Es un texto que revela la dificultad de su objetivo: gran parte del país se debió sentir maltratado, incomprendido o amenazado por alguna de sus afirmaciones. Las Comisiones de la verdad buscan una “justicia restaurativa” más que “retributiva”, con la vista puesta en la reconciliación, y la reconciliación a veces es un fruto muy amargo. Tony Blair expresó su tristeza por la liberación de los terroristas del IRA que él mismo había firmado como “mal menor”.
La apelación a mirar al futuro en vez de mirar al pasado es una creencia común a todos los que creen necesario pasar página. La desnazificación alemana tuvo que frenarse porque paralizaría la administración pública. Para hacer transitable el proceso, se promulgaron leyes de amnistía en muchos países, por ejemplo, en España en 1997. En la actualidad, sin embargo, hay un poderoso movimiento revisionista, decidido a sacar a la luz los atropellos cometidos por la Humanidad y también -como hacen los movimientos ultras- dispuestos a justificar comportamientos dictatoriales pasados. Heridas que parecían cicatrizadas, pueden abrirse de nuevo, como está sucediendo en Estados Unidos con su guerra de Secesión.
Desde el Panóptico se contemplan los profundos debates que ha habido sobre la memoria histórica. Como señala Casanova, hay una “guerra de memorias” en las sociedades marcadas con cicatrices por guerras civiles, genocidios y autoritarismos.
Ante esa situación, hay autores, como David Rieff, que creen en la virtud del olvido, porque “abundan las ocasiones en que el recuerdo ha sido la incubadora de la resolución de un pueblo o colectivo derrotado para vengarse, sin tener en cuenta el tiempo que transcurra o el sacrificio humano que suponga conseguirlo –pensemos en Irlanda, Bosnia o Kosovo”. Sin embargo, otros autores como Ricoeur, Todorov o Margalit han hablado sobre el “deber de la memoria”. Para Todorov, la memoria es un remedio contra el mal, y conocer la verdad es el arma mejor contra los totalitarismos.
Desde el Panóptico creo que tienen razón los defensores de la memoria, al fin y al cabo, la Historia retiene la experiencia de la Humanidad, pero siempre que se cumplan algunos requisitos, que me gustaría que se consiguieran en España. Los movimientos sociales solo pueden comprenderse introduciendo la psicología en la Historia. ¿Por qué hay muchos españoles que rechazan las leyes de “memoria histórica”? ¿Son todos franquistas? No lo creo. El rechazo puede tener dos motivos: (1) Uno poderoso, frecuente y superficial: la antipatía a quien propone la ley. La polarización política impide el juicio objetivo. Hubiera sido estupendo que una ley como esta la hubieran propuesto gobiernos de derechas. El éxito de la reconciliación entre Alemania y Francia, en 1962, se debió a que uno de sus impulsores fue De Gaulle, de cuya oposición al nazismo nadie podía dudar. (2.). – Un sentimiento de autodefensa porque muchos españoles sienten que aceptaron pasivamente el régimen franquista. El auge de los sistemas autoritarios muestra que es fácil aceptar las limitaciones de la libertad, si se disfruta de cierto nivel de vida. La transición fue posible porque muchos ciudadanos pensaban así. En el “Informe Foessa sobre el cambio social en nuestro país, 1975-1983”, el 59% de los ciudadanos colocaba en primer lugar de sus intereses el vivir mejor, con seguridad y paz. El 15%, que no existieran desigualdades sociales. El 11%, la capacidad de decisión y participación, y solo el 9%, que hubiera libertad para todos. La “Encuesta europea sobre valores” realizada en 1981 subrayaba la pasividad de nuestra sociedad. En la de 1990, esta característica parecía aumentar: “Es una sociedad con menos intereses que las del resto de Europa, menos motivada, más tranquila e integrada, con menos tensión. Una sociedad desapasionada, en definitiva”. Quienes pensaban así sienten que podrían ser considerados “colaboracionistas por omisión”. Ante esta posibilidad, prefieren negarse a rememorar el pasado. Es cierto que hay políticos interesados en fomentar una postura guerracivilista, que puede encender con facilidad respuestas emocionales. La mención de la diputada Olona «Quieren ganar lo que perdieron en el campo de batalla» es grave porque su partido ha tenido más de tres millones y medio de votos. Las emociones -como saben los nacionalistas españoles como Olona o no españoles- son fáciles de movilizar, pero, como sabemos casi todos, difíciles de controlar.
