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Las ficciones políticas

Ilustración: Marcus Carus. Tratado de Filosofía Zoom (Ariel, 2016)

HOLOGRAMA 3.


“La filosofía política moderna se basa en ficciones”. Se lo oí decir por primera vez a Yves Charles ZarKa, en La Sorbona. Se equivocaba. No es solo la moderna sino toda política la que está basada en ficciones. Sin comprender su funcionamiento podemos caer en todo tipo de espejismos e idolatrías. “Ficción” no significa mentira, sino construcción simbólica de la inteligencia para resolver problemas. Así se habla en derecho de “ficciones jurídicas”. Por ejemplo, considerar “persona jurídica” a una sociedad anónima es una ficción. Las nociones de “Pueblo”, “Nación”, “contrato social”, “voluntad popular” son invenciones, no realidades. Hobbes llama al Estado “hombre ficticio”. Todo esto no es una rareza, sino el modo de funcionar la inteligencia humana. Nos hacemos cargo de la realidad mediante irrealidades: conceptos, ideas, teorías, creaciones imaginarias, simbologías religiosas, etc. Calculamos un puente real mediante matemáticas inventadas. Aunque como organismos vivimos en la naturaleza, nuestro hábitat es la cultura, es decir, las creaciones  mediante las cuales humanizamos el entorno físico. Ya tendremos ocasión de comprobar que lo que llamamos “derechos” son fuerzas simbólicas que nos permiten realizar cosas que no podríamos alcanzar con nuestras meras fuerzas físicas.  Por ejemplo, mantener nuestra propiedad ante la codicia de alguien más fuerte.

Volviendo a la política, no podemos comprenderla sin comprender estos juegos simbólicos. “El éxito de un gobierno requiere la aceptación de ficciones, requiere la suspensión voluntaria de la incredulidad. Requiere que nosotros creamos que el emperador está vestido, aunque podamos ver que no lo está. Y la magia se extiende a los más libres y populares gobiernos, así como a los más despóticos y más militares. Los gobiernos de Gran Bretaña o Estados Unidos descansan en ficciones, tanto como los gobiernos de Rusia o China”, escribe Edmund S. Morgan en La invención del pueblo. Todo sistema político necesita hacer creer en algo. Hacer creer que el rey es divino, que es justo, que la voz del pueblo es la voz de Dios. Hacer creer que el pueblo tiene una voz o hacer creer que los representantes del pueblo son el pueblo. Hacer creer que los políticos están al servicio del pueblo. Hacer creer que los hombres son iguales o que los hombres son desiguales.

La conclusión me parece evidente. No podemos comprender el presente, la historia, la realidad social si no aplicamos a su estudio una clara teoría de cómo funciona la inteligencia humana. Todos esos fenómenos son resultados de la acción, y sin comprenderla, sin conocer su funcionamiento, el modo como los pensamientos, las creencias, los símbolos, las emociones, las utopías estructuran nuestro comportamiento, no entenderemos lo que nos pasa.

Muchas líneas de investigación convergen en esa necesidad de aplicar la “psicología de la acción” al estudio de los fenómenos sociales. Richard Thaler y Daniel Kahneman, dos Premios Nobel de Economía, han integrado la psicología dentro de su modelo económico: la economía conductual. Hace mucho tiempo ya, Durkheim y después Levy-Strauss, afirmaron que las leyes de la sociología y de la antropología eran corolarios de la psicología. Otro Premio Nobel de Economía, Douglas C. Norh estudió  la creación y evolución de las instituciones. En 1957, el profesor de Harvard W. L. Langer, presidente a la sazón de la American Historical Association, señaló que en ese momento el objetivo prioritario de los historiadores debería ser profundizar el conocimiento del pasado, utilizando los conocimientos de la psicología. Peter Watson, un gran historiador de las ideas, en su libro Convergencias, estudia la razón de este protagonismo de la psicología: el comportamiento humano es el tema central, hacia el que convergen muchas ciencias: física, genética, teoría evolutiva, etología, socio biología. Y sin ella no podemos comprender la economía, la política, la educación o la historia.

Pero la tarea que Langer señalaba, no se ha cumplido, porque no tenemos en este momento la psicología que necesitamos para un cometido tan complejo. Fragmentada por la especialización, ha dejado de tener una idea clara de lo que es el “sujeto humano”. Incluso el pensamiento postmoderno, por boca de Foucault, decretó la muerte del sujeto. Como decía un famoso graffiti: “Dios ha muerto, el sujeto ha muerto, y yo no me encuentro nada bien”. La convergencia hacia la psicología debe ir precedida de la convergencia de las distintas corrientes psicológicas para elaborar una teoría coherente del actor humano, es decir, del protagonista de la política, de la sociedad, y de la historia. En eso estamos.

 

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Únete 7 Comments

  • luis dice:

    Parece que lo que llamamos ficciones, son en realidad una evolución del hecho religioso de la especie.
    En este país, la palabra religión es una palabra tabú, como si al pronunciarla atrajéramos una condena en la hoguera. El hecho religioso, debe ser repensado por la sociedad civil española, como forma de entender lo que nos esta pasando como sociedad civil, en la que el buenismo rampante, hunde sus raíces psicológicas en una religiosidad mal entendida (como diría Voltaire), que ha terminado convirtiendo en un delirio de derechos humanos entre los grupos sociales que se autodefinen como progres y anticlericales, y no se percatan que sus mecanismos psicológicos obedecen ciegamente a ficciones religiosas del pasado, que no han sido asimiladas adecuadamente.
    un saludo.

