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El espectáculo es una de las herramientas del poder. El mundo acaba de presenciar un ejemplo: las ceremonias del entierro de la reina Isabel II. Hace cuarenta años, Georges Balandier escribió un interesante libro titulado Le pouvoir sur scénes. Su tesis es que el poder necesita teatralizarse. Entiendo por ”teatralizar”  representar simbólicamente una acción sobre un escenario para emocionar al espectador.  Ningún poder quiere mantenerse apelando solo a la fuerza. Además de ella cuenta con cuatro poderosos instrumentos:

1. la capacidad de dar premios,

2. de infligir castigos,

3. de cambiar las creencias y

4. de cambiar los sentimientos de los dominados.

Para conseguir estos dos últimos efectos la teatralización resulta muy eficaz, lo que ha llevado en ocasiones a una hipertrofia monstruosa o ridícula, según se mire. Por ejemplo, las grandes celebraciones nazis, de las que Jean Duvignaud decía que sustituían la “sociedad civil” por una “fusión delirante”. El pueblo quedaba transformado en una multitud de figurantes fascinados por el drama al que les incitaba a participar el dueño absoluto del poder.

Los antropólogos han mostrado que los espectáculos del poder tienen profundas raíces simbólicas. No tratan sólo de impresionar, sino de dramatizar -de hacer visibles emocionalmente- una concepción del mundo, son dramaturgias cosmológicas. Estamos refiriéndonos a una constante universal. Marcel Granet explica, en La Pensée chinoise, que el palacio imperial chino era un edificio sagrado: la «casa del calendario». Esta construcción representaba la tierra, a través de su base cuadrada, y el cielo, por medio del techo redondo. Sus cuatro lados correspondían a los puntos cardinales, sus doce aberturas a los meses del año. Representaba la globalidad del universo. El emperador debía, en el curso de los días, circular alrededor de esta figuración del mundo, con el fin de mantener la armonía en su reino y garantizar para sus súbditos la paz y la prosperidad. Christian Duverger, en un libro de inquietante título, La Fleur letale, ha mostrado la terrible dramaturgia azteca: le Soleil est assoiffé du sang humain que lui procure le sacrifice. El Sol está sediento de sangre humana, que necesita para mantener su energía. Ningún pueblo parece haberle concedido una dimensión hasta tal punto dramática al problema del orden social.

El repertorio de ejemplos puede ser interminable.  En el Togo septentrional, el jefe de clan de los moba no accedía a su cargo sino después de haberse retirado un tiempo ante los altares protectores. Allí, recibía coronación, formación e insignias. Se convertía en otro, en tanto había sido objeto de una mutilación sexual, había asumido un nuevo nombre, había aprendido un código de conducta específico que le imponía especialmente no hablar sino a través de un intermediario. Las grandes monarquías antiguas aplicaron este procedimiento de forma todavía más radical y dramática. El soberano Yatenga, que gobernaba uno de los reinos mossi de Burkina Faso, no era, en una primera fase, sino el jefe de todos los jefes. No podía recibir la calidad de rey sino luego de un itinerario iniciático de larga duración, que le llevaba a través de una parte del reino a los lugares simbólica e históricamente poderosos. Durante el recorrido, la persona real se formaba y el poder real se iba precisando. El acto decisivo y último se situaba allí donde quedara establecida la primera residencia del fundador del Estado. El rey ya lo era. Se le exponía a pleno sol sobre la «piedra del poder» y era presentado al pueblo sobre un caballo semental que simbolizaba el nuevo reino, revestido de ropajes blancos especiales. Con su triunfal retorno recibía todos los testimonios de sumisión.

“La teatralización NO es el poder, sino una de las herramientas para conseguir obediencia, utilizando la apariencia”

Napoleón tuvo un talento especial para la teatralización. Desde su campaña de Italia manejó con genialidad precoz los medios de comunicación para crearse una imagen pública seductora. La culminación de su talento teatral lo demostró en las ceremonias de su Consagración como emperador, un paradigma de teatralización productora de emociones. Una rocambolesca historia, llena de astucias e intereses, consiguió que la revolución que había acabado con la monarquía nombrase a un emperador, y que los mismos que habían acabado con los privilegios hereditarios, acuerden que el Imperio lo sea. No era suficiente. Había que conseguir que el pueblo sintiera afecto por la nueva institución. Louis de Fontanes, como presidente de la cámara legislativa, sostuvo una tesis: “Una monarquía filosófica (es decir, fundada en la razón) sobrevive apenas un año. Lo vimos en 1791. Una monarquía fuertemente constituida, rodeada del aparato de la religión y de las armas, resiste a la acción de los siglos”.  Y precisa: “Tomando en su mano la justicia, la sacralidad, todo debe reaparecer para conmover vivamente la imaginación del pueblo”. La ceremonia, dirigida personalmente por Napoleón, fue fastuosa. Jacques Louis David la pintó.

Clifford Geertz dio un paso mas y consideró que en Bali el ritual político no era un mero sostén del estado, sino al contrario: «El poder servía a la pompa, no la pompa al poder». O más crudamente: no era el estado el que producía rituales sino el ritual el que creaba periódicamente el estado. Creo que es un incompleto análisis del fenómeno. El ritual es un instrumento por el que un poder ya constituido se fortalece fomentando la obediencia. Geertz se deja llevar de un tic posmoderno que piensa que detrás de las representaciones no hay nada. Peter Burke escribió un libro titulado The Fabrication of Louis XIV (1992) para describir la teatralización de la política del rey sol. Comenta que los pensadores postmodernos le criticaron porque admitía que por detrás de la construcción simbólica había algo más – Burke señalaba que estaba el Luis real- y es esa referencia a algo real no construido socialmente lo que resulta insoportable al postmodernismo.

“Con frecuencia, las afirmaciones de los políticos no son “declaraciones objetivas”, no son más que “llamamientos emocionales para buscar el apoyo popular” (Murray Edelman)

La teatralización NO es el poder, sino una de las herramientas para conseguir obediencia, utilizando la apariencia. Murray Edelman en su obra Constructing the Political Spectacle (University of Chicago Press, 1988), saca unas conclusiones escépticas sobre la política: “Con frecuencia, las afirmaciones de los políticos no son “declaraciones objetivas”, no son más que “llamamientos emocionales para buscar el apoyo popular”.  La relación de los gobernantes con los gobernados se basa en la ficción, en la apariencia, en la capacidad de seducir. Para Norberto Bobbio, esto sucede también en los Parlamentos, constituidos en el gran Teatro de la Nación: “El parlamento es el lugar donde el poder es representado en doble acepción: es la sede donde se reúnen los representantes y es el local donde, al mismo tiempo, sucede una verdadera y apropiada representación que, como tal, tiene necesidad del público y debe suceder en público”.

Es muy posible que esta teatralización, ese aire de representación que adquiere la política, haga sospechar que lo real sucede detrás de las bambalinas, y que fomente la creencia en conspiraciones. Pero de esta pasión política hablaré en otra entrada.

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