La Historia debería encargarse de hacer posible una “memoria compartida”
Todo esto me hace pensar que no podremos reconciliarnos con nuestra historia si no desactivamos previamente en los partidos políticos, y sobre todo en la ciudadanía, prejuicios, sistemas de autodefensa y estrategias de ataque. El Panóptico intenta colaborar a ello aprovechando la experiencia histórica que es desmitificadora y crítica. Para ello es necesario ir más allá de la “memoria” e instalarnos en el campo de la Historia. Me explico. La “memoria” es un fenómeno subjetivo: la huella de lo que me ha pasado. Me encierra en mi experiencia. Por eso, emergen las “guerras de la memoria”. Cada bando tiene una experiencia distinta y por lo tanto distintos recuerdos. El dolor de las madres de las víctimas del terrorismo ni anula ni parece compatible con el dolor de las madres de los terroristas. La Historia debería encargarse de hacer posible una “memoria compartida”, registrando sin duda los conflictos, las injusticias, los progresos, las equivocaciones y las soluciones. Es la idea que defiende Avishai Margalit, catedrático de las Universidades de Princeton y de Jerusalén: necesitamos elaborar una “memoria moral colectiva”, que nos permita reconocer nuestros fracasos y seleccionar las mejores soluciones. Esa sería la verdadera “memoria democrática”, poderosa y modesta. Deberíamos distinguir entre Historias contingentes y la Historia esencial que todos deberíamos conocer. Paul Ricoeur diría que la “memoria democrática” consiste en convertir el recuerdo en proyecto.
Adivino las sonrisas incrédulas, reconozco la dificultad de la empresa, compruebo que el esceptismo continúa disfrutando de un prestigio intelectual que no merece, pero me acojo a un lema humilde, de resistente confiado: Por mi, que no quede.
Soy partidario del deber de la memoria «ampliada»: la memoria de los propios y de los ajenos. El olvido es pan para hoy y hambre para mañana.
Propongo, por tanto, la identificación de un tercer motivo para rechazar , muy a mi pesar, la mayoría memorias historícas; tengar formato de artículo periodístico, de libro, de productos audiovisuales, o lo que es más grave, en formato cientifico o en forma de leyes: el rechazo a memorias históricas incardinadas en proyectos que forman parte de estrategias de ataque, de recreación de prejuicios; en difinitiva de reactivación en la ciudadanía del hambre de memoria sesgada, de memoria de propios.
Las cosas son lo que son; no lo que se dice que son. Las memorias no » ampliadas» no son democráticas. Y las que tengan formato de ley no caben en los principios constitucionales democráticos, sociales y de derecho. Una ley de memoria histórica debe recordar y reparar los crímenes de todos; y enfatizar las bondades de todos, porque las bondades permiten la convivencia, los objetivos comunes, y las leyes están para eso.
Creo que lo que usted llama «memoria ampliada» es lo que he llamado «memoria compartida» o Margalit denomina «memoria moral colectiva». Es decir, estamos de acuerdo.
Es dificil que yo no esté de acuerdo con usted desde que comencé a leer su obra en 1993.
El ánimo de mi comentario es resaltar , desde el ciudadano al poder político:
Que es necesario un esfuerzo personal para empatizar con la memoria de otros ciudadanos que seleccionan e interpretan
hechos desde creencias e intereses relativamente distintos; siendo este esfuerzo, de todos o al menos de la mayoría,
necesario para la existencia de una memoria compartida.
Que necesitando todo esfuerzo una meta con una carga emotiva y un entorno que lo facilite, cubrir esas necesidades debería ser
el objetivo a alcanzar por el poder político democrático. Si, por el contrario, un poder político, que no puedo llamar
democrático, incentiva en los ciudadanos memorias que consideran limitadas creencias e intereses; tanto en sus gregarios
como , por reacción, en sus contrarios; no obtendrá una memoria compartida.
Gracias!
A eso me refiero cuando -de acuerdo con la mayoría de los historiadores- enfrento la «memoria» (los recuerdos personales) con la Historia (exposición del pasado lo más objetiva posible). Por desgracia, con frecuencia la Historia ha sido tergiversada, manipulándola con fines sectarios. Un ejemplo son las «Historias nacionales» que solían utilizarse para forjar una identidad nacional y dar una vision gloriosa de la nacion.
Desde mi punto de vista el pasado se ha convertido en un problema de psicoanálisis personal de parte de la población, y dejo hace tiempo de ser un problema de revisión histórica.
Hay gente que se autodefinen como progres pero por sus comportamientos actúan como reaccionarios, a los cuales pretenden combatir, no permitiendo que las sociedades avancen hacia sistemas democráticos modernos.
La historia de España se ha convertido en manos del poder político y de la prensa de este país, en un cajón de humo para ocultar los problemas cotidianos, lo que impide que esta sociedad no aborde la situación presente.
El pasado muchas veces se termina convirtiendo en un bucle obsesivo, que impide avanzar a las sociedades, y es muy malo que desde el poder ejecutivo se fomente este tipo de psicología colectiva enfermiza.
s2s
Gracias por sus palabras. Para mi son un soplo de esperanza.
Me alegro muchísimo de que así sea. Gracias por su comentario.
La paz y la seguridad son ideales mas asequibles que la justicia, Yo dejaría el asunto para el 2075, pero no soy ingenuo, antes que la paz y la seguridad están los intereses políticos, y antes que estos pues no se, yo creo que nada. Estoy disfrutando mucho su obra Juan Antonio, aunque la estoy leyendo en reversa, muchas gracias.