    • jose antonio marina dice:

      Creo que sucede al revés. La capacidad simbólica del cerebro -que consiste en utilizar la representación de una cosa para referirse a otra- está en el origen de la creación de mundos irreales, y uno de ellos es el religioso

      • luis dice:

        antes, o después, entiendo que no existen, parto de la idea del símbolo, como algo potencial de llegar a ser, igual que el cerebro es un órgano con capacidad para convertirnos en seres pensantes, el símbolo necesita un sistema que le permita alcanzar su pontencial. Efectivamente el sistema religioso, es uno más, lo mismo que el sistema matemático, desarrolla otro símbolo, al que llamamos número.
        Simbolo y sistema, evolucionan a lo largo de su desarrollo histórico, lo mismo que evolucionan las ficciones relatos que nos permiten interpretar la existencia.
        El simbolo religioso, si es cierto que es uno más, visto desde un punto de vista epistemológico, no creo que pueda decirse lo mismo desde un punto de vista evolutivo temporal. El símbolo religioso, es desde mi punto de vista, el simbolo que nos permite abstraer conciencia del pasado, como especie, y prefigurar el futuro.

  • luis dice:

    Releído y sólo puedo decir chapeau.
    Lo que más me ha gustado de lo que ha publicado últimamente.

  • Saiz dice:

    Hay un riesgo con las ficciones políticas, que es «etiquetar» las cosas. Los conceptos de «derecha», «izquierda» (y » extrema derecha», «extrema izquierda») son simplificadores y perturbadores. Hacen prevalecer (sin demasiado rigor) la forma sobre el contenido y la ideología sobre las ideas. Dificultan la reflexión y el debate. Pasa lo mismo con «progresista», «conservador», etc. Quizá son ficciones (o mixtificaciones) perversas o, al menos, inconvenientes para la reflexión y el análisis cívico.

  • Jorge dice:

    Excelente reflexión.

    Yo llevo un tiempo preguntándome si es que la inteligencia humana es pura ficción. Puro relato.

    Leí en un libro de Oliver Sacks que la diferencia entre un loco y un cuerdo es que el segundo puede «relatar» su vida de una manera coherente. Dónde nació, que sucesos marcaron su vida, dónde está ahora y por qué… El loco es incoherente en ese relato, o lo cambia en cada ocasión. Tampoco importa si el relato del cuerdo es verdad. Puede ser un mentiroso, pero siempre es coherente.

    Dice también Tomás Pérez Vejo que el nacionalismo es «la fe en un relato». Uno no cree simplemente en la idea de «España», sino en el relato de esa España: donde nació, qué sucesos marcaron su vida, donde está ahora y por qué…. Al igual que el relato que hacemos de nuestra propia existencia.

    Una idea es algo abstracto, frío; un relato es emocianante, visceral. Por es la fe reside en el relato, con el concepto.

    Dios puede ser un concepto, pero el relato de ese dios es el que diferencia la fe de un cristiano de un musulmán.

    Lo importante es que ese relato sea coherente, no que sea verdadero. Nuestro cerebro alaba la coherencia de un relato antes que su autenticidad. Los economistas que cita hablan de eso: lo verosímil es más importante que lo auténtico para nuestro cerebro. La verdad es secundaria, exige un reflexión más profunda y a veces infructuosa.

    Incluso el «discurso lógico» no deja de ser un relato: un silogismo, otro silogismo, una deducción…

    A los humanos nos encantan los relatos. Es algo universal, propio de la especie. Lo interesante es que esos relatos suelen tener una estructura muy rígida que se repite siempre, según los célebres estudios de V. Propp. ¿Esto no demostraría que es la estructura de nuestro cerebro lo que nos obliga a pensar en relatos y a que estos tengan una coherencia y una estructura prederteminada? ¿No demostraría en suma lo limitado que es nuestro cerebro para entender la realidad y para entendernos a nosotros mismos?

    Me imagino si mañana aterriza un extraterrestre: ¿pensaría como nosotros? ¿Hay una manera de intelegencia no superior, sino absolutamente diferente a lo que entendemos y podemos comprender los humanos?

    Es la paradoja de las matemáticas. Pensamos que los números son constantes universales, lo que consideramos la matemática discreta. Y por eso nos cuesta tanto comprender la continua. Pero una inteligencia que habitara en un mundo exclusivamente de fluidos no concebiría siquera el concepto de «unidad», de número. No entendería la matemática discreta.

    ¿Podemos comprender la realidad si no es a través de relatos?

    En fin, creo que ya me salgo del tema.

    un saludo

    • jose antonio marina dice:

      Tiene razón al pensar que el cerebro humano tiene a organizar la información mediante relatos que le permiten integrar información en un marco de comprensión. Lo que intentó hacer Propp es descubrir si había unas «formas a priori» de relatos, dicho en términos kantianos. Me inclino a pensar que son en realidad «esquemas mentales», unos posiblemente innatos (como el que capta la causalidad, según Michotte) y otros aprendidos. Jerome Brunner, un gran psicólogo cognitivo, sostuvo que había un cerebro lógico y otro cerebro narrativo.
      Estudié la importancia de las ficciones en Tratado de filosofía zoom.

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