Tal vez el efecto Zeigarnick haya hecho que recordara dos libros que leí hace tiempo. Uno, El problema del ingenio. ¿Podemos resolver los problemas del futuro?, (Espasa-Calpe, 2000), de Thomas Homer-Dixon, (Universidad de Toronto). Se pregunta alarmado: “¿Seremos capaces de producir el talento que necesitamos para resolver los colosales problemas con que nos encontramos?” Investigar como solucionamos los problemas posiblemente nos enseñe algo sobre como deberíamos formar la inteligencia para seguir haciéndolo. La ”inteligencia resuelta” emerge, así como un salvavidas y también como un proyecto educativo. El segundo libro – La locura del solucionismo tecnológico– está escrito por Evgeny Morozov, un crítico de las nuevas tecnologías, que ya había escrito The Net Delusion, negando que las herramientas tecnológicas promocionen automáticamente la democracia, puesto que han fortalecido regímenes antidemocráticos. Se dibuja lo que provisionalmente llamaré “la paradoja de las soluciones”, el hecho de que la solución a un problema pueda plantear problemas tal vez más graves. Los abonos químicos que han salvado del hambre a cientos de millones de seres humanos, pueden envenenar las aguas. Los combustibles fósiles, motores de la industria moderna, causan el calentamiento global.
“¿Seremos capaces de producir el talento que necesitamos para resolver los colosales problemas con que nos encontramos?” (Thomas Homer-Dixon)
En las notas de lectura del libro que comento, compruebo que se refiere irónicamente a “lo que quita el sueño al señor Zuckerberg”: el deseo de resolver los problemas mundiales, como dijo al público del festival South by Southwest. Allí anunció: “Hay una cantidad de problemas muy importantes que el mundo debe resolver y como compañía tratamos de construir una infraestructura sobre la que sea posible resolver algunos de ellos”. La pregunta de Homer-Dixon parece resuelta: la infraestructura digital nos proporcionara las soluciones. Mozorov desconfía del optimismo tecnológico que piensa que puede conducir a una “humanidad mejorada”, a la “singularidad”, al poshumanismo (“La humanidad mejorada). “Al decir de esos fanáticos de la tecnología llamados geeks, si disponemos de suficientes aplicaciones, todas las fallas del sistema humano se vuelven superficiales”. Critica la “ideología Silicon Valley” como “solucionista”, porque da por sentado el problema y “llega a las respuestas antes de haber formulado preguntas en toda su amplitud”. La consecuencia es que puede dar una falsa solución. La idea de que Internet cambia radicalmente la sociedad le hace recordar que lo mismo se pensó cuando apareció la electricidad. En un libro de 1825 titulado La revolución silenciosa, o los futuros efectos del vapor y la electricidad en la condición humana, se prometía “la armonía social de la humanidad” sobre la base de una “red perfecta de filamentos eléctricos”. Patrick Geddes, Petr Koprotkin y otros pensadores del siglo XIX creían que la electricidad daría paso a una nueva era en la que “la ciudad y el campo, el trabajo y el ocio, el cerebro y las manos” se reconciliarían (Matelart).
“Tengo la esperanza de que estudiar la Historia de las soluciones pueda aclarar estas cuestiones y proporcionarnos métodos para desarrollar el talento individual y social que necesitamos” (J.A.Marina)
En el comienzo de esta “Historia de las soluciones”, la afirmación de Mozorov me deja un poco perplejo: “La tecnología no es el enemigo. El enemigo es el solucionador de problemas que lo habita (p.393). Creo que se refiere al intento de buscar soluciones perfectas. ”Este libro propone que lo perfecto es enemigo de lo bueno. Que a veces, lo bueno es suficiente”. Tal afirmación activa varios “chivatos” en mi memoria. (1). Herbert Simon, uno de los padres de la inteligencia artificial hablaba de la “racionalidad suficiente”. (2). M. Ignatieff habla de “el mal menor” como única salida en muchas situaciones (3). La búsqueda de una “solución final” trae recuerdos estremecedores. (4). Martha Nussbaum, en su espléndido libro La fragilidad del bien reconoce que hay dilemas morales que no tienen solución perfecta.
Tengo la esperanza de que estudiar la Historia de las soluciones pueda aclarar estas cuestiones y proporcionarnos métodos para desarrollar el talento individual y social que necesitamos.
Desde que lei Crónicas de la Ultramodernidad quise saber más sobre José Antonio Marina. Necesitamos que sus palabras lleguen a la humanidad entera. Necesitamos pensar para salvarnos.
Buscaré la manera de que alguien conocido nos presente para tener el placer y el honor de invitarle un café en Madrid.